No hacía mucho tiempo que me había mudado a la casa de mi hermana cuando descubrí aquel espejo en el ático, detrás de amarillentas sábanas carcomidas por el tiempo y las polillas. Era un espejo de cuerpo completo, demasiado ostentoso para encontrarse oculto y lleno de polvo. Estaba ornamentado con intrincadas figuras bañadas en oro y rubíes que brillaban como la sangre. El espejo del vestíbulo de la casa se había roto unos días atrás, así que decidí colocarlo en su lugar.
Cuando lo coloqué mi hermana no me dijo nada al respecto, aunque tampoco esperaba una respuesta. Desde la muerte de su marido se la pasaba vestida de negro, pálida, sin un ápice de alegría en su rostro. Por eso había venido en primer lugar, para ayudarla con las tareas domésticas y el cuidado de sus hijos.
Los días transcurrieron mientras intentaba evitar que la tristeza y soledad no consumieran a la casa y a las personas que habitaban en ella. Por eso, cuando vi a mis pequeños sobrinos jugar alegremente con el espejo, mi corazón se enterneció.
—Es muy divertido el nuevo cuadro, tía —me dijo el pequeño Antonio con su voz infantil —. Hay un niño igual a mí que imita todo lo que hago.
Esbocé una dulce sonrisa. La inocencia de mi sobrino me recordó que aún podría volver a reinar la felicidad en la lúgubre casa.
Recuerdo que esa misma noche un torrencial azotó al pueblo. El ensordecedor ruido de los truenos asustaba a los pequeños, sin que pudieran conciliar el sueño. Me quedé junto a ellos, contándoles aventuras de cuando su mamá y yo éramos niñas y cantándoles canciones de cunas. Cuando finalmente el sueño los venció, me acosté en la pequeña cama del cuarto de huéspedes.
Sin embargo mis ojos, abiertos de par en par, miraban fijos al techo, sin poder dormir. El café quemado que me había preparado para resistir la noche en vela estaba surtiendo efecto. Decidí dar un paseo, agotada de observar las mismas manchas de humedad que decoraban la habitación.
Avancé por los pasillos, mientras me sumergía en la penumbra de la casa. La lluvia arremetía con violencia y el fresco viento abría y cerraba las ventanas. Me encontraba en el vestíbulo, cerca del espejo, cuando un rayo iluminó toda la habitación. En ese fugaz destello, noté algo extraño en mi reflejo del espejo. Decidí no darle importancia y seguí avanzando, pero la sensación de estar siendo observada no se quitaba.
Finalmente volví a la cama y dormí. Sin embargo esa sensación me seguía atormentando cada vez que pasaba frente al espejo. Prefería no saber si mi cabello se encontraba perfectamente recogido que volver a ver mi reflejo. Intentaba que los niños jugaran en el jardín en vez de frente al espejo, porque no podía evitar pensar que una presencia extraña nos observaba detrás de él. Aunque hasta entonces, era sólo una percepción mía, una conjetura...
Hasta aquella noche.
No llovía como la anterior, pero el viento azotaba con fuerza las ventanas y las pesadas nubes ocultaban el brillo de la luna. Los niños me habían llamado llorando porque tenían pesadillas. Estaba demasiado cansada para consolarlos, luego de haber hecho jardinería todo el día, podando las malas hierbas.
Intenté despertar a mi hermana para que fuera con ellos, hacía días que estaba aún más sumergida en su tristeza. Los niños ya habían aprendido que su madre no iba a ir a consolarlos.
La sacudí y la llamé por su nombre una y otra vez, pero todo era en vano. Observé en su mesa de luz de algarrobo un vaso con un poco de whisky en su interior. Al lado, un frasco de pastillas para dormir.
Suspiré y fui con los niños.
Se encontraban aterrados, sus ojos estaban abiertos de par en par y no pestañeaban, como si intentaran evitar perderse algo que podría suceder a su alrededor.
—Soñamos con el espejo, tía —dijeron con sus vocecitas casi quebradas del llanto.
Sus lágrimas seguían cayendo por sus pequeñas caras rojas e hinchadas, mientras describían sombras y reflejos oscuros que los acechaban mientras se miraban al espejo.
El corazón me latía con fuerza, ¿cómo era posible que estos niños sintieran esa presencia?
Decidida, busqué un revólver de mi fallecido cuñado, guardado bajo llave en la habitación principal. Con el arma cargada, caminé hasta el espejo y enfrenté lo que hacía días que estaba evitando, mi reflejo.
Al principio no noté nada peculiar, pero luego, unas sombras empezaron a envolver los ojos de mi reflejo. Apunté.
Caía sangre, pero no encontré ninguna herida, sólo lágrimas. El espejo no reflejaba la realidad, la distorsionaba.
Mi reflejo tenía una mueca exagerada, malvada, demoníaca. No podía ser yo, sin embargo... lo era.
Todo se volvía más difuso mientras observaba al espejo. El tic tac del reloj había empezado a ser cada vez más inquietante e intenso, perforándome los oídos. Mi reflejo se movió, pero yo permanecía inmóvil.
Cerré los ojos y disparé.
La bala cortó el aire con su impacto y sentí como el cristal estallaba y caía sobre mis pies descalzos. Ya podía abrir los ojos... pero tenía miedo.
Cuando finalmente tomé el valor los abrí. Desearía nunca haberlo hecho, desearía que los cuervos me hubieran devorado los ojos aquel día en el jardín. Aquella sonrisa siniestra... mi sonrisa, se seguía reflejando ante un espejo sin cristales.
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Fragmentos
Historia CortaCuando escribo, mil ideas o fragmentos son dejados ahí, sin seguirlos ni completarlos. Este libro recopila mis fragmentos, ideas breves o microrrelatos. No tienen un género literario definido, pero siempre se acercan a la fantasía.