EXTRA: SILLAS VACÍAS

35 5 1
                                    

SILLAS VACÍAS

Este relato especial va dirigido a esa época del año donde la familia se reúne para celebrar el final del año y el comienzo de otro nuevo. Todos van llegando y se van sentando en la mesa, rellenando los huecos. No obstante, puede darse la ocasión de que, en algún momento, una silla no sea rellenada. Es la silla vacía.

Las sillas vacías pertenecen a aquellas personas, aquellos seres queridos que partieron al alba antes de que el Sol volviese a iluminar nuestros caminos. Aquellos familiares que fueron capturados por la Muerte de una forma desdichada, pero por más que queríamos, no podíamos hacer nada para evitarlo. Porque así de injusta es la vida, se encarga de arrebatarnos tarde o temprano aquello que amamos, para que nuevamente nos replanteemos lo necesario que es valorar las cosas. En este caso, valorar a las personas, a los momentos vividos con ellas. Porque en un pestañear, estaremos ante sillas vacías que recordar.

Y durante la cena familiar, el dolor devastador recordado al observar la silla vacía recorre nuestros sentidos hasta el instante en que una simple mirada nos causó la explosión interna de reconocer la marcha de alguien. Nadie se atreve a quitar la silla. Nadie se atreve a sentarse en la silla. Nadie se atreve a reemplazar la silla. Porque ese lugar tiene nombre y apellido, unos que se esfumaron con la brisa del viento de un 24 de diciembre. Un vacío desgarrador nos corrompe, no por el hecho de la propia muerte, sino porque nos cuesta reconocer que jamás volveremos a ver a esa persona. Que los momentos y palabras que guardamos es lo único que mantendrá su viva imagen, que el brillo de sus pupilas irá desapareciendo poco a poco de la memoria hasta olvidarse de las facciones más detalladas. Ya no volverán los mismos abrazos, los besos, las risas, los sabores característicos de sus comidas, las frases propias o incluso los mosqueos. Ya nada volverá a ser igual. Una vez que decimos adiós arrodillándonos ante la vieja Muerte, una vez que asumimos su poder, no hay marcha atrás. Asimilamos cabizbajos su ida ante nuestros ojos inundados de lágrimas. No será igual, pero al menos cada año dolerá un poquito menos.

Y no por eso hay que ignorar las sillas vacías. Todo lo contrario, debemos reconocer la cruel verdad y acostumbrarnos a la presencia de esa silla vacía, sabiendo que cada vez habrá más y más. No apartemos el dolor, asumamos que es algo de lo que debemos llorar, aprender y continuar. Llorar, aprender y continuar. Es un proceso doloroso y sincero, porque nos muestra la realidad tal y como es. La Muerte nos da dos bofetadas y nos dice que o disfrutamos de lo que tenemos, o luego nos arrepentiremos. Y hay que tener en cuenta que ella no se anda con rodeos, ella nos enseña el plato de la verdad sin importarle el sufrimiento que causará. Y ahí, cuando reconozcamos nuestra impotencia, es cuando deberíamos hacernos dos preguntas.

¿Podemos hacer algo para enfrentar a la Muerte? No. 

¿Hemos disfrutado cuando pudimos en el pasado? Sí.

Solo con eso, deberíamos llevarnos tranquilamente a la conciencia, de que hay que aceptar el camino tal y como es, con las imperfecciones que hay en el trayecto, con las pérdidas que se muestran en el recorrido. Y seguir, seguir para delante. Nunca rendirse.

Quizás, esa silla vacía si esté, al fin y al cabo. Quizás nos está ofreciendo el atardecer más precioso que nuestros ojos puedan haber presenciado o nos está enviando una señal que nos muestre la silla medio llena. Quizás esa silla, está orgullosa al observar todo lo que hemos logrado y siempre haya estado a nuestro lado formando parte de esa vocecilla interna.

Porque las sillas vacías duelen. Pero duelen de una forma bonita.

Esto va dedicado a todos los seres queridos que este 2022 se ha llevado.

Para ti abuela, tú me dedicaste un atardecer y yo te dedico mis palabras.

La nobleza de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora