Capítulo XLV: Lugares donde nunca fui

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Lo había arruinado todo.

Y siempre lo había sabido. Desde que tenía uso completo de razón y entendía ciertos aspectos de la vida, lo sabía. Sabía que no tendría que haberse enamorado y en efecto haber embarazado a Mina. Porque era probable que esto sucediera.

Ahora su hija, la niña que continuaba creciendo en el vientre de la rubia, pagaría las consecuencias.

Ella solía verse al espejo durante su adolescencia y odiaba lo que veía. Lo que el reflejo demostraba a sí misma y le desagradaba ¿quién iba a quererla de esa manera? Podría haber evitado que alguien más se sintiera igual, miserable y triste como ella en esos años. Pero no. A su propia hija le había cambiado la vida y era algo que no iba a perdonarse. Nunca.

Mina regresó su vista al médico y ella la perdió en sus muslos, nerviosos y agitados rebotando contra el piso. Él continuaba hablando y a la rubia parecía llamarle la atención sus palabras. Chaeyoung dejó de oírlo y cientos de imágenes y recuerdos pasaron por su cabeza.

Si no hubiese conocido a sus mejores amigas en el Instituto, no hubiese tenido amigos posiblemente. No le gustaba socializar, en efecto a su inseguridad, pero Tzuyu y Dahyun llegaron a ella e hicieron de su pequeño mundo algo más estirado. Un lugar apenas más agradable.

A Seung-wan no le gustaba que estuvieran en su casa. Pensaba que cuando se encerraban en su cuarto, solo a pasar la tarde, algo más sucedía y terminaba culpándola a ella. Siempre la culpable para su madre era ella y aquel defecto genético que no debería tener.

Con In-guk era todo lo contrario. Él la trataba como el hijo varón que nunca había tenido y la llevaba los viernes a sus partidas de póker. Decenas de mujeres semidesnudas se paseaban por el lugar que olía a tabaco y alcohol y él siempre la alentaba a que eligiera una. Como si de un producto de tienda se tratara y pagaría lo que la etiqueta dijera.

Sin embargo ella tenía apenas 16. Y tenía miedo. Solo una vez estuvo en un cuarto, encerrada con una mujer algo más grande que ella y lloró de manera ahogada, sufriendo frente a sus ojos y la mujer simplemente se marchó, dejándola sola y acabando la hora pagada entre lágrimas.

Dos años después dejó su casa. No la sentía como tal y a sus padres le faltaban experiencias para llevar ese título. Y allí conoció a Namjoon, él se convirtió en el padre ejemplar y desde entonces su vida dio el primer giro en esos años.

Pero incluso cuando él la sobreprotegía y la animaba a ingresar a su negocio, no terminaba de dejar el temor de lado. A que alguien descubriera su secreto físico y la voz se corriera. En su historial estaba apartado, como información clasificada y solo Namjoon tenía acceso a el. Pero solía pasar noches enteras en insomnio, pensando qué pasaría si los demás se enteraran.

Se sentía como un pequeño insecto escondido, aguardando entre nervios el día que sería pisado. No importaba que Namjoon la halagara frente al resto de empleados u otros dirigentes, si alguien la descubría el respeto se perdía. De un segundo a otro la admiración se opacaría por las burlas y ni su carácter fuerte y rígido podría con ello.

Ella entendía a la perfección lo que se sentía ser distinta, saber que algo no está bien y espantarse frente a la imaginación que manejaba y maquinaba su cabeza. Lo había vivido por tantos años, casi la mitad de su vida y ahora le haría lo mismo a una persona que no pidió por eso.

Posiblemente su hija nacería y, años después, cuando comprendiera todo como ella, la culparía y dejaría de quererla. Y no se lo recriminaría. Estaba en todo su derecho porque Seung-wan una vez se lo había dicho: no tendría la facultad de concebir hijos a su deseo. Su vida siempre sería igual y nunca, por muchas cosas que quisiera e hiciera, cambiaria la visión de su madre. Porque tenía razón, siempre la tuvo: no debería tener hijos.

reglas de oro ; 𝗺𝗶𝗰𝗵𝗮𝗲𝗻𝗴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora