V

66 6 0
                                    

V

Susan estuvo muy ausente durante toda la cena. No se pasó la comida hablando hasta por los codos, dejando que su comida se enfriara mientras les contaba todo lo que hizo en Hogwarts ese curso, enorgulleciéndose de los nuevos hechizos que había aprendido. Diciéndoles que era más grande y prometiendo que se convertiría en una buena bruja.

No, Susan no habló. Su alegría juvenil no estuvo allí para hacerla sentir que la vida valía la pena. Susan comió en silencio. Sus ojos carecían de brillo y tenía en la cara una expresión de profunda angustia. Una que Amelia solo había visto en su propio rostro el día en el que Bellatrix la dejó.

La acompañó a su habitación cuando la cena terminó. Se le apretaba el pecho con cada paso que daba. Se había jurado protegerla a toda costa, a cualquier precio, mantener su inocencia y a su alma, pura. Pero había fallado miserablemente. No pudo ver las señales. Dejó que un mortifago le diera clases a su sobrina. Permitió que magos tenebrosos le quitarán la vida a un chico que era tan bueno como Susan. Falló, falló, falló.

Susan se sentó sobre su cama. Amelia cerró la puerta y se quedó parada allí, ahogando sus propias ganas de ponerse a llorar y suplicarle que la perdonara por no haber mantenido el mundo seguro para ella.

—Harry dice que... dice que él ha vuelto...

La miró a la cara, como rogándole que le diga lo contrario, que la sacara de su error. Que le prometiera —como hacían tantos otros— que el chico Potter estaba mintiendo, que no había ningún mago tenebroso fuera, que el mundo estaba libre de la maldad de Voldemort y sus partidarios, que todo estaría bien...

Pero Amelia no iba a mentirle. Ni a su sobrina ni a sí misma. Las pruebas estaban allí. Mortifagos y la Marca Tenebrosa aparecieron en los mundiales de quidditch. Barty Crouch Jr. había escapado de Azkaban y se camufló en Hogwarts como Alastor Moody. Harry Potter regresó a Hogwarts con el cadáver de su compañero sujeto al brazo. Cornelius Fudge zanjó el asunto esa misma noche, dejando que un dementor le robe el alma al mortifago, prohibió cualquier tipo de investigación, calificó el asesinato de Cedric Diggory como un horrible accidente. Y Albus Dumbledore no dejaba de decir —a quién sea que quisiera escucharlo— que Lord Voldemort había regresado. Con todo el dolor de su corazón, Amelia le creyó.

El labio inferior de Susan tembló, comprendiendo su silencio. Amelia deseó decir algo que la consolara, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar.

—Él mató a tus padres... Mis abuelos, ¿verdad?

Amelia movió la cabeza afirmativamente. Tenía todo el sentido del mundo que su sobrina hablara de ellos con tanta lejanía, después de todo, ella no los había conocido. Ni a sus abuelos, ni a su tío Edgar, ni a su tía Terese, ni a sus pequeños primos. Eran familia de la que solo sabía por fotografías, por historias que Edward y ella contaban, por viejos recuerdos. Todo porque Voldemort y sus mortifagos los habían asesinado.

—¿Van a matarnos a nosotros también?

Escúchala, escúchala... Que linda es... Sabe lo que va a pasar y acepta su detino... Que niña tan buena... ¿Por qué no lo haces tú también? Acéptalo, mi amor, acepta que tú y cada uno de los tuyos van a morir...

—No voy a permitirlo esta vez —respondió Amelia de inmediato, la voz le brotó desde el fondo de la garganta. Caminó hacía Susan—. Te lo prometo. No voy a dejar que nadie muera esta vez.

¿Por qué sigues haciendo promesas que no puedes cumplir?

—Voy a mantenerte a salvo, a todos ustedes —añadió mientras la abrazaba. Susan se aferró a su espalda y rompió a llorar—. Voy a protegerte a como dé lugar. Nadie...

Amor, dolor | BELAMELIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora