Capítulo siete

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Anna y Valentina salieron de uno de los pasillos que apuntaban hacia el salón principal del bar y lo primero que observaron frente a ellas fue el escenario completamente decorado con grandes pinturas con motivos religiosos, flores de diversos tipos, todas de color blanco, así como una enorme cruz colgada en el techo, en el cual se podía ver una estatua perfectamente detallada de Jesús de Nazaret clavada en su estructura; también había un par de jaulas decoradas con largos tallos de espinas de Cristo y flores de color rojo. Diversas chicas, vestidas con atuendos recatados similares a los de la virgen María, caminaban de un lado al otro mientras que las luces del escenario encendían y apagaban debido a las pruebas que realizaban.

Las meseras, ya vestidas con sus trajes de conejo, preparaban las mesas y la barra del bar, mientras que Lira estaba sentada en una mesa junto a una botella de aquel extraño líquido espeso y naranja. Por su parte, Ixtab, descalza y vestida con unos shorts de color negro y una pequeña camiseta blanca, sostenía un puro entre los pequeños dedos de su mano derecha al mismo tiempo que hablaba con una de las meseras, señalándole diversas mesas al mismo tiempo que les daba indicaciones.

Valentina, con una expresión de confusión en su rostro, se acercó rápidamente a Ixtab, con Anna siguiéndola por detrás.

—Jefa, ¿no se supone que íbamos a tener un descanso? —preguntó Valentina, todavía confundida. Ixtab, que ya había terminado de hablar con la mesera, volteó a ver a Valentina y a Anna para decir:

—¿Descanso? ¿Con la deuda que tenemos encima? ¡Claro que no! —Valentina soltó un pequeño suspiro de resignación al escuchar aquellas palabras—. Bueno, mejor díganme como les fue...

—Estuvimos a punto de no conseguirla —dijo Valentina, sacando de uno de sus bolsillos la pequeña esfera brillante que había sacado del pecho de Angélica y entregándosela—. Aquí la madre Teresa de Calcuta estuvo a punto de echar a perder la recolección...

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó Ixtab, confundida, tras guardar en uno de sus bolsillos aquella esfera.

—Mejor que te lo cuente Annita, yo voy a ir a cambiarme rápido —sentenció Valentina para después comenzar a caminar hacia el pasillo junto al escenario. Ixtab miró a Anna con curiosidad mientras que ella, ligeramente avergonzada, tan solo se encogió de hombros, algo que de inmediato notó Ixtab.

—Tranquila, no te voy a regañar... —dijo Ixtab con ligereza tras una bocanada del puro—. Mejor cuéntame, ¿qué pasó? —Anna dudó un momento, pero al notar la expresión comprensiva de Ixtab, sentenció:

—Lo que pasa es que intenté ayudar a Angélica, la mujer que se suicidó. —Ixtab miró seriamente a Anna al escuchar aquellas palabras—. Valentina ya me explicó que no podemos hacerlo, pero se me hizo algo muy cruel no tratar siquiera de tenerle la mano...

—Pero no pudiste evitarlo, supongo —interrumpió Ixtab, cruzándose de brazos y teniendo cuidado de no quemarse con el puro.

—Pues no, no quería que la ayudáramos... —terminó Anna, con una expresión de tristeza que no pudo disimular. Ixtab la miró fijamente y tras una nueva bocanada del puro, dijo:

—Si te involucras mucho con los humanos te va a costar mucho hacer ese trabajo... —Ella hizo una pausa en la que Anna solo mostró una mueca de decepción—. Creo que no estás lista para recolectar. —De nueva cuenta una pausa en la que se quedó pensativa. Entonces, justo en el momento en que su mirada se iluminó, ella dijo—: ¡Ya sé qué te voy a poner a hacer!

El suicidio no es pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora