Snuff

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El olor a humo de cigarrillos baratos se aferraba a su chaqueta vieja, aquella que era su favorita a pesar de tener las mangas raídas y estar decolorada por el sol; olía a licor adulterado mezclado con sudor proveniente de las personas que torpemente chocaban contra si en medio de la vorágine confusa de cuerpos anónimos y luces centelleantes, todos saliendo atropelladamente, liándose a codazos y poco importándoles aquellos que sucumbían y dejaban atrás, siendo pisoteados por zapatos de tacón, botas, pies descalzos, algunas sandalias...

Subió al ancho alfeizar de la ventana, viendo con confusión aquella marejada de pánico y reacciones instintivas, tratando de no dejarse llevar por la estupidez colectiva mientras que la alarma para incendios retumbaba contra sus sienes sin escucharla realmente; lo único que registraba era una especie de zumbido monocorde de fondo, hueco y extraño, como si estuviera bajo el agua o fuera una especie de experiencia extra corporal.

Quitándole todo tinte filosófico que pudiera tener a la situación, olfateó con fruición la manga de su chaqueta, tratando de aspirar, debajo de todo, los últimos vapores de cannabis remanentes en el tejido verde militar desteñido, justo en el borde, las fibras deshilachadas haciéndole cosquillas en la nariz; totalmente ajeno a aquellas personas, que enloquecidas se agolpaban tratando de salir.

Desistió de tratar de contar cuantos eran, para él solamente era una masa confusa.

Pasó una mano por sus cabellos, con la otra sujetaba con firmeza su copa con restos de licor y algunas cenizas de colilla; sin importarle lo bebió de una vez, sintiendo como el éter bajaba ligeramente granulado por su garganta, escociéndole, contemplando por el fondo del vaso como la gente seguía saliendo a trompicones, en ningún momento reparando en que los cuerpos con los que tropezaban eran ya probablemente solo bultos inconscientes.

A sus espaldas, sentía el frio vidrio de la ventana contra la cual se recargaba, las luces centelleantes de las patrullas, rojas y azules, proyectando su sombra distorsionada y gigantesca en la pared frente a sí.

Con cuidado se dio la vuelta, todavía sin soltar el vaso vacío, deslumbrándose, sus pupilas dilatándose a los mismos intervalos que el titilar de las torretas. Apoyó una mano contra la superficie, sus dedos pegajosos por sustancias de origen ilícito dejando marcas que contrastaban gracias a la luz, eran lo único que llamaban su atención: tan brillantes, sucias y emborronadas. Extendió la palma y pequeñas aureolas empañadas empezaron a rodear las yemas de sus dedos...

De repente se dio cuenta de lo que escuchaba, o más bien que en realidad no escuchaba. Volteó sobre su hombro, pero nada había ocurrido, la masa seguía en su tarea de caos; sus bocas se movían pero no oía sus gritos, los altavoces hacían vibrar el cristal y sentía el retumbar de los bajos en su estomago, pero en sus oídos... nada.

Lo único que permanecía era aquel zumbido, ahora a una frecuencia tan alta que era casi inaudible, sintió como un liquido tibio corría por su cara, su cuello, su nariz; probó el sabor de la sangre en una gota que se posó sobre sus labios. Al fin, con pánico; aunque diferente al que dominaba la masa comprobó que el plasma vital escurría por cada orificio que alcanzaba a distinguir en su anatomía. Dio un tosido de sangre que salpicó el cristal y escurrió por su comisura, el liquido rojo que se acumulaba en sus lagrimales hacían que viera con algo de dificultad cómo entre destellos purpuras se desarrollaba la escena en el exterior.

Empezaban a llegar ambulancias, un camión de bomberos, toda aquella vorágine sensorial que supondría su entorno siendo sofocada por el zumbido, perforándole literalmente los oídos.

Gritó lo que hubiera sido un alarido desgarrador, pero lo único que se desgarró fue su garganta, porque de sus cuerdas no oyó producirse sonido alguno, sabía que no tenía sentido gritar pero aquella reacción instintiva era lo único que le quedaba mientras escurría sangre por sus oídos.

Apretó con tanta fuerza el ya olvidado vaso que el vidrio se estrelló entre sus dedos.

La sangre subía a borbotones por su garganta haciéndole dar arcadas con sabor a metal. Sintió como un líquido tibio escurría por sus piernas y rezó de verdad por primera vez en su vida, para que aquello fuera orina. 

El olor nauseabundo, el sabor, la tibieza, le resultaban apabullantes; como si al estar temporalmente tanto sordo como ciego hicieran que el resto de sus sentidos se agudizaran repentinamente en un intento desesperado de entender aquella situación en la que se encontraba atrapado.

Pestañeó tratando de quitarse la sangre, se limpió con la manga de su chaqueta favorita sin importarle mancharla; intentando respirar, su visión se despejó lo suficiente para mirar como de manera imponente aquella sombra sin forma específica se dirigía hacia sí.

El vidrio cedió, aquel objeto desconocido impactó contra su cara, soltó el vaso, el cristal se hizo añicos justo antes de que su propio cuerpo llegara al suelo. En el trayecto, sintió al fin como los gritos de desesperación y pánico colectivo llegaban a sus oídos, proporcionándole un particular soundtrack y de una manera irónica sintió un alivio comparable al nirvana justo antes de que la punta metálica de una bota se estrellara contra su sien y abandonara la conciencia en el alfeizar junto con su cordura.

Cuentos Fumados Para Personas InsomnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora