Todo cambió

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El tiempo transcurrió lentamente. Nuestro régimen de estudio y preparación se tornaba cada vez más exigente. Esperábamos que el romance apaciguara al profesor Daniel Alejandro, sin embargo resultó ser todo lo contrario. El noviazgo con Andie fue como un estimulante. Por lo tanto, lejos de dejarnos respirar un poco, nos colmaba de ejercicios cada vez más audaces y que había que ejecutar de manera orgánica.

Cada amanecer resultaba terriblemente doloroso, pues el cuerpo sufría de forma indescriptible los embates del día anterior y ya había que afrontar una nueva jornada agotadora. Además, empeñado en aumentar y ampliar nuestro acervo cultural, el profesor nos pedía realizar investigaciones sobre músicas, coreografías e incluso, cuando preparaba trabajos con nosotros, nos exigía elaborar un estudio profundo basado en la trama, casi siempre, temas referentes a obras literarias, pinturas o cualquier otra temática.

El profe Daniel Alejandro nos obligaba a superarnos intelectualmente. A veces detenía las clases y entablaba una charla de interés. Hablábamos largo rato, exponiendo nuestros puntos de vista, para luego hacernos bailar teniendo como base el tema de conversación. Ello resultaba sumamente difícil, o de lo contrario, prueben a interpretar un baile en el que expresen ser la Mona Lisa de DaVinci, o el David de Miguel Ángel. Partiendo de la representación plástica de la obra, debíamos recrear una coreografía.

Sin darnos cuenta estábamos cultivando una forma de bailar íntegra en todos los sentidos. No iban quedando cabos sueltos en nuestras ejecuciones. En toda la escuela se hablaba ya de la genialidad de nuestro baile, a pesar de nuestra corta edad. Los restantes grupos nos miraban con cierta envidia, los estudiantes de niveles inferiores nos admiraban, el claustro de maestros alababa nuestro talento, tanto para la especialidad como para la escolaridad. Poco a poco empezamos a gozar de cierto prestigio en el colegio.

Además, los chicos y yo comenzamos a llamar la atención de algunas niñas, incluso, mayores que nosotros. Nos conocían como los muchachos más atractivo de la escuela, por así decirlo. En mi caso, tanto ejercicio había acabado por robustecerme. Me mantenía delgado, sin embargo, mi espalda se había anchado, mis brazos, sin mucha exageración, mostraban elegantes bíceps, y mis pectorales lograban captar la atención por debajo de la ropa.

Recibí cientos de propuestas amorosas, y respondí a varias, no lo niego, pero mi consejera amorosa siempre me mostraba un motivo para romper relaciones con mis novias. Al ser mi confidente, Siany tenía conocimiento de todos y cada uno de mis pasos y bien podía opinar acerca de mis elecciones. Lo malo era, como antes dije, que siempre hallaba defectos a mis conquistas amorosas, y yo terminaba dejándome llevar por ella. En menos de un mes llegué a tener más de diez novias.

Siany estaba muy rara últimamente. A veces no podía comprenderla. Su actitud me resultaba tan extraña... Pondré un ejemplo: Siempre tuve libertad de entrar y salir de su casa a mi antojo. En cierta ocasión llegué, como casi siempre que estábamos fuera de la escuela, en nuestros hogares, y tras saludar a Carmelo y a Alejandría, corrí a la habitación de ella. La puerta estaba abierta, y al asomarme, la vi. Tenía música puesta y estaba parada sobre la cama, envuelta en un montón de chales y trapos, sosteniendo un cepillo de cabello con el que fingía cantar por un micrófono, mientras se escuchaba la voz de Laura Paussini cantando:

♪...De tu amor, aquel destino lógico

Aquel latido auténtico, aquel que solo tú me das.

De tu amor, apasionado y único,

El que hacemos como la primera vez.

De tu amor...♫

Siany era fanática número uno de Laura Paussini y sus canciones. Yo solía burlarme de ella, y decirle que esas canciones no le llegaban ni a los talones a las de Melendi, que era sin lugar a dudas el rey de la música para mí en ese entonces. En cuanto mamá me veía llegar de la escuela, ponía lo ojos en blanco y se lamentaba porque le esperaba un fin de semana dónde lo único que se escucharía en casa serían temas musicales de Melendi. Mis hermanas chillaban y clamaban. Shirley decía que Melendi era lindo y le encantaba, pero que odiaba sus canciones. Shayna era más radical, alegando que no lo encontraba lindo ni a él ni a sus canciones, y que deseaba que el reproductor de música de la casa se rompiera para no tener que escuchar jamás a ese español indeseable, como lo llamaba.

CON LA FUERZA DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora