#02: Lactancia.

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Tres días habían pasado desde el parto de Lionel, ya lo habían enviado a su casa para que descansara, le dieron de alta en el hospital varias horas después de la cirugía, pero aún se sentía increíblemente débil.

Necesitaba la ayuda de Guillermo para hacer absolutamente todo, los músculos de sus piernas temblaban cuando intentaba ponerse de pie y soportar su peso, pero por suerte, tenía un esposo que le ayudaba a bañarse y con las tareas del hogar. Una cicatriz de tamaño considerable se posaba en su abdomen bajo, la cual reflejaba directamente que de ahí había salido la pequeña criatura que había cambiado su vida por completo.

Y hablando del pequeño Ciro, sin duda era un niño bastante tranquilo, tan solo lloraba unas cuatro o cinco veces al día cuando necesitaba que le cambiasen los pañales o cuando quería comer. El rizado, aprovechando la licencia de paternidad que le habían dado en el trabajo, cuidaba de él y le daba todos los cuidados necesarios para que sea un bebé feliz.

Y parecía, que andaba cumpliendo su objetivo.

Desde su cuarto, podía escuchar los gritos alegres del niño cuando su padre le cantaba canciones mientras lo arrullaba para que se durmiera, la sala sin duda, se había vuelto el lugar favorito de Ciro y Guillermo, y él, se encontraba sumamente decepcionado de sí mismo por no estar ahí con ellos.

Se sentía insuficiente para atender al bebé.

Sus pensamientos fueron abruptamente detenidos al sentir los pasos del trigueño hasta la habitación, ahí estaba, con la criatura que se suponía él debía hacerse cargo en sus brazos; aquel pequeño ser, le miraba con los ojos abiertos y una curiosidad tremenda. Era normal que se sintiera así, si al final, era Guillermo el que se encargaba de todo, y en cambio él, estaba postrado en una cama por culpa de su debilidad y su delicadeza.

— Leo... el bebé tiene hambre, y aún no ha tomado su fórmula de la tarde. Se la haré enseguida... — Murmuró con bastante suavidad, ¿Cómo demonios él sabía que Ciro necesitaba comida en ese momento?, no había llorado y ni mucho menos había formado un pequeño berrinche característico de los niños de su edad. No cabía duda de que el trigueño era alguien sumamente increíble. — Lo voy a dejar un rato en la cuna mientras preparo todo, avísame si pasa algo... — Y justo cuando iba a dejar al menor en la camita que estaba a lado de la suya, un instinto se había activado desde lo más profundo de su sistema.

— Dámelo a mí. Yo quiero cargarlo. — Dijo con firmeza el más bajo, mientras alzaba sus brazos para recibir al bebé al que había dado luz; Guillermo le miraba con una expresión bastante confundida, al ver como pequeñas lágrimas de dolor y de tristeza bajaban por sus mejillas hasta perderse en su cuello. Desde que salió del hospital, su esposo ha estado bastante deprimido, se sentía poco e insuficiente para hacer cualquier cosa.

— ¿Estás seguro, mi amor?, aún te ves muy débil. — Pero de todas formas, intentaba subirle el ánimo dándole besos en su rostro y en sus labios, pero parecía que nada surtía efecto; le preparaba las mejores recetas a Lionel, pero este siempre dejaba la mitad o bien no llegaba a comer nada; y cada vez que lo guiaba hasta el baño, el castaño podía ver su figura a través de los espejos que estaban allí, y no podía evitar llorar al ver todo su lindo cuerpo casi destruido.

— No lo he cargado ni una sola vez desde que nació, por favor... — Se sentía como una mierda, y su llanto lo corroboraba aún más, sus brazos dolían como nunca al aún mantenerlos alzados para recibir a su niño, que en ese momento, miraba a Lionel con los ojos bastante abiertos.

— Está bien, mi vida... — Le dijo, para luego entregarle en brazos al pequeño ser que con tanto amor habían creado. — Ya regreso. — Después de aquellas palabras, Guillermo se había ido hasta la cocina, a preparar la fórmula del niño.

CIRO | MechoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora