#04: Cambiar pañales.

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En aquel domingo, la mañana se posaba hermosa en las calles de Rosario, el sol estaba tibio y se sentía como una caricia a la piel. Eran las siete de la mañana y no había ni una sola señal del tráfico rutinario, las calles estaban tan desoladas que podía sentir a la perfección su voz rebotando por las paredes del exterior.

Ese día, Guillermo no trabajaba, lo que significaba la oportunidad perfecta para pasar tiempo con su bebé y que Lionel pudiese descansar, este ya había cumplido tres meses hace muy pocos días, era un niño bastante gordito y muy alegre. Su cabello ya estaba empezando a rizarse y era de un hermoso color castaño claro; le alegraba de sobremanera que su hijo tuviera por lo menos ese rasgo de él, porque al paso que iba, se iba pareciendo cada vez más y más a Lionel.

En ese momento, Guillermo y Ciro ya hacían caminando en un parque cerca de su hogar, observando todo tipo de flores y colores nuevos para el niño. Su mamá le había aconsejado, y había visto por Internet, que era bueno sacar a los bebés a tomar sol y ver el mundo, ya que esto les ayuda con su salud y a relajarlos del estrés de andar encerrados.

Mientras pasaban los días, la curiosidad del pequeño por el exterior crecía cada vez más, a veces, se quedaba anonadado y absolutamente concentrado mientras veía a través del balcón de su departamento las calles y los edificios de la ciudad, haciéndole ver, que había un mundo allá afuera de las paredes que ha estado acostumbrado a ver.

Todas las tardes, y aprovechando que el sol era tenue y fresco, Lionel cargaba al niño en sus brazos para llevarlo hasta aquella terraza aérea, en donde se revolvía inquieto y empezaba a soltar sonoras risas mientras veía como poco a poco las nubes empezaban a oscurecerse. El castaño se había dado cuenta que gracias a esa pequeña rutina Ciro podía dormir durante toda la noche y sin interrupciones, lo que era en parte bueno para él, ya que así podría descansar tranquilo.

— Mi amor, ¿Puedes ver los pajaritos? — Preguntó con cariño el rizado, mientras le señalaba a su niño el cómo estos se hallaban cantando sobre la rama de un árbol de almendro, a lo que este inmediatamente poso su vista y no pudo evitar soltar un par de gritos alegres al verlos volar y mover sus alas con rapidez, un par de risas enternecidas habían salido de las cuerdas bucales de Guillermo al verlo patalear y alzar las manitas para alcanzarlos.

Ambos siguieron observando los diferentes paisajes que el parque tenía para ofrecerles, el menor ya hacía dentro de una pequeña carriola sencilla que el rizado le había comprado a un compañero de su trabajo, ya que, las que había visto por Internet eran demasiado costosas. Esto sin duda, se había ganado las quejas de la madre de Lionel, que hace más o menos dos semanas había venido a visitarlo por primera vez y después de abandonarlo a su suerte cuando descubrió que estaba embarazado; Celia, puso el grito en el cielo al darse cuenta de las condiciones en las cuales estaban criando a Ciro, ya que el departamento que habían adquirido era demasiado pequeño, tenía muy pocos juguetes, y su coche y cuna eran de segunda mano.

Ese día, Lionel y la señora discutieron muy fuertemente, las lágrimas caían en el rostro del castaño de la enorme impotencia que tenía, ella era la persona menos indicada para hablar de su situación económica, a sabiendas que había tirado al muchacho a la calle como si de un perro se tratase. Le dijo a Guillermo con dolor que no escuchara las palabras de su madre, ya que a Ciro y a él no les faltaba nada para ser felices, agradecía de todo corazón el esfuerzo que estaba haciendo por los dos, y le prometió con las manos tomadas que iba a conseguir un trabajo.

Eso sin duda era bastante grave.

Observó por un momento a su bebe, dándose cuenta de que no necesitaba tantos lujos para ser un niño feliz, tan solo necesitaba del cariño y el cuidado de sus padres y ya está.

CIRO | MechoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora