09) Adeline; La rosa y la pluma

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Era joven en ese entonces.

Joven y obsesivo.

Me dejaba llevar por cualquier maravilla que me cautivara. Por eso, cuando descubrí el libro de Adeline quise encargarme de la historia, aunque el creador había dudado en un principio en si dársela o no. Al final, terminó cediendo a mis deseos. Wendghes era demasiado blando para ser quien era, y la biblioteca que había creado estaba llena de mundos hermosos, historias de romance y fantasía. Con finales felices o historias completamente trágicas. Sus tramas eran envolventes y por esa razón amaba trabajar allí.

Pero el día que tomé de forma oficial la historia de Adeline, fue mi perdición...

La castaña sonreía, el viento golpeaba su rostro con rudeza mientras cabalgaba en los terrenos de su padre, su vestido rosado con las bordes revoloteantes, sus botas adecuadas para montar se clavaban a los lados del caballo, guiando y marcando hacia dónde ir, aunque quisiera fingirlo, lo joven no era una experta en ello, el caballo era demasiado manso y ella fingía sus conocimientos con arrogancia frente a los demás.

Se veía tal y como sus padres querían, como un bonito adorno que debía ir colgado del brazo de un hombre. Pero en su interior, había fuego que ansiaba liberarse, ser capaz de correr lejos de esa mansión que tanto amaba y detestaba a la vez. Adeline a veces deseaba ser como su hermano menor. La persona que heredaría todo, el que puede hacer lo que quiera sin restricción. Su madre ya le había dicho múltiples veces que eso jamás pasaría, ella era la primera hija de su padre, la joya de la mansión Las flores. Ella era de ellos, pero también deseaba ser de sí misma. Y eso era algo en lo que August podía ayudarla.

El narrador se quedaba de brazos cruzados cerca de un árbol, viendo a su chica cabalgar, un torbellino de sentimientos lo envolvían. Amor, deseo, culpa, posesividad...

Tantas emociones que lo abrumaban, que lo hacían cerrar los dedos con fuerza sobre su pluma, el cuaderno bien escondido en algún lugar de este mundo.

Ira y odio, destacaban en ese remolino que golpeaba su pecho.

Las palabras gritadas durante su encuentro anterior con el creador aún están grabadas en su mente. La furia de que no entendieran sus verdaderas intenciones.

—Ella no debía amarte, August, lo que haces está mal.

¿Y que si estaba mal? Adeline había sido suya desde el primer momento en el que puso un pie en este mundo, desde que sus ojos se conectaron e hicieron latir ese corazón de acero.

Las palabras que en su mente se iban formando, se plasmaron en el libro que dormía en las almohadas de ganso en la habitación que compartían. La bella Adeline se acercó a él mientras cabalgaba y todo comenzó a arder, los papeles, las cubiertas de los libros y las historias, gritos provinieron de todas partes, haciendo sangrar los oídos del narrador.

August llevaba de la mano con fuerza a Adeline, sus zapatos haciendo eco en los pasillos de la mansión.

—Tengo que sacarte de aquí, tengo que sacarte de aquí... —susurra conmocionado, su esencia buscando las grietas más seguras para abandonar el libro y salvar a su amada.

Pero mientras huían sus dedos se desenredan, su unión se rompe y el fuego los alcanza, devorando los pliegues del largo camisón de Adeline, subiendo por la tela, consumiendo los encajes y su piel, haciéndola cenizas frente a los ojos del narrador.

Ambos se sonrieron cuando ella se bajó del caballo y saltó a sus brazos.

—Te extrañe, ¿Dónde has estado todos estos días? —preguntó la muchacha, sus ojos brillantes de alegría. Su cabello rozaba la camisa delgada de August, el cuál disfrutaba cada roce de sus cuerpos.

—Estuve planeando nuestro escape. Ya quiero llevarte a conocer nuevos lugares —estaba emocionado por poder mostrarle su mundo a su amada, llevarla a recorrer otros mundos solo para poder ver esa bonita expresión que teñía su rostro cada vez que le mostraba algo inusual.

—Estoy tan feliz —suspiro en sus brazos—, tan ansiosa por poder comenzar una vida contigo.

—Abandonaremos este mundo para dar un salto al plano literario está noche, te iré a buscar a tu habitación y nos iremos —habló sobre su cabello, acariciando las puntas castañas con sus dedos.

—Juntos.

—Juntos —confirmó besando sus labios.

August miraba el lugar vacío donde Adeline había estado hacía segundos, su cuerpo rodeado por llamas que no lo castigaban, que lamían su piel con lujuria mientras lagrimas bajaban por sus mejillas. Su corazón se había roto y lentamente esa resquebradura llegaría a su mente. Quitándole todo.

—August...

—¿Por qué?

—Has complicado las cosas demasiado, comprometiste no solo su historia, sino todas las de este mundo.

—Me la quitaste —gruño, su cuerpo vibrando en rabia pura.

—Yo no te quite nada August, tú solo lo hiciste.

—¡Mentira!

—Mi niño, escúchame —suplico estirando sus dedos para llegar a él.

—No me hables, no me toques ni te acerques a mi, Wendghes —se apartó de su toque como si quemará, sus ojos perforando los del creador que lo miraba con compasión. Lo había criado como a un hijo, había sido permisivo, pero esto ya no podía continuar, debía detener aquello que había dejado crecer con tanta avidez.

—Tienes que venir conmigo, August.

—¿A dónde me llevarás? ¡Ya me has quitado todo!

—A Cusumbo —sus ojos brillaron de un intenso amarillo, los remolinos de magia y letras se veían tan claramente que la piel de August se congelo. Conocía esa mirada a la perfección, y a pesar de que hacía años no había sido el receptor de ella, no había olvidado lo que se sentía ser tirado por esos ojos.

—No iré a ese basurero.

—Iras, y no tienes más opciones —sentenció.

No recuerdo en qué momento exacto fue. Luego de esa discusión, solo recordaba estar en esta choza, con el alma rota y sin mi Adeline.

Oh mi Adeline. Te extraño todos los días, aunque ahora después de tantos años entiendo que fui el culpable de tu muerte en esa época, espero, ahora que sé que has renacido, que puedas seguir tu historia como es debido. Duele,no tienes idea del dolor que es saber que estás siguiendo tu línea, pero sin mi.

Y aunque te amo, ahora sé que no debías hacerlo, que tu amor fue forzado por mi propia mano.

Y me odio por eso...

Cusumbo; pueblo de locos, relatos de otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora