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-Con que te gusta el chocolate, ¿cierto? -Así me saludaba Adam todos los días desde que descubrió a Marcus en el departamento (a pesar de que Marcus decidió no ser parte del círculo vicioso de Marie y no había vuelto a verlo desde entonces). Pretendí no escucharlo y continué con mi labor de pulir y limpiar el vacío mostrador del restaurante; tenía puesto mi nuevo uniforme de "chica/mujerzuela del futuro" que Cliff había mandado a hacer desde su colección personal de diseños. Todo el traje en sí era plastificado y de brillantes colores plateados. Ninguno lograba llegar hasta las rodillas, con suerte y cubrían una parte del muslo. -¿Qué harás después de tu turno, chocolatito? -Ese era Adam de nuevo-. Sabes que no me puedes ignorar para siempre. Resoplé. Fijé mis ojos en los suyos, deseando por más de una vez que hubiera una larga fila de clientes por atender para así ocuparme en algo que no fuera Adam Walker y sus ojos verde selva. Pero en el restaurante se encontraban únicamente la señora canosa que siempre pedía un vaso lleno de jugo de pepinillos, y Mirna, comiendo chuletas de puerco, lanzándole miradas no muy discretas (y algo lascivas) a Cliff. -Después del trabajo estoy muy ocupada -dije regresando la vista hacia el mostrador demasiado pulido. En vez de seguir encerándolo, alargué la mano y tomé una de las revistas de escándalos que Rita siempre cargaba consigo, traté de enfocarme en leer más allá del título. Ni siquiera me llamaba la atención pero pretendí estar emocionadísima e inmersa leyendo sobre la nueva adopción que hizo Angelina Jolie. Oh, mira, esta vez ella adoptó a un bebé húngaro. -¿Saldrás más tarde con Chocolator? -¿Por qué? ¿Te importa? -dije en un tono amargo. -Hmmm... -¿Qué pasó con Marie? Sácala a pasear. -¿También quieres que le ponga una correa y le dé un premio cada vez que orine en su caja de arena? -Los gatos orinan en cajas de arena. Los perros mean en donde se les dé la gana -lo corregí. -Como que alguien anda medio sarcástico, ¿no?
-¿En serio? No me di cuenta. Pasé a la siguiente hoja de la revista. Un enorme y llamativo anuncio publicitario de "Madame Cecile resuelve sus problemas" llamó mi atención: una mujer con ojos cafés demasiado delineados, las uñas pintadas de un tono rojo chillón, y un colorido turbante en la cabeza. Prometía el amor eterno o la devolución de su dinero. No.Puedo.Creerlo. ¡Yo conocía a esa mujer! -Ya sé lo que haré después de mi turno -le dije a Adam. -¿Qué? -Iré a ver a mi madre.


-¡Pastelito de calabaza, viniste a verme! -chilló mamá cuando me vio aparecer frente a su puerta. Tal y como en el anuncio, tenía sus largas uñas pintadas de rojo y sus ojos extremadamente delineados de negro. Usaba una túnica de colores, le llegaba hasta los tobillos. Me apretó con fuerza, lo que hizo que las múltiples pulseras en sus brazos chocaran entre sí, provocando una ola de ruido, y plasmó un sonoro beso en mi mejilla. Luego se fijó en Adam, quien se había ofrecido a acompañarme y ahora se situaba detrás de mí. Le dio una apreciativa mirada desde los pies a la cabeza. -Déjame adivinar -dijo ella-, ¿tu novio? -Como adivina te mueres de hambre, mamá -murmuré entre dientes. Ella rió y luego se acercó a Adam para darle un fuerte abrazo seguido de un beso. Cuando se apartó de él, la impresión de su boca con labial color naranja quedó marcada en la mejilla de Adam. -Muy guapo -ronroneó hacia él-. Cuéntame, Anna, ¿qué te trae por aquí a visitar a tu vieja y olvidada madre? Rodé los ojos. Mamá era tan teatral y dramática. -Solo hace un par de semanas que no te veo; y vine porque vi el anuncio. ¿Ahora prometes amor eterno? -¡Pero claro que sí! ¿No me digas que por eso trajiste a este suculento bombón afrodisiaco? Porque yo podría hacer que ambos tuvieran... -¡Mamá! Él es el... -¿novio, amigo con derecho, amante, el otro de Marie? -Solo amigo de su hija -terminó Adam por mí, salvándome de mi dilema. Mamá abrió enormemente la boca, luego la cerró de golpe. -Aún así yo podría...
Ni siquiera la dejé terminar esa frase. Me abrí paso en el interior de la casa y me detuve al ver la nueva decoración que le hizo al sitio: paredes rojas y afelpadas, cortinas hechas con collares dorados que colgaban desde los marcos de todas las puertas, espejos redondos ubicados a cada dos metros, y en donde antes solía estar el sofá de la sala ahora había una cantidad innecesaria de cojines rojos y blancos dispuestos en el suelo. Escuché jadear a Adam a mis espaldas. -¿Te gusta la nueva decoración? La hice yo misma -habló mamá, vi su figura llamativa dirigirse hacia la cocina y regresar con una bandeja de té helado-. A tu padre no le gusta... Eso me hace amar con locura este lugar. Asentí con la cabeza, ajustando la visión gracias al molesto color de las paredes. Hace cuatro años ella y papá se divorciaron. Desde que tenía catorce, supe lo que era dividir tu tiempo entre dos personas que jamás se lograron poner de acuerdo ni para qué tipo de cerámica se pondría en el baño. Era hija única así que fue fácil para ellos separase y rehacer sus vidas. Lo aceptaba, en serio. Pero desde el año pasado que mamá declaró querer ser psíquica, y papá manejar un lote de autos chatarra, tuve que poner un alto e independizarme a como diera lugar. -Todo es bastante original -dijo Adam. No sabía si se estaba burlando o lo decía con sinceridad. -Gracias por el cumplido, bizcochito -lo halagó mi madre. Adam le dedicó una de sus sonrisas ladeadas que tanto hacían que mi estómago se apretara. -Entonces, Anna... ¿qué tal andas de amores? -preguntó ella. ¿Por qué mamá quería insistir en ese tema? Mi situación amorosa era inexistente. Cero. Nada de nada. Ni siquiera tenía a un extranjero perdido que de casualidad fuera a dar a mi puerta; y si eso sucediera... probablemente se tiraría a los brazos de Marie al verla. ¿Acaso mi cabello marrón era poco atractivo? Yo sabía que era algo rebelde y en algunas ocasiones imposible de peinar pero... -¿No le ha contado que sale con Chocoman? -escuché que dijo Adam. Al instante mi mano salió disparada hacia su hombro. -¡Deja de ponerle apodos! Su nombre es Marcus, M-A-R-C-U-S. Y no es mi novio... -Oh, pero tuvo que verla esa noche. El Choco-chico hasta le compró un enorme oso de felpa. "Eres toda mía" -citó de manera despectiva las palabras que se encontraban bordadas en el peluche. Mi rostro se puso rojo tanto como por la ira, como por la vergüenza. Si tan solo supiera que Marie fue la inventora de todo eso. Mamá se quedó sabiamente en silencio, disfrutando del show entre los dos. La rabia inundó mi sistema.
-¿Y qué? Por lo menos no sale corriendo cada vez que mencionan el nombre de Eder -le dije golpeando uno de mis dedos contra su pecho-, es como cuando a un ratón le dices la palabra gato. Tú no lo harías mejor que él. Adam estrechó sus ojos, acercándose tanto a mí que tuve que echar la cabeza hacia atrás para verle el rostro. Oh, eso lo había molestado. -Créeme, Anna, yo sí sé hacer muchas cosas mejor que él -respondió ahora furioso y con el rostro a dos centímetros del mío-. Para empezar sé cómo se debe besar a una chica. Tu Chocolino no sabía siquiera en dónde poner las manos, mucho menos cómo mover su lengua dentro de tu boca. Tuve que detenerlo antes de avergonzarse a él mismo, y avergonzar a toda la raza masculina. Tragué saliva. Le di miradas disimuladas a mi madre quien aún seguía parada cerca, observándonos con atención; con la misma con la que observabas un partido de tenis. No podía creer que él estuviera diciendo esto frente a ella. Un calor abrazador inundó mis mejillas. -Tal vez ese sea el problema -murmuré, no podía ni formar palabras coherentes-, eres todo un experto en el tema. Demasiado para mi gusto. -Nunca he sabido que ser experto en algo sea malo. Quizás este experto pueda transmitirte algo de sabiduría antes de que llames a ese tipo, Chocozilla, un maestro en el arte de la seducción. Porque te lo digo, el simple hecho de untarse chocolate en el pecho no lo hace más apetecible. Lo hace un bobo que necesita de todos los medios posibles para llamar la atención. De repente él estaba demasiado cerca de mí. No me dejaba respirar. -No sigas diciendo esas cosas -dije perdiendo todo el poder en mi voz. Adam me tomó de los hombros y me acercó aún más a su lado (si es que eso era posible, su cadera chocaba con la mía). -Yo no necesito de trucos baratos para impresionar a una chica -habló en mi oído-. Tampoco necesito ayuda de osos de peluche para reclamarla como mía... Simplemente se lo digo y punto. Mis rodillas comenzaban a debilitarse, toda la armadura que cargaba parecía aflojarse ante las cosas que me estaba diciendo. Intenté zafarme de su agarre pero no me dejó ir. En un movimiento arrebatado pegó mi frente contra la suya, y me obligó a verlo a los ojos. Un huracán se estaba formando en su interior, y en el mío se desataba un tornado. -Y si quiero besarte, Anna -susurró contra mis labios-, no espero a que tú hagas el primer movimiento. Simplemente me lanzo. Lo vi acercar su boca a la mía, mi corazón se detuvo esperando por ese momento. Mis labios quemaban por tocar los suyos... pero justo antes de que ambos pudiéramos siquiera parpadear, escuché claramente que se aclaraban la garganta. Me entró instantáneamente el pánico.
¿Era Marie? ¿Ella nos había visto? Entonces recordé que nos encontrábamos en casa de mi madre, vi su silueta parqueada frente a nosotros. Me había olvidado completamente de ella. Me separé inmediatamente de Adam. Estaba tan avergonzada que no fui capaz de despegar la vista del suelo. ¿Qué acababa de suceder? ¿En verdad iba a besarme? -Ya veo que no estás tan mal de amores después de todo -dijo mamá con cierta diversión en su tono. Ya podía imaginarme su boca naranja frunciéndose para evitar sonreír. Quise que el suelo se partiera y me absorbiera viva. Pero como siempre, esperar a que esa clase de milagros sucedieran era algo imposible. Tan imposibles como lograr que Adam me bese. -Los dejaré solos un momento -anunció mi madre-. Espero que no se maten entre ustedes... o terminen besuqueándose en los cojines de mi sala. Mamá salió hacia la puerta de la cocina, determinada a no voltear a ver atrás. Mi rostro ardía en caliente. -Adam, yo... Lo siento. No debí haberte provocado. Fue mi culpa. Alcé la vista para ver sus ojos, pero él estaba ido viendo hacia la pared detrás de mí. -¿Me estás escuchando? -pregunté. -¿Ganaste el primer lugar en "El trasero de bebé más lindo"? -¿Qué? ¿De qué...? -él señaló hacia la pared que observaba con atención. Allí colgaba un título en el que se leía: Primer lugar al trasero de bebé más lindo. No podía creer que mamá aún conservara eso. -A mi mamá le gustaba inscribirme en muchos concursos cuando era niña -expliqué-. Al ganador le daban una dotación de comida para perros y cupones de descuento en el supermercado. -¿Tenían perros? -No. Pero mamá era muy ingeniosa y siempre lograba intercambiar el concentrado por pescado. Traté de apartarlo del vergonzoso pedazo de mi pasado, pero Adam era obstinado y continuó viéndolo con atención. -Me gustaría confirmar si el trasero más lindo sigue siéndolo -dijo mientras me atravesaba con la mirada. -Tal vez en tus sueños. Oh, habíamos regresado a las habituales bromas. Menos mal. Me aparté de él, e iba a sentarme en uno de los cojines de la sala, cuando la puerta de la cocina se abrió de un solo golpe, haciendo que perdiera mi objetivo y que mi trasero golpeara el suelo en su lugar. Mamá salió con una amplia sonrisa en el rostro. -A que no sabes quién viene a verte-chilló emocionada. Detrás de ella había alguien más pero gracias a la larga y enorme túnica que estaba usando mamá no pude ver de quién se trataba.
Cuando ella se hizo a un lado jamás pensé en volver a ver a esa persona en toda mi vida. Todavía recordaba lo último que le había dicho antes de la graduación: "Lo siento pero yo no estoy atraída hacia ti de esa forma. Debemos terminar." -¡Anna! -dijo él. -¿Mason? Lo que me faltaba... ver a mi ex novio justo en este momento. Fantástico.

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