VII

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VII

Se aparecieron en el vestíbulo de la pequeña casa. Hasta ella llegó el olor a comida recién hecha y el sonido de pasos apresurados sobre el suelo.

Antes de que pudiera hacer algo, dos figuras se asomaron por el pasillo con las varitas en ristre. Se veían tan desconcertadas como enfadadas.

—¿Qué es lo que...?

—Mamá —dijo Nymphadora con voz cansada, haciéndole gestos a Andrómeda para que baje la varita. Edward ya no estaba apuntándola, pero la miraba con cierta desconfianza. Su repentina visita no le daba buena espina—. Por favor. La señora Bones solo quiere hablar.

—Pensé que me había dejado entender la última vez. Mi familia y yo no tenemos nada que ver...

—No vengo por el ministerio.

Andrómeda bufó, incrédula.

—¿De verdad?

—Estoy aquí por mi cuenta, señora Tonks.

—¿Y por qué? ¿Qué es lo que pretende averiguar? Nadie aquí esconde a nadie. Solo está perdiendo su tiempo.

Habría expuesto sus razones en el vestíbulo si no sintiera que las rodillas iban a doblársele. Estaba muy cansada, hacía semanas que no dormía y comía apropiadamente.

—¿Puedo pasar?

Era evidente que Andrómeda no iba a permitirlo, pero Edward se acercó a ella, susurró algunas palabras en su oreja y consiguió convencerla. Andrómeda cedió con cara de pocos amigos.

Tonks la guío hasta la salita y le señaló un sillón. Amelia se sentó después de agradecerle.

—¿Puedo ofrecerle una taza de té? —preguntó Edward amablemente, apareciéndose por la puerta que seguro conducía a la cocina. Tonks había entrado allí pocos segundos antes. Escuchó que discutían a susurros.

—Me encantaría.

Edward regresó con una taza de té humeante que no tardó en ofrecerle. Andrómeda y Nymphadora venían detrás de él. Los tres se sentaron en el mueble más grande. Una mesita de madera los separaba.

Andrómeda no dejaba de mirarla con furia. Amelia sintió un pinchazo en el corazón, tenía una cosa muy parecida a la nostalgia atorada en el pecho. En otra vida, si las cosas hubieran sido diferentes... Tal vez tendría a Bellatrix al lado y esa no sería otra cosa que una pequeña e improvisada reunión familiar.

Le dio un sorbo a su taza solo por hacer algo.

—Me estaba preguntando cuanto pasaría hasta que vinieran a visitarnos. Todavía siguen creyendo que tuvimos algo que ver, ¿no es así?

—Vengo por mi cuenta.

—Pues ni a usted ni al ministerio tenemos nada que decirles. Nosotros no tenemos nada que ver con esa gente.

—Lo sé...

—Entonces, ¿qué hace aquí perdiendo el tiempo?

—Mamá...

Nymphadora miró a Andrómeda con expresión suplicante, pero Andrómeda no le prestó atención. Solo tenía ojos para ella.

—Si tuviera alguna idea de dónde...

—¿Cómo iba yo a saber dónde está?

—¿No ha intentado comunicarse con usted?

—Por supuesto que no, me odia tanto como yo la odio a ella —respondió Andrómeda, frunciendo el ceño—. Pero eso usted ya lo sabía. ¿Por qué no dejan de tratarnos a mí y a mi familia como criminales y empiezan a hacer su trabajo?

Amor, dolor | BELAMELIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora