Peticiones negadas

223 22 3
                                    

Los dos meses siguientes pasaron excesivamente rápido, y por otro lado, excesivamente lentos. Para William era una tortura, su esposa lo odiaba y se aseguraba de que él se diera cuenta cada vez que podía. La fría indiferencia que le demostraba hacía que su corazón se estrujara cada vez que le hablaba y ella le respondía con monosílabos o simplemente un asentimiento de cabeza. Por más que William se esforzará en la reconciliación su esposa parecía esforzarse el doble por permanecer molesta.

-El fin de este mes, tendremos un baile. - anuncio William en la cena.

Todos en la mesa lo miraron con los ojos muy abiertos.

-¿Que dices? ¿Un baile? - pregunto Debbie perpleja.

-¿No crees que no es un buen momento?  o más bien, ¿No crees que es el peor momento para un baile? - soltó Fairy con su usual voz helida.

-Es el mejor momento para anunciar tu estado. A Debbie aún no se le hace notar la barriga y ella bailará y se divertirá como si no tuviese preocupaciones mientras tú anuncias las buenas nuevas.

William trato de sonreír a pesar de que su humor era el mismo que el de su hermana y esposa. Ambas mujeres lo miraban desde su asiento con ira.

Fairy se puso de pie a pesar de no haber terminado su cena.

-Bien, si me disculpan.

Salió de la habitación a paso lento, con la espalda recta como toda una señora.

Debbie también se fue pero refunfuñando.

William suspiro, estaba tan agotado, y aún faltan meses para que esto terminará. Esperaba que una vez que el bebé estuviese aquí su esposa lo adorara y todo quedase perdonado.

Subió a la habitación de su esposa como todas las noches a tocar su puerta para no recibir respuesta y desearle buenas noches aunque ella no le deseara lo mismo.

Pero está noche algo fue diferente. Fairy abrió la puerta.

-Fairy- soltó el duque sorprendido.

-¿Por qué la sorpresa? Llamaste ¿No?

-Pero nunca respondes y jamás abres la puerta.

-Queria hablarte.

William entro. Sus pasos eran lentos, temía que si era muy brusco su esposa se arrepentiría y mejor lo echaría. Pero ella espero a que él entrase y cerró la puerta casi sin hacer ruido.

-¿De que me querías hablar?

-Pues... Estaba pensando... En... Ir a mi casa.

-Esta es tu casa - soltó William con voz ronca.

-Claro. Me refiero... A casa de mis padres, en Londres. Mientras... Mientras Debbie...

-No. Claro que no, te necesito aquí.

-Esque aquí... No podré salir a ningún lado, deberé estar meses enclaustrada en esta casa y...

-Si vas con tus padres no podremos fingir tu embarazo. Ellos se darían cuenta, ¿Que pasará cuando regreses, porque regresaras, y de pronto has tenido un hijo... Solo así, milagrosamente?

Fairy torció los labios.

-Entonces... - soltó casi en un murmullo - a otro lugar.

-¿Otro lugar?

-Puedo ir a Francia... O a Grecia... Siempre he querido ir y...

-No puedo viajar ahora, quizás cuando el bebé nazca y Debbie...

-Podria ir sola...

-¿Estás loca? - William la miro sorprendido, era imposible que Fairy estubiese pidiéndole algo así - no puedes viajar sola.

Ella suspiro y se cruzó de brazos.

-Si, suponía que esa sería tu respuesta... Cómo sea, debía intentarlo.

William cerró los ojos, parecía tan cansado. Fairy lo miro a la luz del fuego. Siempre evitaba mirarlo porque él era tan guapo y le hacía tener tantas sensaciones que era mejor para ella incluso evitarlo. Solo lo veía cuando era absolutamente necesario y huía de él lo más pronto que podía.

-Lo lamento. Te prometo que iremos en cuanto esto termine - soltó el duque con la voz también cansada.

-Esta bien, olvidalo - soltó ella dirigiéndose a la puerta.

-¿Tan malo es estar aquí? ¿Lo odias tanto? ¿O es... A mí a quien odias tanto como para querer alejarte?

-Ya conoces esa respuesta - soltó Fairy sin mirarlo.

-Si... Supongo que lo merezco, después de todo...

-Asi es. Buenas noches esposo.

Odiaba que lo llamara así con ese tono tan frío.

William salió de la habitación sintiéndose como un perro apaleado. Lo que era aún peor, su cuerpo, como siempre, había reaccionado ante la mera presencia de su esposa. Ahora se sentía no solo despreciado sino con un miembro erecto y dolorido.












El Secreto Del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora