𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐒

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❝pacto de silencio❞



                 𝓢ostuve los papeles delante del afiche de telgopor y Maki clavó los bocetos del bosque en llamas en orden cronológico. Primero saldrían los paisajes, luego la dama caminaría entre medio de los abedules y parte de su vestido blanco se convertiría en delgadas láminas de cenizas. Quiso contratar algún músico ermitaño que le diera vida a sus escenas de film dramático, pero se quedó con el viejo piano de la casa de Kōriyama, que al caerse la cabeza de una vieja muñeca matrioshka, tocó un par de notas graves que le daban el toque dulzón a la secuencia de las escenas.

De por sí —Kōriyama se lo repitió mientras se grababa tocando las teclas de tonos más bajos en su piano de cola—, aquellas notas no tenían armonía alguna. Es decir, la muñeca rusa, decapitada por el tiempo, cayó sobre las teclas o el vientre del azar, y debió ser —supuso— que la productora por su desesperación de seguir tachando los pendientes en la lista, creyó que esa debía ser la pieza oficial de su proyecto. Aun así, Kōriyama solo se animó a alargar la melodía, acomodando las notas que iban en destiempo, conservando la esencia original de la pieza que creó un objeto sin vida. 

Vi su cara con atención. Me hacía señas desde el banco del piano, tocando los pedales con la punta de los zapatos. Llevaba las manos desde la punta hasta el centro, movía las hojas, las daba vuelta, las colocaba en el centro de nuevo, y escuchaba lo que las hermanas discutían. Al entrar y saludarme dijo: «¿Por qué estoy haciendo esto? Gojo, tocar fondo es un sinónimo de seguir las indicaciones de una maldita muñeca rusa».

—Rectos o torcidos, da igual. Es un afiche asqueroso y sé que lo quemarás cuando apruebes este proyecto —le dije, resoplando. Los llamativos tonos verdes de los árboles se veían casi a través de los anteojos de sol. Aunque el estudio fuese un lugar oscuro, me daba pereza sacármelos y guardarlos en el bolso.

—El orden ayuda a despejar las ideas, imbécil con gafas.

—Pero tú tienes la asombrosa capacidad de crear desorden hasta en lo que separas en paso a paso.

—¡Púdrete! Vete a tu departamento, Satoru, ya estás empezando a molestarme.

Lancé una carcajada.

—Tu hermana me invitó. Eh, de todos modos, vine porque según ustedes Suguru iba a llegar temprano.

—¿Y tú desde cuándo le crees todo?

Kōriyama carraspeó y los tres giramos para poder verlo. Tenía una mueca en la cara, como si quisiera reír de lo que decíamos, aunque tampoco era gracioso. Justo a su lado había un bolso medio abierto del que sobresalían los extremos de un cinturón. La hebilla plateada llamó mi atención por su forma. Él dijo:

—Debo irme en media hora. ¿Necesitarás que toque todo desde cero?

Maki resopló.

—Puedes irte si quieres. Eso es todo, nosotros esperaremos a que llegue Suguru para seguir con los bocetos. Pero, ¿por qué tanta prisa?

—Bueno, quedé con alguien... —Vaciló, viendo de reojo su propio bolso. Luego, se agachó unos centímetros para meter los extremos del cinturón, hasta que ya no pudimos verlo—. ¿Ya? Los hombres no tienen que dar explicaciones. 

—¡Como si nosotras sí tuviéramos! —exclamó Mai, recargada justo en frente de la varilla del piano. Se arremangó las mangas de la camiseta hasta que dejaron al descubierto sus codos, y retiró un alfiler del afiche blanco; lo lanzó dentro de la caja de costura, manteniendo la expresión, y luego miró hacia su teléfono. Se había encendido, aunque tenía el sonido desactivado—. Llegó Suguru. Eh, Satoru, ve y ábrele la puerta, que está con cerrojo.

𝐌𝐎𝐎𝐍𝐋𝐈𝐓𝐄 | 𝐠𝐨𝐣𝐨 𝐬𝐚𝐭𝐨𝐫𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora