Capítulo 2

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20 de septiembre de 1.993

Querido amigo:

Mi hermana ha estado en casa cuidando del pequeño Charlie, la verdad no sé cómo gestiona su maternidad y la universidad pero lo único que sé es que por estos días ha estado muy irritada. El otro día quise poner música en la radio y sonó una canción de Nirvana y ella reaccionó de manera brusca, lo cual me pareció algo raro porque en sus tiempos de chica de primer año, solía gustarle Nirvana y se moría por Kurt.

—¡Charlie!

—¿Qué pasó? —respondí asustado porque pensé que le había sucedido algo al pequeño Charlie.

—¡Quita esa basura, me sangran los oídos! —gritaba desde su cuarto.

Yo me enfurecí quizá algo más que ella porque no pensaba que Nirvana fuera basura y, a decir verdad, no creía que ella lo creyese de esa manera así que le respondí.

—No, no lo haré.

—¡Si no lo haces, tu radio conocerá el infierno de una buena vez!

El radio era lo único que me mantenía entretenido cuando no hablaba con Nick o no estaba con Lilly y ya que esto se ha vuelto repetitivo debido a que el club de Greenpeace no ha abierto después de las vacaciones, no quería que mi radio conociera el infierno. Si es que realmente existe uno.

Al final, yo la entendía porque supongo que no es fácil tener a tu primer hijo a sabiendas de que eres madre sola porque tu hijo no conocerá a una figura paterna que juegue con él a los seis años, que le enseñe las posiciones de los jugadores de béisbol y que el árbitro del juego se llama umpire a los diez años; que lo aliente y oriente durante los problemas de su adolescencia y que le enseñe cómo se enamoró a los quince años.

Cuando le bajé el volumen al radio fui a su habitación y vi que estaba amamantando a Charlie, le dije:

—Lo siento.

Ella se quedó mirándome raramente y le pregunté:

—¿Qué pasa? ¿Tengo cara de alíen?

Ella respondió:

—De hecho siempre la has tenido pero, Charlie, ¿te pusiste camiseta esta mañana?

Su pregunta era muy tonta porque de hecho sí me había colocado la de «Héroes de Greenpeace» esa mañana cuando me levanté.

—Sí, me coloqué esta —respondí.

—No, Charlie, no tienes camisa.

Cuando me dijo eso, me acerqué a su tocador donde antes solían estar maquillajes y fotografías de modelos australianos, ahora sólo hay biberones, pañuelos húmedos y baberos. Me miré y efectivamente no tenía camisa. Ahora logro entender por qué ella se asombró tanto cuando me vio irrumpir en su habitación con un «lo siento» en la boca. Y es que no era para menos, jamás acostumbro a no llevar una camiseta en casa. Lo más raro fue cuando me di cuenta que tenía moretones en mi abdomen y en la espalda, también me di cuenta que tenía cortadas de cuchillas en las muñecas. Pero no te preocupes, eran apenas superficiales. Aún me pregunto cómo llegó eso allí porque a decir verdad, no recuerdo haberlo hecho. Me fui a mi habitación a colocarme una camiseta, la misma que creí haber usado esa mañana.

A los cinco minutos, ella entró en mi habitación y creo que había dejado a Charlie dormido. Yo estaba mirando al techo.

—Charlie, ¿has estado haciéndote daño? —preguntó mi hermana.

—De ninguna manera —respondí.

—Charlie, tienes cortadas en tus muñecas. ¿Algo anda mal?

—Te digo que no y ya sal de mi habitación —le respondí enfadado.

—Si no me dices nada ahora, tendré que comentarle esto a papá y mamá y ya sabes qué harán si se dan cuenta que sigues en lo mismo.

Parece que ese día estaba bien tocado porque apenas me dijo eso, me eché a llorar en mi cama y me puse la almohada en la cara. Supongo que estaba bastante destrozado porque mis sollozos se escuchaban aún afuera de la almohada y ella dejó que lo hiciera. Se quedó allí sentada por unos minutos mientras me calmaba. Lo raro fue que no me dijo que parara de llorar sino que tomó mi mano y se la llevó a su corazón.

—Charlie, sé que no he estado aquí lo suficiente contigo pero puedes confiar en mí y contarme qué te pasa. Haré lo que sea para verte feliz. ¿Sabes? Extraño el brillo de tus ojos cando sonríes. ¿Podrías hacerlo por mí una vez más?

—Sólo si colocas música —respondí con la voz entrecortada aun estado debajo de la almohada y me entendió.

—Está bien. Sé que esta es tu favorita y la colocaré.

Escuché el sonido del casete entrando a la el reproductor y supongo que había sido una muy buena pero, a la vez, mala elección. Buena porque, de hecho, era mi favorita y mala porque me pondría peor y me haría hablar todo.

—¿Ahora sí me dirás qué está pasando? ¿No estarás fumando de nuevo?

—No, lo dejé hace tiempo.

—¿Y entonces? Si no me dices, no sé qué te pasa.

—Ni yo mismo sé.

Creo que esa fue la gota que derramó la copa y se enfureció aún más de lo que estaba. Apagó el radio, salió de mi habitación, entró en la de ella y tiró la puerta. Luego dijo:

—Eres imposible, Charlie.

No comprendo su ira porque ni yo mismo sabía lo que me pasaba y de verdad que no tenía las palabras indicadas para explicarle por qué estaba tan destrozado tanto por fuera como por dentro. No sé si tenga que ver con Lilly o alguien más pero siento que la necesito ahora más que nunca.

Mi hermana de seguro hablará con mis padres y ellos decidirán enviarme de nuevo al psiquiatra y no quiero eso. Creo que se vienen días difíciles, amigo.

Con mucho cariño,

Charlie

Las Ventajas de Ser Invisible 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora