Capítulo 10. 🎈

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Tengo que ir al psicólogo que me habló de él hace unas semanas y que con gusto había ignorado pero el lujo de eso lo he perdido en el momento que busque refugio bajos estos estirados techos, con hechizos de protección en una o dos esquinas donde el ojo humano falla en percibirlos.

Me retiré a mi habitación con Agata en brazos cuando Francisca volvió, ella está con un cuadro de tristeza, al parecer no recibió lo que esperaba. Tenía que dejarlas solas antes que lo pidiera, porque se los debía. 

Así al dejarlas, me dí cuenta que la noche se estaba acabando, pero la tormenta maliciosa está lejos de eso; ese desastre no sólo nos dejó sin luz, también nos arrancó el excelente clima para estancarnos en mortal calor.

La ardua tarea de pasar por estos pasillos, enviciada a una vela con el deseo que no se apague hace que el querer ducharme sea una de las peores cosas en este momento que se me puedan ocurrir. Así que a mi antebrazo derecho atranco la exquisita canasta llena de misceláneos como ropa, jabones de cara y cuerpo, etc. Y vuelvo a tomar un buen de aire para abrir la puerta de mi nueva habitación, presionando fuertemente pongo la mitad de mi cuerpo contra la madera pulida y los pies desnudos se resbalan a cada tanto.

La presión no es suficiente,  ante aquello muerdo la esquina del dedo pulgar izquierdo. Ensimismada por el hecho que quizá esté encerrada, esperando una señal para lo que voy hacer. 

Una vez que la espera terminó, es un lamento entrecortadas letras lo que obtengo al ver caer el líquido carmesí de mi mano. —  ¿Nayeli? — Con duda digo su nombre, puesto que ese llanto aparenta ser conocido y un poco masculino. Tomo la perilla, comenzando a mancharla. El dolor no es nada puesto que estoy más interesada en qué demonios está pasando.

El encantamiento debería estar activo, así como nadie que no conozcamos debería poder entrar. Pero aún así detrás de este pedazo de leña, hay alguien que demanda atención.

A la par que mi pecho se endurece, el calor agobiante hace que pierda la paciencia y dispongo de aventarme contra 
la estúpida puerta. El seco ruido de mi sudorífico cuerpo cayendo contra el piso no es lo suficiente para levantarlas, pero si para callar lo que sea que haya sido él que provocaba esa lloradera.

Me duele la cabeza cuando intento ver cómo estoy; a los pies de las velas encaminando al solitario pasillo, que en la parte de arriba telarañoso de oscuridad está. Mis cosas derrumbadas por el suelo y una que otra gota de mi herida manchando su entorno. 

Estoy con el puño cerrado mientras recupero lo desordenado, que por poco es como mi vida. Alterada por nada y sin un orden alguno pongo cada uno de todo dentro la canastilla.

Reincorpo mi postura, atestiguando las luces moverse pero antes de seguirlas, con la mano sangrante agarre una de esas velas. 

Estoy al camino de las sensaciones que el misterio aclama, se demuestra en la bata inquieta y los cabellos sueltos alterados por la corriente de aire, una que no le veo su origen, tal vez provenga de la terraza cerrada que acabo de pasar. No quería verla y no la ví, pues sólo brotaría ese extraño suceso.

Sin explicación llegué a mi apañado destino; a través de aquél río de baja opacidad. El frenesí de la mala madrugada es lo primero que percibo al separar la puerta de su marco, el faro azulado de la noche alumbra por la gran ventana redonda, puesto que sus cortinas sombrías están de par en par.

Así el pasado me regala una vista de la última vez que me desvele tanto; fue exactamente dos semanas, en que esa tarde había sido una calamidad, culminando de la manera más opuesta posible, encerrada en mi departamento y con Devin en una supuesta pijamada, viendo un maratón de esa serie de ciencia ficción que tanto quería que viera. 《 No puedo creer que se haya pasado todo tan rápido y ahora él… ¿Dónde estará?》Entable esa interrogante al adentrarme más.

Comida para El AnimalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora