6 - Se necesitan a dos para conocer a uno

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Las ganas de Tsukuyo por organizar esa cita especial con Gintoki a la que venía dándole vueltas, fueron directamente proporcionales a la cantidad de trabajo que tuvo las siguientes semanas. Eso no evitó que los dos se vieran y compartieran unas horas del día o que durmieran juntos, pero eran más bien encuentros espontáneos o sencillos, en los que solían quedarse en sus viviendas o dentro de sus barrios. El samurái notaba a su novia cansada y con más ojeras que de costumbre, pero sabía que no servía de mucho aconsejarle que descansara o que se tomara un día. También le había ofrecido ayudarla para así aliviarle un poco, aunque ella era demasiado orgullosa y responsable como para dejar sus problemas y trabajos en manos de otro, ni quería que hubiera comentarios de algún signo de debilidad de su parte, ella insistía en que tenía que ser infalible, un símbolo de protección y tranquilidad para los habitantes de Yoshiwara.

Gintoki la entendía, aunque no estaba del todo de acuerdo, porque ella todavía tenía esa tendencia de querer cargar con todo sola, o mínimamente tenía que hacer el mayor porcentaje de su tarea. Para evitar discutir y desgastarla más, optó por una estrategia más sutil y menos confrontadora, que era la de simplemente visitarla más seguido para que ella se tomara al menos una o dos horas libres durante el día y desconectara su cabeza del trabajo. A veces se resistía un poco o le decía que no tenía tiempo para él, pero al rato le ganaba la culpa cuando él mostraba la desilusión grabada en su rostro, por lo que al menos a la siguiente vez estaba más predispuesta, o si no estaba demasiado cansada, se daba una vuelta por Kabuki-cho para pasar un rato con él.

Lo cierto era que esos momentos juntos revitalizaban a Tsukuyo, le daba la impresión que Gintoki estaba más complaciente que de costumbre, incluso los comentarios provocadores o las bromas que siempre le hacía a ella llevar las manos hacia sus kunais para advertirle que dejara de molestar, habían disminuido un poco. Curiosamente, cuando él no se resistía a jugar con ella un poco, era más bien algo que agradecía, se había acostumbrado mucho a esas ligeras discusiones que tarde o temprano le hacían sonreír, eran extrañamente refrescantes, además de que desde que estaban en pareja, solían terminar en algún gesto afectuoso para "hacer las paces". Quizás era un poco infantil, pero en esas semanas de tanto trabajo y poco descanso, creía que era lo que necesitaba.

Para cuando al fin el asunto que oprimía al Hyakka fue solucionado, no necesitó que Hinowa le dijera que se merecía tomarse el fin de semana de descanso, ella misma lo manifestó, sorprendiendo a su amiga.

- Es una lástima que recién lo consideres cuando estás agotada, pero al menos me alivia saber que tienes algo de consideración por tu bienestar –Dijo la pelinegra, con más reproche en su voz del que pretendía, producto de su preocupación– ¿Vas a decirle a Gin-san? Estuvo apoyándote mucho últimamente, deberías agradecerle.

- Sí, lo sé –Suspiró, soltando a la vez el humo de su tabaco– De hecho, hace tiempo que quiero invitarlo a una cita especial.

- ¿Algo como qué? –Preguntó interesada Hinowa.

- No lo sé, que no sea lo de siempre, salir a comer o quedarnos por aquí. ¿Qué me sugieres?

- Hmm, déjame pensar... –Se tomó unos segundos para aquello, hasta que sus ojos brillaron, y juntó las manos en un aplauso– ¡Ya sé! Puedo recomendarte un lugar y pasarte el teléfono del dueño, es de un señor cliente de aquí. ¿Recuerdas cuando me fui unos días con Seita, en la primavera del año pasado?

- Sí, fueron a una casa en un lago, algo así.

- Sí, es una casa de descanso construida junto a un lago, es preciosa. Si le dices que lo llamas de mi parte, estoy segura que te la alquilará por un día o dos, suele tenerla disponible en esta temporada. Y a Gin-san le encantará la idea de pasar al menos un día entero contigo.

La luna se lleva y trae los sueños de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora