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Estas cadenas me contenían. Contenían mi indómita naturaleza, mi cuerpo que solía ser libre en el bosque y en las montañas. Ya no sentía la frescura del viento en mi rostro, o no sentía el leve murmullo de los árboles. En esta celda sólo había silencio y unos garrotes de hierro. Fríos.

El tiempo pasaba y cada vez extrañaba más la naturaleza, el aire, el sol, la luna... mi libertad.

La tierra empezó a acumularse, con el paso constante de los guardias. Volvía, lentamente a mí. Me nutría, me acompañaba, me hacía cada vez más fuerte, para liberar mi naturaleza. Para liberarme.

 Para liberarme

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