1. Vendas

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Las hojas secas caían sobre la ciudad y una suave brisa se colaba en la cafetería, junto con el sonido de las campanas de la puerta anunciando un nuevo cliente.

Chuuya terminó de preparar dos tazas de café, las dejó en la barra y tocó la campanita para que alguno de sus compañeros entregara la orden.

A penas y tuvo tiempo de suspirar cuando se vió obligado a volver a preparar otra tanda de café.

Era un día particularmente ajetreado, estaban en otoño, era viernes y, como si eso no fuese suficiente, su jefe había hecho descuentos y ofertas para estudiantes, por lo que la cafetería se encontraba abarrotada. Por donde sea que mirase había estudiantes universitarios sentados en las mesas con sus laptops y apuntes esparcidos. Estaban llenos, a tal punto que la fila salía de la cafetería y muchos clientes pedían sus bebidas y postres para llevar, puesto que ya no habían mesas disponibles.

Aunado a ello, Chuuya era quien se veía más ocupado, era el único barista en la cafetería que sabía hacer diseños en 3D. Dichos diseños captaban la atención de la mayor parte de la clientela, le pedían diseños que iban desde gatitos, hasta superhéroes.

Después de terminar otras dos tazas de café fue a dejarlas en la barra y se dió cuenta de que las anteriores aún no habían sido entregadas. Paseó su vista por la cafetería y vio a sus compañeros. Sigma le pedía a algunos clientes que esperaran su turno y dejaran de intentar colarse, pues una anciana había empezado a golpear con su bastón a un chico que quería saltarse la fila. Atsushi tenía las manos repletas de pedidos e iba entregando en cada mesa. Lucy estaba limpiando y recogiendo los platos de las mesas desocupadas, y a Tachihara no se le veía por ningún lado.

Chuuya soltó un suspiro desganado y fue él mismo a entregar las órdenes.

La primera era para un par de estudiantes, que se veían muy angustiados revisando sus apuntes y tecleando con vehemencia sus laptops. Por otro lado, la segunda era para un hombre y, quien Chuuya supuso, era su esposa.

-Buenas tardes-dijo amablemente-aquí está su pedido.

Colocó las tazas sobre la mesa, el hombre había pedido un café bastante simple, sin dibujos o decoraciones, y la mujer había optado por un latte de vainilla con una flor de loto en relieve. Les colocó dos bolsitas de azucar en la mesa y se dispuso a retirarse, sin embargo, la voz irritada del hombre lo detuvo.

-¿Qué es esta porquería, muchacho?

Chuuya parpadeó, confundido.

-¿Disculpe?

-Recuerdo haber pedido un machiatto-observó la taza con desdén-. Es evidente que esto no es uno.

Chuuya frunció el ceño, claramente en desacuerdo.

-Lamento el inconveniente, pero eso es un machiatto, señor, lo que ordenó.

El hombre alzó una ceja y lo miró como si fuera un completo ignorante. Chuuya comenzaba a exasperarse. La paciencia no era una de sus cualidades.

-Escucha...-su mirada recorrió el cuerpo de Chuuya de arriba a abajo, una mueca de desagrado se plantó en su rostro-. Niño. Yo sé bien lo que es un machiatto, y esto-señaló la taza con obviedad-no lo es.

Tomó una bocanada de aire. ¿Quién se creía ese hombre? Él llevaba muchos años trabajando como barista, tomó más de cinco cursos para aprender todo lo que sabía hasta ahora. Era consciente de que a diario se aprendía algo nuevo, pero aquello era ridículo, la orden era excesivamente sencilla. Estaba claro que ese hombre solo buscaba molestar y una vena comenzó a palpitar en la sien de Chuuya al darse cuenta que lo estaba logrando.

Un día de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora