—Vergüenza aquel que le roba a sus muertos —gritaban las almas atadas a sus tumbas mientras los ladrones salían llorando de su hogar, dejando olvidado todos esos objetos de gran valor que planeaban profanar...
La noche era fría, los copos de nieve caían dificultando la vista. Era un invierno frío en la capital, el primero de muchos. El clima había comenzado a cambiar de repente, al igual que las acciones desesperadas de las personas. Muchos susurraban en los oídos de otros, diciendo que la falta de oro era por los inmensos robos en los puertos, lo que había causado que grandes comerciantes, como la familia Rodríguez, cayeran en bancarrota.
Alfonso Rodríguez y Gabriel Sanchez habían corrido por las calles nevadas de la capital. Era pasada la medianoche, cuando llegaron a los muros del cementerio, el lugar de descanso más amplio del país, con su portón principal en el centro de la ciudad y la parte más vieja a las orillas de la costanera.
Ambos jóvenes se escabulleron por la parte vieja, donde las aguas del río corrían violentamente y tras el muro todo estaba más descuidado y con menos encargados haciendo vigilancia.
Gabriel y Alfonso habían sido rápidos en usar las enredaderas que se extendían por los ladrillos con cuidado y subir hasta la cima del muro.
El cabello rubio de Alfonso se movía con la brisa helada pero este tenía la mente en la fortuna escondida entre los cadáveres, el solo hecho de pensar en las joyas y oro que estarían sepultados ahí, lo hacía babear pero, por otro lado, Gabriel no estaba muy entusiasmado con robarle a los ancestros, a esas almas viejas que seguro rondaban los caminos torcidos del cementerio, la sensación de incomodidad instalada en su pecho por momentos le quitaba el aire, sin embargo, el simple recuerdo de su hermana y de la posibilidad de comprar la libertad de ambos eran suficiente motivación para continuar.
Así que una vez que llegaron a la cima, ambos quedaron con las piernas colgando del muro, mirando la caída que les esperaba. No era una caída muy larga pero de igual forma intimidaba a los dos muchachos y los rosales secos que se encontraban abajo tampoco habían sido una vista muy alentadora. Gabriel hizo una mueca y giró el rostro un poco hacia Alfonso a la vez que acomodaba su boina sobre su cabello evitando que el viento se la lleve.
—Pueden pasar dos cosas —dijo Alfonso mirando al suelo, sus dedos agarrando con firmeza los bordes—, o caemos y salimos ilesos, capaz con unos rasguños —hizo una mueca al saber que era lo menos probable de que sucediera—, o nos hacemos mierda las piernas por la fuerza del impacto.
—Ya me estoy arrepintiendo de esto —Gabriel tragó saliva con nerviosismo, sintiendo un poco de náuseas por la altura.
Su cuerpo ancho y grande en contraste con Alfonso, que era mucho más delgado y delicado, hacía que su apariencia lo convirtiera en un matón para el que lo mirará pero en su interior era un potrillo recién nacido, como aquellos a los que criaba.
El rubio se giró y le puso una mano en el hombro intentando convencer a su amigo de que lo acompañará, a diferencia de hace unas horas su visión era mucho más clara. La nieve había parado momentáneamente así que Gabriel aún tenía algunos copos en la ropa muy diferente a la que usaba Alfonso. Los parches eran obvios en su saco y bombacha de campo, ya bastante desgastada. Mientras Alfonso, a pesar de la crisis de su familia, seguía vistiendo ropas nuevas y de mejor calidad, sus zapatos aún relucientes por el betún.
Alfonso exhalo y una nube blanca llenó el espacio entre los dos.
—Mira, si te querés ir te vas pero de igual forma te podes hacer mierda las piernas porque vas a tener que saltar —Alfonso se encogió de hombros—. No tenés muchas opciones.
—A veces sos tan simpático —suspiró y tomó una fuerte respiración, cerró los ojos y Gabriel rezó una rápida oración antes de musitar—. La vida es una, que sea lo que dios quiera —gritó mientras se tiraba por el muro sin avisar.
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Cusumbo; pueblo de locos, relatos de otros
Historia CortaAugust va a escribir, antes de morir, nueve relatos, nueve historias, todas olvidadas, todas con finales, con personajes defectuosos, con sus líneas borradas, que destruyeron sus cuentos, o simplemente existieron. Con su último aliento, August nos c...