Nuestro profesor

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Nuestro profesor siempre estaba preocupado por nosotros. Era más que nuestro maestro, era nuestro gran amigo. En una ocasión, durante la sección de la mañana, lo estábamos esperando en el salón. Nos habíamos acostumbrado a, en los momentos libres, tirarnos en el suelo para estar más cómodos. El profesor se tardaba un poco, por lo que Ettienne se puso en pie y adoptando un aire altivo comenzó a imitarlo, como si estuviera impartiendo la clase, con su léxico tan incomprensible en ocasiones:

_ A ver muchachos, pongan mayor esfuerzo. Recuerden que si desean alcanzar sus sueños deben esforzarse. Las cosas para uno lograrlas debe desearlas con todas las fuerzas de su corazón...

Todos nos reímos divertidos ante su ocurrencia. Ettienne prosiguió, imperturbable:

_ Muy bien Dánae... Aprendan de Dánae, miren que port de bras más hermoso... Perfecto Siany, como siempre... Ghislaine haz un poco de silencio ¿Qué dieron hoy de desayuno? ¿Cotorra o perico? Concéntrate en tus ejercicios... Jero recoge más los hombros... Miroslava, no te mires en el espejo por favor...

Miroslava dejó de reír, y por respuesta, le mostró la lengua. No le resultaba gracioso que le señalaran su punto débil. Continuamos con nuestra chanza hasta que vimos de pie, recostado al dintel de la puerta, la figura seria de nuestro profesor. No sabíamos cuánto tiempo llevaba allí observándonos, solo sé que dejamos de reír al momento. Ettienne notó que nuestras risas cesaron muy repentinamente, y poco a poco dejó de chancearse:

_ No me digan... ¿Él profe está detrás de mí?

Se volteó muy lentamente y retrocedió unos pasos con temor. El profesor avanzó hacia nosotros, mirándonos de uno en uno. El silencio reinó en el salón y fue roto por unos cortos aplausos del profesor Daniel Alejandro, que dijo seguidamente:

_ Bravo Ettienne. Es una lástima que en la escuela no exista el curso de teatro. Tienes cualidades para ello. Ya sé que si no consigues aprobar el pase de nivel en ballet en el quinto año, podrás intentarlo en teatro.

_ Ppp... prof... profe... yo..._ tartamudeó Ettienne.

Pero el profesor lo interrumpió alzando una mano. Luego, con una mirada a la que estábamos acostumbrados ya, nos indicó dirigirnos a las barras y comenzar el calentamiento. Creímos que se había enojado por la broma de Ettienne, por lo que no nos atrevimos a hablar. El profesor se paseó entre nosotros, y sin ton ni son, soltó tranquilamente:

_ A propósito... el único defecto de la imitación radica en que yo no hablo de forma tan enredada... ¿O si?

Lo miramos sin poder comprender el comentario y descubrimos su rostro, resplandeciente en una amplia sonrisa que terminó por contagiarnos, y bastaron segundos para que todos, incluyéndolo a él, estuviéramos riéndonos a carcajadas. El único que no se atrevía a reír era Ettienne, todavía demasiado asustado por haber sido sorprendido.

Ese era mi profesor Daniel Alejandro. Una persona maravillosa e íntegra en todos los sentidos. Capaz de hacer lo que fuera por cada uno de nosotros. Eso se evidenció un mes más tarde. Regresábamos de una función en el Teatro Principal, donde disfrutamos de una puesta en escena de La fille mal gardée. Durante un intermedio, salimos a la pequeña plaza del teatro y Jero encontró un pequeño perrito, o mejor dicho, perrita. Jero se enamoró del animalito desde que lo vio, y de ninguna forma se le pudo convencer para que desistiera de la idea de llevarla a la escuela. Es que sin dudas, la perrita era bonita, aún sucia como estaba. Era muy pequeña y con abundante pelo color crema, aunque su cola recortada tenía una manchita blanca, que igualmente resaltaba en las paticas y en medio de la frente, bajando en una línea hasta el hocico. Las puntas de sus orejas eran de color negro. Jero la ocultó dentro de su abrigo, ya que hacía algo de frío esa noche. Al llegar a la escuela, preparó en el dormitorio, bajo la litera, una caja que le serviría de cama a la mascota:

CON LA FUERZA DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora