1- La luna siempre estará a tu lado

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La noche en que Tsukuyo vio a Gintoki llegar a Yoshiwara solo, invitándola a que se ausentara de su patrullaje unas horas para pasear un rato con él, fue cuando su intuición le susurró que esa visita inesperada no le provocaría un motivo de felicidad interior como otras veces, que solía ser su sentimiento cuando él iba a visitarla expresamente a ella, sin trabajo, misiones ni otra razón más que pasar un rato acompañándose. Quizás fue la sutileza de sentir los pasos del samurái más pesados, como si una parte de él se resistiera a estar allí, o tal vez era la pizca de brillo que se había perdido en esos ojos carmesí, más que nunca luciendo como los de un pez muerto.

No habían sido fácil los últimos días, para nadie, luego de la terrible destrucción de Edo a manos de Utsuro. Las heridas del cuerpo, sumadas a las de corazón al ver las pérdidas de personas, así como la ciudad se había reducido a escombros, eran una pesada carga que tomaría tiempo levantar para avanzar. Tsukuyo había salido a la superficie nuevamente para comprobar el estado de Gintoki, uno de los más heridos de gravedad, pero siempre el samurái parecía tener una milagrosa resistencia a ser apuñalado y cortado por las espadas, al menos para seguir en pie y que su vida no se extinguiera en cada dura batalla que lo llevaba al límite. Si hubieran sido sólo los cortes, podría haber sido más fácil para él, sin embargo, en esa ocasión lo que lo había complicado todo había sido enfrentarse nuevamente a la sombra de su maestro, las memorias de ese dulce y gentil hombre tan importante en su vida, en contraste con el aparentemente inmortal demonio sin piedad que era la personalidad original de la existencia de Utsuro. Pese a salvar el mundo, no había podido salvar a su querido maestro, por segunda vez.

Dos semanas después de ese brutal evento, a medida que todos estaban mayormente recuperados y comenzaban a organizar la reconstrucción de Edo, fue cuando Tsukuyo recibió aquella visita nocturna que sabía que daría un vuelco a su vida. Aceptó acompañar a Gintoki sin dudarlo, pidiendo a las mujeres del Hyakka que continuaran la vigilancia sin su presencia, y lo siguió. Si bien el peliplateado no era un hombre risueño y hablador, esa noche estuvo más callado que nunca, hasta el punto en que la cortesana se preguntó para qué la había visitado y pedido que pasara el rato con él. Estaba bien con ofrecerle su silenciosa compañía si simplemente era lo que él necesitaba en ese momento, pero una parte de ella quería ayudarlo mucho más que eso. Tuvo el impulso de abrazarlo, apoyar una mano en su espalda, decirle con la mirada que ella haría todo a su alcance para verlo mejor de ánimo y espíritu, aunque a fin de cuentas no pudo hacerlo, al parecer el empatizar le había contagiado su aire taciturno.

A pesar de ello, no dejó de parecerle curioso que Gintoki no estaba nada ausente con su actitud, ya que miraba con atención las calles de Yoshiwara, se quedaba prendido de las luces y los coloridos carteles, miraba a las parejas de cortesanas y clientes seducirse mutuamente. Incluso se había comprado una botellita de sake para beber de camino, y le había regalado a ella un paquetito de tabaco para que fumara, en agradecimiento por su tiempo y compañía. Ella también había sentido las miradas que cada tanto le dedicaba el samurái, con ese aire entre sereno y melancólico que tenía esa noche. Cada tanto compartían algún comentario, una breve conversación, y algunas sonrisas, al menos eso le daba la tranquilidad de que quizás en unos días más iba a volver a ver al Gintoki de siempre, seguramente hasta haciéndole algún comentario atrevido por el que ella querría clavarle un kunai. En eso quería creer.

Finalmente, casi dos horas después, Gintoki la guió a subirse a un tejado. Para lo ruidoso y alegre que era Yoshiwara, ese sitio era bastante calmo y oscuro, como si estuviesen solos en el mundo. Se sentaron uno junto al otro, de cara a la luna llena que iluminaba la noche del barrio que no mucho tiempo atrás sólo había conocido sólo la oscuridad. El samurái volvió a tomar un trago de su bebida, mientras ella le daba una pitada a su kiseru. Sabiendo que la noche estaba llegando a su fin, Tsukuyo se animó a mirarlo fijo un rato, antes de hablarle.

La luna se lleva y trae los sueños de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora