❝espectros en la cittadella❞
𝓢oledad era, para Suguru, la conmiseración hacia los individuos al no saber lo que se sentía estar hundido en la desgracia. Pasaba por un mundo blanco y negro, sin grises, donde se generalizaba a los afligidos metiéndolos en la bolsa del: «Oscuro acontecer conduce a la bonanza». Pero, ¿para qué poseer una felicidad extrema si se disponía del placer de experimentar lo que fuese? Es decir, él hablaba muchas veces sobre lo feliz que se sentía de percibir la enorme cantidad de emociones habientes, llevándolo a la conclusión de que disfrutaba ser un humano simplón al que poco le importaba no contar con una ficha de suerte. Él consideraba que había que huir del entumecimiento emocional para despertar en un mar de sensaciones.
Suguru poseía esa clase de habilidad. Seleccionaba dentro del catálogo algún sentimiento particular y creaba, a partir de ello, algo magnífico, pues experimentó —según sus propias palabras— casi el cien por ciento de lo que las emociones tenían para darle. Para mí era distinto, porque soledad era un conjunto de siete letras que formaban una palabra hirsuta, quizá desabrida. Era esa clase de palabras que se distorsionaban al momento de repetirlas una y otra vez, aunque estuviese ahí, metida en la vida diaria. Yo podía jurar conocerla del derecho al revés. Sin embargo, me preguntaba por qué la trataba justo como una desconocida.
Seleccionando algún sentimiento dentro del diverso catálogo de Suguru, me sentía igual. Eran cosas simples enredadas hasta volverse en un embrollo.
Shoko Iieri iba por las mañanas con un rostro de aburrimiento contagioso. Movía la puerta corrediza del salón 4-1, escogía el asiento más próximo a las ventanas, y apoyaba el mentón en el pupitre pensando en qué haría para no someter a su cerebro a la toma de: la consciencia de estar vivo. Quien la conocía siempre llegaba a la conclusión de que era una mujer que divagaba demasiado. Lo suficiente como para desconectarse de la realidad. Las razones para cada uno eran diferentes, más allá de que todos en el curso íbamos a nuestro rollo.
Para la asignatura, Shoko representaba el hastío. Eligió para su proyecto una máscara de yeso, cuya expresión era sonriente, y la mujer que la portaba se asemejaba a un guion. Así de liso. Así de invariable. Lo del nombre, ahí sí, estaba en juego.
Nos contó lo de la máscara de camino a la cafetería de las baterías en las que cursábamos la mayoría de las asignaturas. Iba diciéndonos todo sobre lo poco planeado que tenía, y me parecía más de lo que yo pudiese haber aspirado. Es decir, su voz era una mancha más en el fondo, en la amplitud de la ciudad; analizaba de qué forma tomaba lo cotidiano. Veía los transeúntes y pensaba en sus caras, en qué expresaban, en lo monótono de lo rutinario. Era de noche. A esa oscuridad la llevé al presente y saboreé su gusto a óleo. Conté pocos minutos en lo que duraba nuestra caminata. Los segundos se perdían en un plano impenetrable probablemente repleto de ideas a las que no iba a ser capaz de acceder.
Luego desperté de un sueño, sin haber dormido, pues andábamos en una carretera que imaginé como una trocha. Pasó un auto y tenía una de las luces delanteras rotas. Una delgada sonda de luz alumbraba los huesos del vehículo, taladrando el filtro polarizado de las ventanillas, y percibí el tono damasco semejante a una peonía de seda perdida entre harapos.
Llamó mi atención con solo pasar de largo y olvidarse entre los demás vehículos cerca de la bocacalle. Tardó menos de dos minutos en desaparecer por completo. Desvió a la izquierda y giré la cabeza hacia Shoko; reía con suavidad. Abrió la puerta de la cafetería y entré al último, justo después de observar el cartel que decía: «Empuje». Pedí un cortado, hablamos del proyecto y, después de una conversación repleta de trivialidades, cada uno tomó su rumbo. Volver a casa esa noche fue inédito. Busqué ese coche entre los otros, aunque me alejaba de los planteles, y las paredes del departamento fueron ojos que me observaron pasar, entrar al cuarto, sentarme en frente del escritorio y sacar el Art Book de un cajón con llave.
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𝐌𝐎𝐎𝐍𝐋𝐈𝐓𝐄 | 𝐠𝐨𝐣𝐨 𝐬𝐚𝐭𝐨𝐫𝐮
Fanfic𝐌𝐎𝐎𝐍𝐋𝐈𝐓𝐄 | +18 Como eras cuando estabas acostada, como la doble página de una revista, en un negligé en la cama. Por la ventana, en carne iluminada por la luna. Tan demacrada que tu piel se veía tan azul y húmeda. Eras mi chica, mi cosa. Qui...