I'm still standing

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"Y cuando el odio me inundó, la soledad me atrapó

y el dolor me derribó, mis demonios llenos de ira me protegieron"

—Desconocido

Siempre pensé que las cárceles serían sucias e incómodas, totalmente lo opuesto a esta espaciosa habitación con cama, muebles y baño... Bueno, tal vez exageré un poco. Un poco mucho, a decir verdad.

La habitación es apenas lo suficientemente grande para una persona, la cama es tan dura como una piedra, por muebles me refiero a una silla, mesa y un baúl que no tiene ningún sentido pues no nos dejan tener ninguna pertenencia; ah y el baño es una pobre taza al lado del lugar en el que duermo. Bueno, creo que es una cárcel en toda regla, pero cuando estás acostumbrada a que tus mejores noches sean en las que puedes dormir sin el riesgo de que te maten, hasta la habitación más asquerosa te parece un palacio. Además, está muy limpia y el baúl, aunque es inservible, da la sensación de que no estas encerrado contra tu propia voluntad.

Lo único de lo que me podría quejarme —como si estar encerrada no fuera lo peor de la experiencia— es del asqueroso y horrible blanco que recubre cada superficie; excepto yo que soy como una mancha incomoda entre tanta limpieza, ah y el baúl, ese es café. Empiezo a encariñarme con ese pedazo de madera.

¿Cuánto llevo aquí que ya veo al mueble como mi amigo?

Siempre que escucho la compuerta de la comida abriéndose agradezco a todos los santos que no conozco por la interrupción a mis pensamientos, pero hoy más que nunca aprecio la distracción, además de que la comida no está tan mal.

Me doy cuenta muy tarde de que estoy perdiendo mi toque o mis heridas son peores de lo que pensé, pero no es hasta que escucho las pisadas que no me percato de que lo que se abrió fueron las puertas y no la rendija de alimentos.

—Adrienna Martinelli.

La frialdad en esa voz es capaz de congelar la habitación en un frio que me llena de escalofríos que no puedo disimular, estoy más concentrada en no desmayarme.

—No creí que fuera tan importante como para recibir la visita del Tlacatecatl.

Mi voz es apenas un copo de nieve a comparación de la tormenta que él representa.

—¿Asesinar a la hija de la Tlatoani no te parece algo lo suficientemente importante?

No quiero reírme y menos al ver que si lo hago, también escupo sangre, pero es inevitable.

—Si tú la hubieras conocido hubieras hecho lo mismo que yo. Era bastante ruidosa y molesta.

De reojo puedo ver sus botas negras y brillantes. Es interesante como los zapatos te pueden dar tanta información de una persona. Los suyos me dicen que es un imbécil. Bueno, no es necesario ver sus zapatos para saber eso.

Él solo comprueba mi teoría apoyando su suela en el costado de mi cara que no está contra el piso.

—Levántate.

Apenas y puedo girar mi rostro unos centímetros para poder verlo a la cara. El dolor de mi espalda me hace imposible girar mi cuello por completo y su bota tampoco me ayuda, pero quiero recordar la cara del desgraciado en esta posición.

—No sé si lo nota majestad, pero estoy un poco golpeada y eso imposibilita la situación.

Se pone de cuclillas a mi lado. En un rápido movimiento me agarra del cabello y me obliga a levantar la cara del suelo, el dolor en mi cuerpo estalla, sobre todo en mi espalda flagelada que pide a gritos que vuelva a mi posición original. Deposito todo mi dolor y enojo en la mueca de desprecio que le dedico.

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