El pájaro que quería atrapar

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Desde antes que se concretara la adopción, Childe había aceptado que su vida cambiaría. Las animadas cenas familiares serían reemplazadas por incomodas cenas de cinco platos; ya no se despertaría con los gritos de sus hermanos peleando por quién se bañaba primero, o quién debía ayudar en la cocinar. En cambio, sería despertado por varias sirvientas que lo alistarían para el día. No ayudaría a su padre a talar árboles o realizar su trabajo, sino que sería llevado al campo de entrenamiento para perfeccionar sus ya prodigiosas habilidades.

Un año después de ser adoptado, Ajax se acostumbró a su nueva vida y abrazó su nuevo nombre. Su familia ya no vivía el día a día, sino que vivían como plebeyos de clase alta y disfrutaban de una enorme mansión a las afueras de la capital. Su propio comportamiento destructivo y rebelde ya no era visto con malos ojos, sino con aprobación al derrotar a sus amigos y, si quería, podía darse el lujo de desobedecer algunas ordenes poco importantes.

Las únicas desventajas de su nueva vida eran sus nuevos diez hermanos, cada uno más molesto que el siguiente. Y, además, el tener que cumplir con los deberes reales que conllevaban el ser un príncipe.

Eso era lo que pensaba el 11vo Príncipe de Snezhnaya, mientras contemplaba el extenso jardín que se encontraba a ambos lados del pasillo exterior que cruzaban en ese momento. El sonido de los pájaros y el revoloteo de las hojas, la suave y cálida briza que acariciaba sus mejillas y revolvía su cabello no eran desagradables, pero eran sensaciones muy diferentes a las de su tierra. Sentía que podía moverse sin temer ser emboscado, no podía evitar relajarse.

Bostezó sin sutilezas.

―Parece que el Joven Príncipe esta algo aburrido.

Childe se enderezó al escuchar el comentario del Marqués Anfang, un noble que lo había recibido a él y a la Zarina en su viaje al reino de Mondstadt.

Su reina y nueva madre le dio un vistazo rápido antes de dirigirse a su anfitrión. Childe agachó la cabeza, avergonzado, pese a que la mirada de la Zarina no mostraba disgusto, no quería decepcionarla. Era una mujer mucho más admirable de lo que había imaginado.

―Me disculpo por sus modales, Lord Anfang. Childe se ha esforzado en aprender etiqueta, pero a veces aún tiene deslices.

―No se preocupe, mis hijos eran iguales. De hecho...

Al notar que ya no era el centro de la conversación, Childe alzó la cabeza y se enfocó en continuar caminando detrás de ellos.

Tanto él como la Zarina habían viajado a Mondstadt para asistir a la celebración de cumpleaños número 21 del Rey Barbatos. Childe, pese a estar desinteresado en la fiesta, no podía negar que le sorprendía saber que un niño de 11 años había asumido el mando de un reino y gobernado espléndidamente por una década. De haber estado en su lugar, pensó Childe, quizás el reino ya hubiera caído en caos. No obstante, su curiosidad se limitaba a eso. Él no asistiría al banquete debido a sus modales aún deficientes. Su rol en la nación se limitaba a investigar las técnicas de combate de los Caballeros de Favonius y las tres familias nobles más prestigiosas del país.

Si no estaba cumpliendo su misión, debía estar junto a la Zarina o encerrado en una habitación, a solas. Para su fortuna o desgracia, el Marqués no tenía hijos de su edad.

Cuando ya se encontraban cerca de la puerta que los dirigiría al área Este de la mansión, esta se abrió. Childe buscó con sus ojos a la persona que había ingresado al pasillo, y a la distancia logró ver a una figura que hacía una inclinación ante el Marqués y la Zarina antes de tomar un canasto, casi tan grande como ella, y levantarlo con esfuerzo.

Los ojos azules de Childe examinaron a la pequeña criatura que cargaba un cesto de sábanas blancas. No pudo adivinar si la niña de cabello dorado tenía de seis o siete años. Parecía débil y frágil, sin embargo, el poder sostener el cesto indicaba que poseía algo de fuerza.

El pájaro de Tartaglia (chilumi / re-publicado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora