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Nota de la autora: Se menciona en múltiples ocasiones la sangre, para tener en cuenta si a algunx le causa incomodidad o asco.


Se sumergió en las profundidades de las aguas carmesí. Le costó trabajo porque la sangre coagula y espesa, le costó trabajo porque todavía no se había acostumbrado al olor visceral y putrefacto que desprendía. Subía a la superficie periódicamente para poder respirar y abría los ojos para observar la luna roja que se escondía detrás de nubes. Respiraba profundo para volver a adentrarse y era en ese entonces, cuando cerraba los ojos con fuerza para evitar que la sangre entrara por sus pupilas, que lo veía todo, como un reflejo en un espejo, como en un sueño.

Se estremecía al revivirlo, y sentía toda la suciedad del lago entrando por sus profundas heridas, ardiendo dentro de sus venas como ácido. Sentía lo mismo que había vivido cuando era pequeña, cuando vio el cuerpo de su madre lleno de cortes que atravesaban toda su piel, y a aquella criatura horrible, llena de ojos inyectados que la observaban mientras drenaba hasta la última gota carmesí.

"Es un sacrificio que debo hacer" le había dicho ella. Aún lo recordaba con lágrimas en los ojos, aún recordaba la palidez de su madre al quedarse, poco a poco, sin vitalidad, sin color en el rostro, sin brillo. Cayó muerta un instante después.

La criatura, una vez saciada, desapareció inmediatamente, sin antes volver a clavar una mirada en la niña.

Decidió salir del lago, no quería seguir recordando y las cargas del amuleto ya estaban completadas.

Su oscura cabellera goteaba sangre y recorría su cuerpo desnudo, lleno de cicatrices que brillaban con un plateado intenso bajo la luz de la luna. Se volvió a poner su vestido negro, pegándose este a la piel vizcosa.

Tenía que prepararse. 

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