5. Conocer

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—Chuuya, vamos, vamos, apresurateee—estaba impaciente, su amigo se estaba demorando mucho y no llegarían a tiempo.

—Tú te tardaste una hora arreglándote, no te quejes.

Bueno, en eso tenía razón.

El peliblanco soltó un suspiro lastimero, estaba aburrido, así que simplemente se fue a la cocina y comenzó a hurgar en la despensa de su amigo. Cinco minutos después regresó con una bolsa gigante de papitas, Chuuya por su parte seguía viéndose en el espejo y probándose sombreros diferentes, quería comprobar cuál quedaba mejor con la ropa que había elegido ese día.

Nikolai se tiró sobre la cama pataleando, parecía un niño haciendo una rabieta, se volteó y miró al pelirrojo con impaciencia.

Gwamos a llegag cardeeee—tenía la boca repleta de papitas y a duras penas se entendía lo que decía.

Chuuya rodó los ojos y lo ignoró. Tenía una disputa muy seria: ¿se veía mejor con el sombrero vinotinto o con el sombrero negro?

—¿Cuál crees que es mejor?—cuestionó volteándose y mostrandole ambos sombreros puestos, lo meditó unos segundos, sí que era una decisión difícil, luego de un rato finalmente tragó lo que tenía en la boca y habló:

—El vinotinto.

Chuuya sonrió y asintió, finalmente se colocó el sombrero vinotinto, se puso perfume y Nikolai sentía que iba a llorar de felicidad cuando salieron del apartamento.

Bajaron por el elevador hasta la recepción y saludaron al guardia.

—¿A qué hora es la cita?—preguntó cuando hubieron salido del edificio. Estaba haciendo un poco de frío.

—A las diez—Nikolai, por su parte, seguía comiendo sus papitas.

Chuuya revisó la hora en su teléfono y maldijo en voz baja. Eran las nueve con cincuenta y cinco minutos de la mañana.

—Yo te dije que te apresuraras y tú estabas tardando mucho—murmuró y le ofreció papitas—. ¿Quieres?

Chuuya lo miró mal.

—-Siempre te robas mis papitas—lo dijo de mala gana, sin embargo tomó dos y se las comió.

Siguieron platicando hasta llegar a una parada de taxis. La parte no tan divertida de ser universitarios que dependen económicamente de ellos mismos es que ninguno tenía auto; Chuuya tenía una bici y Nikolai energía suficiente para ir a pie a todas partes.

Ambos se subieron a un taxi y se bajaron en el centro comercial. Luego de caminar por unos minutos, finalmente llegaron a su destino.

—¡Llegó por quien lloraban!—anunció Nikolai, muy alegre, entrando a la peluquería dando brincos.

Sigma pegó un salto del susto al oír el griterío y luego miró enfurecido al peliblanco que ahora estaba guindado en su cuello, abrazándolo.

—Sig, te extrañé muuuucho—su cabeza se frotaba contra el pecho del más bajo y este solo podía hacer muecas de repulsión, Nikolai era muy empalagoso.

—N-Nikolai, suéltame—trataba de apartarlo, pero este se aferraba con más fuerza mientras negaba con la cabeza.

—No quiero.

Sigma suspiró y saludó con la mano a Chuuya que veía la escena con una sonrisa, ciertamente, Nikolai podía llegar a ser bastante... Intenso.

El pelirrojo saludó al resto de las personas en el local. Gin le cortaba el cabello a un señor rubio, Jouno le hacía una limpieza facial a una señora, Naomi jugaba con su teléfono detrás del mostrador y había otra chica que no conocía acomodando unos estantes con productos capilares. Supuso que debía ser nueva, dado que él y Nikolai frecuentaban aquel establecimiento y jamás la había visto.

Un día de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora