PARTE XXIV

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EL RECUERDO DE LA ÚLTIMA BALDA

Mi pensamiento más repetido es que las personas somos recuerdos. Como la sensación de llegar a casa después de la actividad extraescolar y encender la televisión para ver Disney Channel, el recuerdo de la emoción antes de los cumpleaños, esa comida que tanto odiábamos de pequeños, los besos de buenas noches de mamá y papá, el entusiasmo por ir al colegio ...  Las ganas de comerse el mundo a pesar de ser diminutos.

Pero los recuerdos son eso, recuerdos. Son escenas guardadas en nuestra mente que tienen mucho sentido durante un periodo de nuestra vida, hasta que los olvidamos poco a poco en esa esquina con polvo. Y nos entra la nostalgia de despedir una era donde fuimos felices, donde reímos y lloramos, donde aprendimos a caminar, hablar, leer, donde creamos nuevas amistades...

Sin embargo, nadie te prepara para lo siguiente. Nadie te advierte de que cada paso para dar lugar a nuevos recuerdos será más complicado que el anterior. En su lugar, llorarás más que reirás, despedirás amistades que marcaron importantes momentos, caerás y sentirás el dolor de no poder levantarte, el silencio se convertirá en un pozo sin fondo y las palabras se confundirán entre sí. Y en esos instantes, tenemos la tentación de querer eliminar esos recuerdos y sustituirlos nuevamente por los que cogieron polvo. Pero una risa en el presente oculta un gran vacío en el futuro el cual crecerá y crecerá si no descansamos por un minuto.

Ese es el recuerdo que debemos priorizar, el momento donde nos estamos rompiendo. Debemos imaginar en nuestra mente una estantería y en la balda más alta, colocar el corazón roto. Así, cuando nos caigamos, no tendremos la tentación de recordar la felicidad, sino cómo aprendimos a alcanzar esa emoción. En cada individuo, el recuerdo de la última balda contendrá todo tipo de lecciones. Valorarse por encima de los demás, no dejarse aplastar por los que denominamos amigos, enfocarse en actos y no palabras, amar nuestro cuerpo, querernos tal y como somos, echar relaciones tóxicas, no sobreexplotarnos, aprender a sonreír cada día...

Gracias a los recuerdos, soy yo. Y hasta que mi alma se libere, seguiré guardando la nobleza de mi corazón roto como el mejor de mis recuerdos.


A veces nos enfocamos tanto en lo que perdimos, que no nos damos cuenta de lo que tenemos.

La nobleza de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora