Capítulo nueve

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Anna salió del portal tiritando de frío y con su aliento condensándose mientras respiraba. Lo primero que observó a su alrededor fueron distintos árboles extraños con ramas de caprichosas formas cuadradas y rectangulares encerrados en grandes bloques de hielo transparente que destellaban con la luz de las brillantes estrellas sobre sus cabezas. Hacia dónde ella volteara todo se encontraba cubierto por hielo y por una densa capa de nieve que no permitía ver ni siquiera el suelo donde pisaba.

—¿A dónde nos trajiste? —preguntó Lira, con los brazos cruzados y su aliento condensándose tras cada palabra. Anna, vestida todavía con su uniforme de conejo, tan solo podía tiritar debido a la extrema sensación fría que el viento arrastraba.

—A donde las almas comienzan su último viaje —respondió Ixtab, confundida. A ella no parecía importarle el frío a pesar de la ropa tan primaveral que llevaba puesta—. Algo no anda bien, esto no me gusta nada —agregó ella, con un dejo de preocupación en su voz. Entonces, sin más, sus tentáculos se extendieron desde su espalda y moviéndolos con fuerza comenzó a limpiar el suelo por dónde comenzó a caminar, dejando ver un extraño camino de piedra.

—¿Q... Qué es este lugar? —dijo Anna, abrazándose a sí misma para tratar de evitar el frío.

—Seguimos en el éter, aunque en una parte muy diferente a dónde la mansión se encontraba —dijo Lira, soportando el frío cada vez con más dificultad.

—El puerto no debe estar muy lejos de aquí —dijo Ixtab, todavía con el puro entre los dedos de su mano derecha mientras caminaba abriendo paso entre la nieve con sus tentáculos.

Anna, aunque tiritando de frío todavía, no dejaba de admirar el estéril pero hermoso paisaje a su alrededor; aquellos árboles parecían más bien estatuas dentro de preciosos cristales hélidos y poco a poco el delicado sonido del mar rompiendo contra las rocas se escuchaba con más fuerza.

En cuanto salieron de aquel bosque observaron un extenso prado cubierto por la nieve, con algunos arbustos encerrados en el hielo, mientras que al fondo Anna miró sorprendida una enorme muralla de color blanco a la que no se le veía ningún ladrillo o bloque de su construcción, tampoco otenia puerta alguna, aspilleras o ventanas, pero su parte alta estaba cubierta por largas estalactitas de hielo que colgaban peligrosamente; en las orillas de la muralla había dos grandes torres con base cuadrada sobre las que una gran estructura metálica, muy parecida a un telescopio, reposaba en la punta de cada una.

—¿Dónde están todos? —preguntó Lira, comenzando a tiritar también. Anna tan solo miraba con nerviosismo hacía aquella estructura que parecía hacerse más grande conforme se acercaban mientras que Ixtab tan solo se mantenía en silencio, fumando de su puro con una inquietante tranquilidad.

En cuanto llegaron a unos cuantos metros de la muralla Ixtab les hizo una seña a Lira y a Anna para que se detuvieran, ella dio un par de pasos al frente y, con un tono de mando que contrastaba con su voz infantil, exclamó:

—¡Guardián, abre la puerta! Tengo un asunto urgente que tratar... —Después guardó silencio y esperó un momento, pero no hubo respuesta alguna—. ¡Guardián, ábreme! —insistió, levantando un poco la voz.

—Guarden silencio, o ellos van a regresar... —respondió un débil susurro que parecía provenir desde la muralla. Ixtab intentó hablar, pero tanto ella como Lira y Anna observaron que una pequeña parte del muro comenzó a distorsionarse, formando un pequeño rostro sobre su superficie.

—¿Guardián? ¿Qué te pasó? ¿Por qué quitaste la puerta? —preguntó Ixtab, acercándose hacia aquel rostro, el cual tenía una notoria expresión de angustia.

—Guarda silencio, hija del antiguo universo, porque si ellos te escuchan van a regresar a terminar lo que empezaron —respondió aquel rostro, de manera amable pero sin poder ocultar su angustia. Ixtab volteó a ver a Anna y a Lira con una mirada de duda y después volteó a ver al rostro de nueva cuenta...

El suicidio no es pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora