Marie se iba a molestar. Oh, sí. Estaba segura de que ella, por sí sola, era capaz de desatar la tercera, cuarta y quinta guerra mundial. La última vez que un chico la dejó, el pobre terminó en un hospital con un ojo vendado y marcas de uñas por todo el cuello y la nuca. Aunque puede que en esta ocasión sea diferente: Adam no era el único con el que andaba, así que tenía más oportunidades de reemplazarlo. Pero por otro lado él era uno de sus favoritos, el que ella consideraba más novio de lo que Eder jamás podría ser. Obviamente eso no me hacía sentir mejor, solo me hacía sentir peor y miserable. ¡Era como estarla traicionando! Aunque sinceramente se lo merecía. Además de eso me sentía culpable, culpable por querer mantener mis labios pegados a los de Adam todo el tiempo. De verdad, ¿cómo pude haber pasado toda mi vida sin besarlo? En serio, ahora compararía mi vida amorosa en: antes de los besos Adam, después de los besos de Adam. El efecto Bambi se hacía presente más veces de las que pudiera contar en un solo día (y eso que apenas y nos habíamos "dado la oportunidad" hace unas horas atrás). Al poco tiempo fue fácil para Rita y los demás descifrarlo; todos en el restaurante nos felicitaron al enterarse y, al parecer, Mirna había ganado la apuesta en esta ocasión ya que también apostaron a cuándo explotaríamos y nos íbamos a gritar las cosas en la cara y admitir lo que sentíamos el uno por el otro. No sabía que yo podía ser tan predecible. Pero aclaro, no solo porque Adam me diera unos cuantos besos dejaría de pensar en que era un idiota, porque sí lo era. Había hecho que Cliff me despidiera... y me diera otra oportunidad. Asi que ahora estaba en un periodo de prueba de una semana para ver si conservaba el empleo o no. Cualquier error que cometiera en esa semana, y definitivamente sería despedida. Se podía decir que le había dado lástima a Cliff y por eso me dio esa única y última oportunidad para no estropear las cosas. Esta vez no lo iba a echar a perder.
Esa misma noche, cuando abrí la puerta principal del departamento que compartía con Marie, pensé que iba a encontrar un desastre digno de un tornado. Pero en su lugar todo estaba calmado, limpio y demasiado silencioso para mi gusto. No parecía haber nadie en la casa así que me escabullí hacia el baño para quitar el olor a comida que siempre se me pegaba del restaurante, y para limpiar las sobras de salsa de tomate que Adam me lanzó en nuestra pequeña pelea con condimentos. Antes de que pudiera llegar por completo a alcanzar la perilla de la puerta del baño, escuché un sollozo provenir de la habitación de Marie. -¿Anna, eres tú? -preguntó ella con voz quebrada. Apreté mi labio inferior y me debatí entre si debía entrar o hacerme la que no había escuchado nada. -Anna, te necesito. Ven por favor -volvió a llamar. Liberé mi labio y caminé de forma resignada hacia su dormitorio. Marie estaba sentada a orillas de su cama tamaño matrimonial con cobertores rosa pálido; su cabello naranja se encontraba en un estado inusual: despeinado. Su rostro era pálido, y sus brazos se aferraban a una pequeña almohada que tenía bordada la letra M. -¿Qué te ocurre? Te ves... -¿Acabada, destrozada, desolada, abandonada? -dijo ella. No estaba precisamente llorando a mares, estaba mas bien en un estado tranquilo y casi en shock. Me sentía aterrada, preferiría que estuviera haciendo una de sus famosas rabietas de niña, a estarla viendo de esta manera. Era más peligrosa en este estado, además, tenía miedo de que se me echara de ver en la cara lo culpable que me sentía por siquiera llegar a besar a Adam. -¿Te sientes bien? ¿Estás enferma? -le pregunté; claro que sabía que no era eso, pero era mejor fingir que nada había pasado. -No te hagas la que no sabes -dijo simplemente. Me temblaron las rodillas. ¿Acaso ella sabía lo de esta tarde? -No sé de qué... -Adam me dejó. -Eso es terrible pero yo... -Tú ya lo sabías -me dio una mirada asesina. Silenciándome. -Sí -respondí finalmente-, recuerda que él trabaja ahora en el restaurante... me lo contó todo hoy. Marie se secó una lágrima que se le había escapado silenciosamente. No pensé que estuviera llorando. -¿Te contó por qué terminamos? -Mmm... no. Se sorbió otra lágrima. -Me dejó porque... porque -le gusta otra persona, completé en mi mente-... Porque tiene un trabajo peligroso y fuera de los límites. Y yo no lo apruebo. Eso no me lo esperaba.