Capítulo 8 • Secretos de Estado (III)

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- Una chica muy guapa, casi tan guapa como la joven morena que tenemos aquí delante desde hace un rato... Lo cierto es que Dubois, tú sí sabes elegir -opinó el hombre que se encontraba sentado junto al ministro español mientras hacía un gesto de aprobación al mirar el culo de la joven rubia que se encontraba abandonando la sala.

-Que, por cierto, hablando de la morena, ¿vas a presentárnosla en algún momento? -preguntó intrigado volteándose de nuevo hacia la mesa, ahora que el culo de la joven científica no estaba al alcance de sus ojos.

Aquél desaliñado caradura se trataba de un hombre con el pelo corto y liso, de color rubio ceniza y despuntado hacia un lado, aunque su tono de pelo era mucho más claro que las ondulaciones morenas del atractivo ministro español, con quien únicamente coincidía en el hecho de que ambos llevaban traje. En el caso de Rubio, vestía un traje negro, con un pañuelo rojo arremetido, propio de su estatus como barón. Tenía el pelo bien peinado y recogido una parte de él con un pequeño moño, además de una arreglada barba y bigote.

Por su parte, el hombre que acababa de intervenir llevaba un traje similar, aunque sin corbata o pañuelo y de un color beige, quien a diferencia del ministro español, se había quitado la chaqueta antes de sentarse a la mesa, de tal modo que su aspecto se limitaba a la camisa interior que llevaba desabrochada y que integraba dentro de unos pantalones de vestir de un blanco roto.

No obstante, poco pude fijarme más en su cara porque inmediatamente después de soltar tal estupidez el otro compañero que tenía situado a su lado no tardó demasiado en propiciarle un buen golpe en la cara con la palma de su mano, no haciendo necesaria la intervención de Aaron ni la de ningún otro compañero.

- Gracias Akram -añadió Aaron.

- Un placer señor Dubois, es usted un ejemplo a seguir para mí y no permitiré que nadie le falte al respeto, ni siquiera Joao, por muy buen economista que sea -contestó Akram con su profunda y grave voz mientras le quitaba la enorme mano de encima a aquél hombre indecente.

- El placer es mío príncipe, por poder colaborar con ustedes y estar empleando vuestro terreno en Arabia Saudí como campo de operaciones para probar las nuevas armas que la princesa Yong-Sung, Yamato-Sama y el comandante Horst han estado desarrollando en sus países -le respondió él, muy educadamente.

- ¿Proseguimos? -proclamó una atractiva mujer de unos treinta años de edad, con una media melena tintada de blanco, un traje de cuero negro y los labios pintados de rojo, quien dejaba salir el humo del cigarro que se estaba fumando en la dirección de los dos asiáticos que tenía a su lado.

- ¡Faltaría más! -contestó Aaron, de nuevo, entusiasmado.

- Perfecto -dijo aquella femme fatale mientras se quitaba la chaqueta de cuero quedándose en tirantes con una camiseta blanca ajustada que permitían entrever su tonificada y atractiva figura.

- Así pues, Yamato-Sama, douzou (adelante) -añadió Aaron alegremente en un claro dominio del idioma nipón, inclinándose a modo de reverencia, para mostrarle su respeto y su deseo por que continuase.

- Mochiron yo (Por supuesto). Kuukigo no imi wa "dar oxígeno". Sou desukara, namae no masuku desu. (Kuukigo quiere decir "dar oxígeno". Por eso es el nombre de las mascarillas-cápsula) -explicó Yamato-Sama calmada y amablemente.

A continuación, el emperador les entregó una mascarilla a todos sus compañeros para que las probaran y comprobaran lo bien que funcionaban.

- Nosotros también tenemos listas las máquinas de absorción de oxígeno -comunicó Yong-Sung.

- ¿Podrías explicarnos en qué consiste y su funcionamiento? -preguntó la presidenta estadounidense.

- Ahora que me han traído las patatas, sí -le respondió la princesa norcoreana mientras limpiaba el extremo derecho de su boca con una de las servilletas de tela.

Te Necesito (Vol I. Las Fronteras del Tiempo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora