-Parece que alguien no durmió muy bien anoche -me dijo Rita en cuanto me vio entrar por la puerta de empleados en el restaurante. El padre de Marie, mi tío, me había conseguido trabajo en una de las muchas cadenas de restaurantes de comida rápida que administraba por la ciudad. Había tenido muchísima suerte de encontrarme con Rita, una chica de mi edad, para acoplarme al lugar. Ella se había convertido en una buena amiga; también conocía mi situación como tapadera de Marie y no estaba de acuerdo con lo que hacía (me lo pasaba recordando siempre que podía). -Sí, el novio de Marie apareció justo cuando ella estaba besuqueándose con Adam en el sillón de la sala. -Bostecé-, me tocó esconder a Walker en mi habitación. Créeme cuando te digo que fue la hazaña más grande que he hecho en mi vida: movilizar a un borracho hasta mi dormitorio. Después de eso no pude dormir mucho, estuve intentando callar a Adam cuando comenzó a cantar todo el repertorio musical de Selena Gómez. Rita hizo el intento de no reírse, pero fracasó miserablemente cuando la escuché lanzar una fuerte y nasal carcajada. La acompañé, riéndome también. Un tipo como Adam (todo un tipo rudo) no daba la impresión de escuchar esa clase de música. -No tengo ni idea de cómo es que se las sabe -dije, ahogándome entre risas. Estuvimos bromeando a costas de Adam por un rato más, hasta que Cliff, el puerco que mi tío había puesto como gerente, apareció detrás de nosotras. Usaba un enorme traje gris con una corbata roja a rayas que no le llegaba ni al ombligo. El tipo era más grueso que un tanque militar. Nos repasó con la mirada, intentando meter los ojos hasta por la más mínima rajadura de nuestros cuerpos. Él nos obligaba a usar denigrantes uniformes de "trabajo" que apenas y llegaban a cubrirnos un tercio del muslo. Hoy vestíamos una versión, a mi parecer, de prostitutas marineras. Incluso teníamos que ponernos un ridículo sombrero de tela para complementar el atuendo. No entendía por qué de marineras: ¡el restaurante era de hamburguesas! Ni siquiera servíamos hamburguesas de pescado.
Pero el tipo se excusaba diciendo que le gustaba ser innovador y esta era una forma de hacerlo. -Niñas, niñas... ya es hora de trabajar -habló mientras no disimulaba viendo entre nuestras piernas. Se pasaba la mano por lo poco que le quedaba de cabello, y se absorbía constantemente el sudor de la frente con una servilleta de papel haciendo que le quedaran pequeñas tiras enrolladas. Nos pasó, dirigiéndose hacia su diminuta oficina a hacer solo Dios sabe qué cosas porque dudaba que trabajara siquiera. Caminamos con Rita hacia la cocina, yo tomé mi turno detrás de la caja registradora y ella se ubicó en el área de autoservicio. Treinta y dos clientes después (y cientos de pensamientos intentando ser paciente), apareció frente a mí alguien a quien jamás imaginé ver en un sitio como este. -¡Eder! -dije en sorpresa. Él me regaló una pequeña sonrisa moderada. Eder era completamente lo opuesto a Adam: de cabello castaño claro, ojos azules y de una apariencia elegante y pulcra. Apostaba a que si miraba sus uñas, las encontraría sin una sola partícula de suciedad. Le sonreí en respuesta, él era sin duda demasiado atractivo para alguien como Marie. -¿Se te ofrece algo? -pregunté mientras lo veía observando atentamente el menú detrás de mí. Negó con la cabeza. -Quería hablar contigo, después de tu turno. ¿A qué hora puedo venir? Mi boca se abrió en sorpresa. Por lo general no charlaba mucho con Eder, él llegaba directo al dormitorio de Marie, y con suerte lograría verlo a la mañana siguiente mientras nos topábamos en el baño y me daría un asentimiento de cabeza como único reconocimiento de mi existencia. Luego se iría con el rostro avergonzado y regresaría de nuevo por la noche. -Salgo a las dos. -Bien. Te veo entonces a esa hora. Salió del restaurante, dejando una nube de delicioso olor a su paso, lo perdí de vista una vez que atravesó las puertas. -Te gusta Eder, ¿verdad? -dijo una voz ronca, bastante familiar. Me giré hacia esa voz, y allí, sentado en la mesa más cercana, comiendo un trozo de papa, estaba el mismo tormento que conocí hace cinco desgraciados meses. Adam siempre usaba las camisetas pegadas, creo que el bastardo sabía perfectamente cómo eso descolocaba a las mujeres. A todas. Incluso a algunos hombres. -No seas tonto -dije intentando limpiar un poco el contador de madera que Cliff había mandado a pedir directamente desde la India. ¿Por qué? No sé -. Eder no es mi tipo.
-¿Y cuál es tu tipo? -preguntó, deslizando otra papa en su boca. -Definitivamente no tú. Alzó las cejas en sorpresa. -¿Yo no? -Nop. -¿No te gusto ni siquiera un poquito? -cogió otra papa con sus largos dedos estilo pianista. Solo podía recordar esta mañana cuando invadió mi privacidad en la cama. No le conté a Rita pero la verdadera razón por la que pasé despierta toda la noche fue porque no pude controlar mi respiración estando cerca de Adam. Digo, ¿quién en su sano juicio podía dormir sabiendo que estaba él en la cama? Absolutamente nadie. Sin querer, había visto el tatuaje que tenía en la base de la espalda; era alguna clase de escritura o alguna frase, pero no pude descifrar qué decía ya que la otra mitad estaba oculta por su pantalón. Me vi tentada a descubrirlo por mí misma... -Estás dudando -dijo después de cinco segundos en los cuales no dije nada-, eso significa que al menos me estás imaginando desnudo, ¿cierto? -¡Tonto! -Aunque estuvo cerca... -Tranquila, nena. Dejaré que obtengas un pedazo de mí, de forma gratuita. Resoplé. -No me gustas Adam, ya supéralo. -Entonces, dime, ¿qué puedo hacer para cambiar tu opinión? -Lo vi levantarse de la mesa y dirigirse hacia mí. Caminaba lentamente mientras se saboreaba los labios, dándome esa mirada de cazador apuntando con un rifle a su presa. No había nadie haciendo fila por los momentos, así que fue fácil para él acercarse. -Creo que sí puedes hacer algo -dije-, ¿por qué no metes tu pie en tu boca? Alzó una ceja, divertido. -¿Quieres que meta tú pie en mi boca? -Créeme, si pudiera meter mi pie en alguna parte de tu cuerpo sería en... -¡Anita! -escuché que llamaba Cliff. Vi su cuerpo voluptuoso salir de la oficina y segundos después ya estaba a la par mía. -Anita, mira lo que acaba de llegar -sacudió frente a mí un traje de policía versión mujerzuela-. Son los nuevos uniformes de trabajo. Escuché a Adam reírse. -¿De policía? -chillé. Ahora sí que Cliff enloqueció. Solo faltaba que nos hiciera usar un traje de "enfermera" cachonda; eso sería la cereza de mi postre. -Conseguí tallas para todas -dijo emocionado-, menos para Mirna. Mirna era una mujer de cincuenta años, se encargaba de la limpieza del local. Constantemente se quejaba de discriminación; al parecer era la única que quería usar los exóticos uniformes de Cliff, pero él nunca la dejaba ponérselos. Decía que las estrías y la celulitis ahuyentaban a la clientela. Si tan solo Cliff supiera que Mirna estaba enamorada de él... -Pagaré el doble por mi comida si hace que ella use ese uniforme ahora -dijo Adam tirando un fajo de billetes en el mostrador. Los ojos de Cliff se abrieron de par en par. Yo le lancé una mirada envenenada a Adam, pero eso no lo inmutó para quitar su sonrisa arrogante del rostro. -Anna, ve y estrena el nuevo uniforme -me mandó Cliff. Já, ¡Que se pudra! No iba a denigrarme de esa manera. -¡No! -grité realmente furiosa. -Pago el triple -contraatacó el idiota de Adam, tiró otro poco de dinero. -¿Acaso no escuchaste, tarado? Dije que NO. -Yo también pago el triple -habló uno de los clientes, tiró sus billetes cerca de los de Adam. A Cliff casi se le baja el azúcar al ver la cantidad de dinero. Mi rostro se puso rojo de la cólera. -NO PIENSO USAR ESA COSA -grité esta vez más fuerte para que los dos imbéciles escucharan. Obviamente fueron inútiles mis protestas ya que después de que el hombre número cinco apareció diciendo que también pagaría por verme en el nuevo uniforme... O era eso, o aceptar que Cliff me despidiera. -Te odio -vocalicé hacia Adam una vez que salí hacia el mostrador usando el ridículo traje de mujer policía. Él me guiñó un ojo. No entendía por qué, pero mi estómago se contrajo ante ese gesto. Adam siempre era un bromista conmigo; desde que lo conocí nunca dejó de molestarme con los dichosos condones que eran para Marie. Era normal que ambos nos tratáramos como dos viejos hermanos que se peleaban constantemente. ¿Entonces por qué ahora me sentía diferente? Tenía ganas de arrancarle la camiseta con los dientes, luego untar queso derretido en su abdomen y comer mis papas fritas directamente de su pecho. ¡¿Qué rayos pasaba conmigo?! Debe ser el traje de policía... me hacía sentirme más poderosa.