03) El error

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El bebé de un año miraba a sus padres con sus grandes ojos vidriosos, movía sus manitas en busca de su atención. Estiraba y cerraba los dedos regordetes, tenía sus mejillas rojizas por la frustración, sus labios pequeños y finos hacían un puchero que amenazaba con explotar en un ruidoso llanto si seguían ignorándolo. Sus padres, ajenos a él, se encontraban ocupados discutiendo en susurros.

El aire se encontraba tenso a su alrededor, el resentimiento era palpable y hacía que los movimientos de ellos se volvieran más y más bruscos. Su discusión iba subiendo de nivel a toda prisa. Estaban tan ensimismados en lo que sea que había desatado la rabia de ambos que no notaban que el bebé estaba al borde del llanto.

El living de la casa estaba siendo el campo de batalla de, no la primera, pelea pero tampoco la última que Fede vería. Los escasos muebles hacían que el lugar pareciera más una prisión que un hogar, las goteras en el techo dejaba filtrar el agua en forma de gotas, la lluvia en la chapa hacía tanto ruido, como miles de hormigas caminando y luchando una batalla eterna. Era tanta el agua que caía a cántaros con la tormenta primaveral, que ésta se comenzaba a acumular a las afueras de la propiedad, dejándolos aislados y separados de los demás miembros de la comunidad rural.

—¿Cómo carajos vamos a seguir escondiendo a ese niño, Diego? Dime, por favor. Dame una maldita explicación por una vez. ¡Una! —alzó la voz, sus ojos rojos por pasar sus días llorando. Se sentía sola, abandonada y tener que cuidar del bebé la estaba consumiendo por dentro.

La respiración de ambos era agitada y las manos de Sofía se movían de forma frenética en el rostro furioso de Diego mientras le gritaba todo lo que estaba mal en su ausencia.

Años más tarde, Federico pensaría, viendo al pasado, que sus padres habían sido como el agua y el aceite. Al principio se habían atraído como dos aves listas para formar su nido de amor pero al final había sido una pesadilla, para ambos, para los tres.

—¡No lo sé! —habló un poco más fuerte y miró a Sofía a los ojos. La incertidumbre en su garganta se volvía cada vez una bola más difícil de tragar, estaba harto de esto, y su hijo apenas llevaba unos meses con ellos, ¿Cómo sería dentro de unos años? Pensaba cada día que se levantaba. Si cada encuentro con Sofía era una batalla no creía poder soportar por mucho más—. Ese niño directamente no debería haber nacido. Lo amo, como te amo a ti, es la única razón por la que me estoy esforzando en mantener está farsa, para aparentar que nada está pasando y que no lo encuentren, porque cuando lo hagan, se lo van a llevar, Sofía. No podemos dejar que eso pase. No podemos perder a nuestro hijo.

El padre intentaba hacer entrar en razón a la madre y el bebé inicio a moverse incómodo por la agresión que ambos desprendían. Gruesas lágrimas caían por sus mejillas regordetas, y de sus finos labios, gimoteos de molestia se desprendían. Diego lo miró a la vez que sentía a Sofía gritar en sus oídos de una forma ensordecedora, empujando el pecho de él con bronca—. ¡Que se lo lleven! Yo no lo quiero, nunca lo quise ni lo querré.

—No digas eso, Sofía, eres su madre.

—Nunca quise serlo...

Cinco años más tarde, Federico se encontraba arrodillado en una silla frente a la ventana. Exhalaba sobre el cristal y sus dedos hacían pequeños dibujos que se borraban al instante, su imaginación volaba por los aires, creando fantasías sobre el mundo exterior, de todo lo que le hacía falta, el amor que no tenía y las ausencias que anhelaba.

Afuera era un día típico de primavera en el campo. Las flores silvestres habían florecido, el sol se alzaba triunfal en el cielo y las brisas templadas eran una caricia a la piel pegajosa por la humedad. Pero él no podía salir y disfrutar del mundo que tanto lo llamaba, sus padres se lo habían prohibido, su madre le había dicho que solo los niños tontos salían y su padre le había advertido de un peligro que acabaría con su vida si llegaba a pisar el suelo desconocido, pero él igualmente quería aventurarse entre todo aquello que veía desde su lugar en la ventana.

Cusumbo; pueblo de locos, relatos de otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora