Sueños rotos

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Harry tenía el rostro hundido en el cuello de Ginny sonriendo satisfecho, aspirando al aroma de la felicidad que se filtraba por cada poro de su piel siendo el último paradero indiscutido, su corazón.

― Dilo otra vez ― Susurró el contra la blanca y suave piel de la pelirroja.

― Te quiero ― Sonrió ella feliz mientras lo estrechaba más aún entre sus delgados brazos.

― Mierda Ginny ― Suspiró ― No te imaginas como me pone esa frase ― Ella ronroneó y enredó las piernas por debajo de la sábana con las de Harry.

― Si seguimos por ese camino muy pronto tendremos visitas Harry...

― ¿Visitas? ― Inquirió alzando la cabeza para mirarla a los ojos.

― James y Lily ― Respondió ella soñadora esbozando una tierna sonrisa ― ¿Te imaginas? recuerdo que siempre dijiste que tus hijos tendrían el nombre de tus padres y a mí me parece estupendo, sería muy tierno retribuir lo que tus padres hicieron por ti, amor. Además volverían locos a sus tíos y tías ¡Ya imagino los fines de semana en la Madriguera! ― Continuó ella perdida en sus anhelos ― Yo quiero que nuestros hijos sean tan felices como lo he sido yo durante éstos días contigo ― Terminó por suspirar y Harry la observó complacido. Ella estaba planeando un futuro con él y aunque las cosas estaban complicadas ahora, el comentario de Ginny le supo a felicidad, a creación divina y estadía celestial. Casi por inercia llevó una mano hasta el vientre de Ginny atesorando el hijo de ambos, el hijo que él deseaba con la vida y si tenía suerte alguna vez ese hijo podría ser real y no la fantasía más inocente que escondía su corazón tan enamorado.

― Eres... ― Ella no dejó que culminara la frase porque estaba ansiando desde el momento en que Harry dejara la mano sobre su vientre un beso, un beso demasiado lento para recordar las sensaciones qué él producía en ella con esos roces.

― Te quiero ― Musitó en medio del beso y él sonrió.

― Yo te amo...

― Nos estamos poniendo muy melosos ― Susurró y Harry rió fuerte.

― Es verdad.

― ¿De verdad lo imaginaste alguna vez?

― ¿Qué cosa? ― Preguntó acariciando con el pulgar las mejillas de Ginny, dejando un mechón rebelde tras la oreja.

― A ti... con hijos ― Carraspeó ― Tuyos y míos ― Lo miró nerviosa.

― Sí, pero luego de un tiempo creo que dejé de pensar en eso.

― ¿Por qué?

― Porque era doloroso inventarme ilusiones que sabía jamás se concretarían.

― Pero ya no es una ilusión, es algo que podemos llevar a cabo ― Le sonrió ella sugerente y Harry la miró a los ojos. La pregunta que había hecho la noche anterior no tuvo una respuesta clara, no fue contundente para él y ante eso solo podía asumir que ese trato que habían pactado los dos seguía en pie y en tres días más él se casaría. Sin embargo era difícil mantener aquella convicción cuando Ginny con cada mirada resquebrajaba un poco más sus ideales.

― No es necesario hacernos ese daño ― Respondió tajante, separándose de ella para apoyar completamente la espalda en la cama. Ella se cubrió el cuerpo desnudo con la sábana y lo miró, buscando algún atisbo que le indicara el por qué de su cambio de humor.

― Un hijo...

― Un hijo nada Ginny, jamás habrá una familia entre tú y yo, creo que las razones las sabes de sobra ― Ella se levantó malhumorada, comenzó a vestirse para largarse rápidamente de la habitación. Harry cerró los ojos y con ambas manos se cubrió el rostro, suspiró frustrado, miró el techo y sus manos acercaron al cojín de Ginny hasta su nariz... el aroma estaba impregnado en la almohada y su cerebro motivado por el aroma comenzó a recordar, su corazón a palpitar y su piel a asentir. Dentro de tres días uniría su vida a una mujer que no amaba y que probablemente haría infeliz. Cansado de sus recuerdos se levantó y duchó para ir a hablar con Ginny, quien seguramente estaba en la sala leyendo algún libro u hojeando alguna revista.

Dos semanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora