𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒

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❝las formas de morir❞



                      𝓔s lo que quedaba después de haberme deshecho sobre un escritorio. Conservé las ojeras que rememoraban las horas de insomnio, la cafeína barata de Caffé Akasofu, y el viejo colchón que debía cambiar indiferentemente de cuán lejos estirara las fechas de renovaciones. Aún aguantaba mi peso y el de los sueños intranquilos que sufrí por el exceso de cafeína. Pero esa mañana desperté de mi sueño breve habiendo llegado a la conclusión de querer saber más acerca de la mujer que posaba como un muerto frente al ojo de una cámara para luego arrancar su corazón.

Corrí hasta llegar a la cittadella. Suguru se despegaba de una máquina expendedora de latas frías que iban desde el té helado hasta el agua gasificada. Colgaba de su cuello una tarjeta que de vez en cuando se escondía por debajo del escote del hoodie BAPE que de vez en cuando, al hacer mucho frío, solía vestir. Creí que de tan solo verme la cara sabría que iba con algo importante que decir, pero al captar mi presencia solo movió su comisura formando una sonrisa torcida, y alzó la lata frente a su nariz sin haberla abierto.

Pronunció con su tranquilidad envidiable:

—¿Una? Yo invito.

—Tomé café en casa.

—¿De esa misma cafetería de mierda? Olvídalo, te compraré una de estas —Luego bufó. Metió una moneda de diez yenes en la rendija y al caer al fondo de la máquina sonó. Escuchar el ruido hizo que recordara regalos viejos de la familia, específicamente pequeñas alcancías de barro. Ya no hacía falta que alguien me preguntara qué quería beber; Suguru sabía bien que prefería el café con una dosis enfermiza de azúcar, pues era la única manera que tenía de sobrevivir a lo que escondiesen las mañanas—. Ahora sí. Se te pudrirá el estómago con esa bebida barata.

—Sabe bien.

—Porque te acostumbraste a tragar algo más tóxico que el petróleo —Blanqueé los ojos. Suguru siguió bebiendo fingiendo no ver mi expresión. Yo tomaba café y él elegía las latas de gaseosa fresca. Frío o calor, para él, siempre era buen momento para tomarse un refresco—. Tuve una noche movida. Fui al karaoke con tres de Economía. Cantaban del asco.

—¿Tres al mismo tiempo?

—Deberías arriesgarte a conocer esa emoción.

Tuve que reírme. Carcajeaba tan suavemente que me pregunté si él, en realidad, era capaz de escucharme. Aunque no era propio de mí ser tan silencioso en compañía de mis amigos más cercanos. Quien me viese —en verdad, quien me conociese— sabría de antemano que ocurría algo que ni yo mismo era capaz de poner en palabras.

—Soy más del tipo de quedarse viendo idioteces en el departamento.

—¿Acompañado? —preguntó, como si no supiese la respuesta.

—Conmigo mismo. Tengo buen gusto para elegir las películas.

Suguru alzó el brazo y palmeó mi espalda. Al sonreír destacaba aún más la forma de sus ojos rasgados. Pero según escuchaba de las mujeres que salían con él, su clase de genuinidad quedaba ahogada en una expresividad engatusadora. Más allá de todo, para mí él seguía teniendo la mirada de alguien juguetón que se escondía detrás de una actitud relajante. No podía negar que su afán de mantenerse siendo un encantador con quien fuese, a veces me llevaba a pensar en algunas conversaciones que manteníamos con Maki frente a la biblioteca. Suguru se cuestionaba por qué él y yo no. Una cara bonita es el primer envoltorio en desaparecer en cuanto se descubra lo que viene dentro. Debajo de las tapaduras aguarda lo...

𝐌𝐎𝐎𝐍𝐋𝐈𝐓𝐄 | 𝐠𝐨𝐣𝐨 𝐬𝐚𝐭𝐨𝐫𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora