epílogo: sambuche

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Una mañana de lunes, Enzo volvía a salir a las apuradas de su departamento.

Llegó al jardín corriendo, saludando rápidamente a su tío y dirigiéndose a la sala de profesores, donde estaba Julian, su novio y compañero de casa.

El castaño levantó la vista de su cuaderno y le sonrió.

– Hola amooor. – se paró y lo saludó con un beso en la boca, claramente correspondido. – ¿Cómo estás?

– Bien bien, pasaba a saludar nada más. – abrazó al castaño de la cintura. – En un rato me voy a la facu.

Enzo estaba cursando su último año de Profesorado en Historia, cada vez estaba más cerca de recibirse y él no podía estar más feliz, Julian estaba muy orgulloso de él.

El mayor seguía trabajando en el jardin de Aimar, y Enzo, que había dejado sus días de celador, trabajaba en un café en el que compartía oficio con Lean.

Luego del descontrol en la cordillera y lo sucedido en la provincia de Cuyo, su relación siguió su curso con normalidad. Conociéndose y enamorándose cada vez más. Existieron los pequeños conflictos y malentendidos entre ellos, pero los chicos aprendieron a comunicarse y arreglarlos sanamente. Su lugar seguro era con el otro, y siempre volvían a estar bien.

Ahora convivían en un pequeño departamento, con mucho amor para compartir.

– ¿Al final a dónde vamos esta tarde? – habían quedado en ir a tomar la mediatarde por su aniversario, que había sido días antes, cuando Enzo saliera de cursar y Juli del trabajo. La idea había sido del morocho ya que ambos eran amantes de ese momento del día.

Esa merienda era una total mentira, va si pero no, Enzo quería hacerle una sorpresa a su novio y en los nervios de no decirle tal regalo por ansioso, le dijo lo de ir a un café.

Enzo se había olvidado completamente de su pequeña distracción, así que como siempre, le mandó fruta.

– A esa que está cerca de casa. – dijo desprocupado el morocho.

Casa, pensó Julian totalmente en otra, nuestra casa, sonrió tontamente, Enzo hizo lo mismo aunque no entendía el por qué, ver al castaño siempre lo llenaba de serotonina.

Miró el reloj en la pared de atrás, notando que en cinco minutos debía estar en la parada o se le pasaba el colectivo.

– ¡Uy, voy tarde! – Julian lo miró como diciendo "qué raro..." – Nos vemos, bonito. – le dio un sonoro beso en la mejilla y salió disparado de la habitación, saludando a su tío que estaba ojeando unas carpetas.

– ¡No te vayas a olvidar la campera en el aula de vuelta! – le gritó Julian, sabiendo que Enzo lo escucharía.

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celador | julian x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora