Capítulo 1 ☀️

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No necesitaba una cita.

Sin duda alguna, necesitaba muchísimas cosas menos una cita. No tenía por qué. Tampoco tenía razones para no querer ir a una cita. No, aguarden. Sí que las tenía. Tenía una interminable lista por las cuales no quería lanzarme en las afiladas garras del destino una vez más.

Y esa lista empezaba por la letra A.

A de Anticuado.

A de Aneurisma.

A de... Antoine.

—No quiero una cita —dije rotunda.

—Ya lo has dicho seis veces —respondió Mica en aire exhausto.

Asentí.

—Puedo hacerlo siete veces. De hecho, lo haré hasta que te hartes y te des por vencida.

Nos encontrábamos en el hospital cardiológico más grande de Los Ángeles, ciudad en la que me había radicado desde que comencé la universidad y en la que pensaba echar mis cenizas hechas polvos al océano Pacífico cuando muriese. Claro, que aún faltaba mucho para eso.

Espero. La verdad es que durante el último mes el estrés de mi vida, el trabajo arduo en el hospital cumpliendo exhaustivas jornadas de hasta cuarenta y ocho horas y bebiendo café de máquina y comiendo barritas de granola advertían con pasarme factura antes de lo debido. Supongo que me lo merecía. Debía comenzar a cuidarme un poco más. Tal vez por esa misma razón me había inscripto a clases de yoga por las mañanas. Aunque no había asistido a la primera clase.

Y todo ese martirio llevaba plasmado en fuego nombre y apellido.

Antoine.

Una vez más su nombre me atravesó el cerebro como una lanza y sentí una sensación amarga empapándome la lengua. La tragué con lentitud y me enfoqué en la máquina de café que parecía haberse tragado mi arrugado billete de cinco dólares.

—Esta noche —siguió hablando Mica como si nada. Como si yo no me hubiese negado seis veces antes (próximamente siete veces). Como si ella tuviese razón en lo que consideraba que era bueno para mí en lugar de yo misma—. Esta noche saldremos con José. Su primo ha arribado a la ciudad la semana pasada. No puedes decirme que no suena a un planazo.

Observé, por el rabillo del ojo, la mastodóntica sonrisa que le llenaba casi tres cuartos de su puntiaguda cara.

—No. —Fue mi respuesta antes de atizarle un golpecito a la máquina que causó un estrepito a mí alrededor. Noté que varios de los pacientes que se encontraban en el pasillo pausaron su vida solo para hundirme los ojos encima. Les devolví la mirada, encogiendo los hombros y me volví hacia Mica—. ¿Sabes dónde está Gari? El de mantenimiento. Alguien tiene que responder por mis cinco dólares. Y conseguirme un café.

El verano que nos juntó © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora