CON LA FUERZA DEL CORAZÓN

Como Romeo y Julieta

Cuando regresé a la escuela, lo hice con la alegría de saber que mis padres se habían reconciliado definitivamente, y que él ya estaba viviendo con nosotros y atendiéndose con los mejores especialistas para su operación. Mi felicidad era inmensa y se reflejaba en toda mi persona. A pesar de que mi papá no le simpatizaba del todo a Siany, ella compartía mi placidez, aunque, otra vez en la escuela, volvía a mostrarse un poco esquiva conmigo, lo cual me sacaba de quicio, y aunque trataba de hablarle, ella evitaba quedarse en mi única compañía.

El profesor Daniel Alejandro comenzó los montajes de las coreografías. En la mañana inició el de Jugarreta. A Siany y a mí nos tocaría en la tarde. Fue una verdadera odisea trabajar aquella jornada gracias a Ettienne y a Miroslava, quienes no podían siquiera mirarse sin entablar discusión. El profesor Daniel Alejandro y Andie, que supervisaba los ensayos, hacían acopio de paciencia, tratando de apaciguar los acalorados enfrentamientos entre ambos muchachos. Habíamos empezado a creer que en el fondo, Ettienne y Miroslava no se sobrellevaban porque en realidad se morían el uno por el otro. La primera vez que nos atrevimos a soltárselos, Ettienne nos escupió una sonora y burlesca carcajada en pleno rostro, en cambio, Miroslava reaccionó de manera diferente. Montó en cólera y estuvo todo un día sin hablarnos, por supuesto, después de lanzarnos un sonoro escándalo de protesta. Nuestro modo de pensar siguió siendo el mismo, pero ya no lo compartimos más con ninguno de los dos.

Ghislaine decía que nuestro grupo era el de las parejas: Dánae y Ari, Ettienne y Miroslava y... Siany y yo.

Aquella tarde, tuvimos nuestro primer ensayo. El profesor nos explicó:

_ Ustedes no dan dúo clásico hasta el sexto año de la carrera, pero teniendo en cuenta lo talentosos que son, voy a aventurarme a trabajarlos para ello.

Estábamos solos los tres en medio del salón. Los espejos devolvían nuestras enhiestas imágenes, matizadas por un deslumbrante brillo proveniente de la intensa luz crepuscular que se filtraba a través de las ventanas abiertas. Me mantenía con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando de vez en vez a Siany, que con los brazos en jarra observaba al profesor, que caminaba entre nosotros envolviéndonos en la candencia de su voz:

_ ¿Quiénes eran Romeo y Julieta? Dos jóvenes de una excelente posición social, hijos de familias enemistadas, dos víctimas del odio y del amor. Ellos nunca se habían visto. Tal vez sabían que el otro existía, y que siguiendo la tradición familiar debían odiarse mutuamente, pero jamás habían tenido contacto._ alzó entonces un dedo._ Hasta un día... Siempre hay un día. Y en ese día descubrimos que lo que antes nos parecía simple y natural, de repente ya no lo es. Y todo cambia, cobra más sentido, y de repente, nada vuelve a ser igual._ hizo una pausa en su discurso. Nos miró a ambos, oteando nuestros semblantes, y continuó._ Romeo y Julieta experimentaron tal cambio en sus vidas. Bastó solo una noche, un breve instante para que todo su mundo se viniera abajo y sus vidas cambiaran brutalmente._ Se acercó a mí._ Romeo estaba enamorado de una muchacha que no hacía más que rechazarlo, y dichos desplantes le tenían el corazón destrozado y los ánimos por el suelo._ fue hasta Siany._ Julieta era una chiquilla obediente, que estaba dispuesta a aceptar la petición de sus padres de casarse con el gallardo y atractivo conde Paris.

Se alejó, quedando justo en el centro:

_ Y bastó que los dos estuvieran en el lugar y el momento adecuado para que todos su planes y anhelos desaparecieran. Bastó solo una mirada para que se dieran cuenta que no podrían vivir el uno sin el otro...

El profe continuó hablando acerca de Romeo y Julieta, del amor, de que solo interpretaríamos una versión del famoso pas de deux del segundo acto, o sea, la escena del balcón. Habló también de... habló de muchas cosas, y yo vagamente podía escucharlo. De repente, mi mirada tropezó con la de Siany y aunque escabulló sus ojos, no sé qué fuerza la obligó a levantar la vista y sostener los míos.