La pesada cortina de lluvia que bañaba el pueblo se desvanecía lentamente, convirtiéndose tan solo en una ligera brisa que bañaba los techos de las casas y los campos de cultivo que había en la lejanía: la oscuridad reinaba casi por completo y lo único que iluminaba las calles eran las luces de escapaban a través de las ventanas, destellando de forma tenue entre las cortinas.
Anna, que acababa de salir de bañarse y llevaba tan solo una toalla de color blanco que cubría su cabello, miraba con nostalgia su habitación; los viejos muebles, todos construidos de forma rústica con madera del bosque, parecían guardar el mismo luto que ella guardaba a cuestas. Miró su rostro en el amplio espejo de su tocador y notó las grandes ojeras que tenía bajo sus ojos, momentos después se quitó la toalla de la cabeza y la lanzó sobre la cama, dónde una vieja cobija con el estampado de un tigre se encontraba arremolinada junto con las sábanas de flores; el reloj que estaba sobre su buró marcaba las ocho y cuarto. El silencio reinaba por completo pese al sonido que sus pasos provocaban al pasar sobre el piso de madera y permitía escuchar los truenos, que cada vez parecían alejarse más.
Ella, tras ponerse su ropa interior que sacó de su cómoda, caminó hacia su viejo ropero, dónde algunas fotos y una vieja carta de amor colgaban de la puerta, y se vistió rápidamente con una falda negra que le llegaba a la mitad de las pantorrillas, así como una sencilla blusa blanca y de manga larga que le quedaba ligeramente ajustada.
Tras ponerse sus zapatos ella salió de su habitación y caminó por el pasillo; se detuvo junto a la puerta de la habitación de sus hermanas, la cual estaba en completo desorden debido a los juguetes que había en el suelo; después se acercó a la habitación de su papá, perfectamente ordenada y limpia, aunque con una cubeta de metal que recolectaba el agua de una vieja gotera en el techo que él nunca tuvo tiempo de arreglar.
Al llegar al final del pasillo bajó por las escaleras, provocando un rechinido en cada uno de los escalones cuando pasaba sobre ellos, para detenerse al llegar al final.
Con los ojos llenos de lágrimas miró la taberna; las sillas de madera se encontraban sobre las diversas mesas redondas que llenaban el lugar; ella desvío ligeramente su mirada y observó la larga barra de madera con diversos tarros de cristal y acero sobre ella y también la enorme cantidad de cervezas y botellas de vino, mezcal y tequila que había en las repisas de atrás.
Anna soltó un sollozo y, envuelta en la oscuridad de la taberna, se sentó en el último escalón, llevó sus manos al rostro y comenzó a llorar con desesperación.
De pronto, dos golpes en la puerta la sacaron de su letargo. Anna ni siquiera hizo el intento de levantarse, ella simplemente continuó llorando. Sin embargo, otra vez volvieron a escucharse dos golpes, aunque esta vez con mayor fuerza. Anna, con fastidio, levantó la mirada y exclamó:
—¡¿Quién?!
—¡Soy yo, ábreme! —respondió la voz de una mujer del otro lado de la puerta. Anna soltó un suspiro de pesadez y, tras tronar la boca con fastidio, se levantó y caminó esquivando las mesas hacia la puerta. Después la abrió lentamente y observó a una joven mujer de cabello corto y piel morena; su estatura la hacía parecer una niña, pero esa apariencia contrastaba con el parche negro de piel que cubría el lugar donde tendría que estar su ojo derecho. El uniforme de enfermera que llevaba puesto, en lugar de blanco, lucía de color gris con matices de sangre seca debido a la suciedad que lo cubría.
—Hola... —exclamó Lola, clavando su mirada en los ojos de Anna.
—Hola... —respondió Anna, haciendo su mejor esfuerzo para no mostrar el fastidio que la embargaba. Sin decir nada, Lola le entregó una pequeña cajita de madera, un poco más grande que su mano. Anna la miró con curiosidad y al abrirla no pudo contener su llanto.
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El suicidio no es pecado
ParanormalDespués de perder a familia en un incendio, Anna deberá trabajar en El Laberinto, un lugar en el que los suicidas son castigados por toda la eternidad, para demostrar que ella no se suicidó y recuperar su alma. * * * La tragedia llegó a la vida de A...