CAPÍTULO 14

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La noche en la ciudad era un torbellino de luces y sombras, una sinfonía de caos que resonaba en cada rincón. Las sirenas de las patrullas cortaban el aire, un grito de advertencia que se perdía en el rugido de un motor desbocado. En el interior de un auto robado, tres ladrones se retorcían de risa, adentrándose en la locura de la adrenalina. Habían logrado escapar del banco con un botín que les prometía una vida de lujos y excesos, y el peligro que dejaban atrás solo alimentaba su euforia.

-¡Lo logramos, malditos! -gritó uno de ellos, mirando por la ventana mientras las luces de la policía se desvanecían en la distancia. Su risa era contagiosa, una mezcla de locura y alivio que llenaba el vehículo a medida que se alejaban de la escena del crimen. Pero la felicidad era efímera, y la oscuridad de la noche les acechaba, lista para cobrarles lo que les pertenecía.

De repente, en medio de la carretera, apareció una figura inconfundible. Un chico, parado ahí, como si el destino lo hubiera colocado en el camino de esos ladrones. Su rostro era una máscara de indiferencia, mientras sus manos permanecían profundamente sumergidas en los bolsillos de su chaqueta. Era Tn, y su presencia parecía desafiar las leyes de la física, de la razón misma. Los ladrones intercambiaron miradas de incredulidad, luego estallaron en carcajadas.

-¡Quítate del maldito camino, chico! -gritó el conductor, su voz impregnada de nerviosismo, pero también de la arrogancia que solo los que se creen invulnerables pueden tener.

Tn, sin moverse, simplemente alzó una mano, haciendo un gesto burlón como si realmente no escuchara. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y la escena se hubiera convertido en un cruel juego del destino. Los ladrones, llenos de confianza, aceleraron, dispuestos a arrollarlo. La velocidad se convirtió en un canto de muerte, y el impacto se sintió como una explosión en el corazón de la noche.

El auto se estrelló contra Tn, pero en lugar de ser aplastado, se destrozó como si fuera de papel, los metales retorciéndose y crujendo en una danza macabra

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El auto se estrelló contra Tn, pero en lugar de ser aplastado, se destrozó como si fuera de papel, los metales retorciéndose y crujendo en una danza macabra. La brutalidad del choque fue indescriptible, y los gritos de los ladrones se apagaron en un instante. La escena se bañó en un espeso manto de silencio, solo interrumpido por el eco del metal y el vidrio estrellándose.

Y ahí estaba Tn, ileso, su rostro aún inmutable, como una estatua en un museo de horrores. Pero entonces, una sonrisa comenzó a formarse en sus labios, una expresión tétrica que contrastaba con la devastación que lo rodeaba. El brillo de su mirada se iluminó al ver cómo la sangre brotaba del auto destruido, un espectáculo que lo divertía de una manera que no podía explicar. La vida y la muerte, la risa y el dolor, todo se entrelazaba en un juego en el que él era el único jugador.

-¿Qué tal, chicos? -susurró, su voz apenas audible entre los restos del caos, mientras la risa resonaba en su mente, un eco que lo acompañaría mientras continuaba su camino en este mundo lleno de máscaras y mentiras. La noche era joven, y él tenía mucho por hacer.

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