Fronteras

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El viajero en el tiempo atravesó la calle sin fijarse; no había necesidad de, los autos no tripulados ahora podían detectar los obstáculos con mayor anticipación, reposicionarse automáticamente y sincronizarse entre sí, de manera que el tráfico fluía a su alrededor sin que tuviera que alterar el ritmo de su caminar.

Alzó la vista al tiempo que un anuncio monumental promocionando una marca de tabaco era desplegado en el cielo, las luces vibrantes de los hologramas siempre le hacían doler la cabeza así que bajó la mirada y se frotó los ojos; mas las ondas de luz parpadeante ya habían incrustado su mensaje subliminal y a pesar de saber que simplemente se trataba de hipnotismo y reprogramación mental básica, este conocimiento no hizo menos real la repentina necesidad de nicotina en su sistema. Pero claro, ya no existían los cigarrillos. Detalló con los dedos los bordes suaves de la cigarrera en su bolsillo, no podía simplemente encender uno y satisfacer su ansiedad porque ahora hasta los vicios habían cambiado de presentación y aquellas pastillas de nicotina que se disolvían bajo la lengua, aunque satisfacían su ansia y dejaban en la boca el sabor amargo del humo durante horas, le quitaban el placer de restar siete minutos a su vida y deliberadamente intentar hacer llegar cada calada hasta lo mas profundo de sus pulmones.

Un auto se estacionó al lado de la dispensadora de víveres más cercana. Embonando su parte trasera fue cargado, esperó un momento mientras se realizaba la transacción automática y partió de vuelta a su hogar de origen, llevando los alimentos a su familia correspondiente cual ave metálica que retorna al nido para alimentar a sus desvalidos polluelos.

Aunque sabía que era inútil echó una mirada a su alrededor. No había personas. Bien podría encender un cigarrillo y no habría nadie para sorprenderse y señalar delator su vicio anacrónico. No había tampoco nubes; el sol anaranjado resplandecía sobre la acera sin ninguna grieta. No había arboles, no había abejas mecánicas que polinizaran las flores artificiales adornando la vereda y estas tampoco importaban pues no había nadie para apreciarlas. 

Respiró hondamente antes de soltar un profundo suspiro; se suponía que fuera inodoro, pero podría jurar que el oxígeno generado por fotosíntesis artificial tenía cierto regusto a vegetación, agregado por técnicos que en su vida habían sentido el tacto de una hoja, para hacer la experiencia de respirar más "auténtica".

Así que dándose el gusto, con un vicio entre los labios, empezó a caminar por la frontera del domo habitable, pasando los dedos por la pared, disfrutando la privacidad y silencio que brindaba la ciudad sobrepoblada. 

Levantó la muñeca, consultando la hora astral y por más veces que había presenciado el fin de las generaciones no pudo evitar sentir lástima.

Pobres humanos, intentando salvar aquello que jamás había sido cuidado; era como pretender regar una planta muerta con la intención de regresarla a la vida. Y ahora pasaban su tiempo refugiados en realidades individuales, estirando sus existencia lo más que la temporalidad del sueño lo permitía, creyéndose invencibles en sus pseudo inmortalidades virtuales.

Bueno, no era como si el día de mañana fuese a importar. 

Se quitó el reloj de pulsera, guardándolo junto a la cigarrera en el bolsillo y siguió caminando, acariciando la frontera.

Cuentos Fumados Para Personas InsomnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora