III

48 5 0
                                    

Gilgamesh observo la pantalla de su teléfono, el número desconocido sobresalió en ella mientras seguía vibrando en su mano, la yema de su dedo se deslizo antes de llevarse el teléfono a la oreja, su expresión poco interesada rayando en aburrida cambio rápidamente cuando escucho la voz del otro lado de la línea.

"Gilgamesh" una sonrisa se extendió en sus labios, saboreando el cómo se escuchó su nombre en los labios de su interlocutor, mientras avanzo hacia la salida la música en el bar empezó a disminuir, y ante su buen humor dejo pasar algunas miradas atrevidas que vagaron sobre él.

—Esto es tan sorpresivo, que tú, Kirei me hayas llamado —la emoción reverbero con fuerza en su interior, mientras deslizo las palabas con anticipación— ¿Acaso te sientes solo?

Del otro lado de la línea pudo escuchar un suspiro, supuso que el otro hombre había fruncido el entrecejo ante sus palabras. Después de todo había ciertos hábitos que no podían quitarse ni con el pasar de los años, Gilgamesh observo este hecho aborrecible y patético por parte de los humanos, sin embargo en ese hombre, que solía enfurruñarse cual niño cuando las cosas no salían como esperaba de alguna forma le pareció divertido, y hasta en cierto punto conmovedor.

Un payaso que no entretiene a su rey no sería ser digno de ser llamado uno, y como de costumbre Kotomine Kirei había rebasado sus expectativas al haberlo llamado después de tanto tiempo.

Por supuesto, Gilgamesh sabía que en algún momento esto ocurriría, su vínculo era estrecho, habían compartido un mismo fin y habían hecho una promesa, él vería la resolución que estaba buscando Kotomine Kirei aunque para ello el hombre en sí mismo debiera caer, no obstante, a pesar de tener una sociedad cada uno había seguido su propio camino.

Cuando la cuarta guerra del santo grial termino, y Kotomine se convirtió en el vencedor, volvió a operar como agente activo de la iglesia, la primera semana había sido demasiado papeleo aburrido que lo le hizo desear ponerle fin a ese siglo.

El mundo al que fue invocado Gilgamesh era aburrido, carecía del brillo con el que alguna vez brillaron los hombres en el mundo, con corazones fáciles de manipular y corromper, esa época estaba demasiado maleada para su gusto.

Aun así, había logrado encontrar algo que llamo su interés.

Kotomine Kirei era una contradicción andante, aferrándose a las creencias de su Dios, busco salvación para lo que nunca tuvo una en primer lugar.

Un hombre hueco y completamente vacío, había nacido en esa época plagada de desorden y caos, como si un enorme agujero hubiera sido su epicentro de origen, ese hombre desesperadamente trato de llenarlo, solo para fallar con cada uno de sus intentos.

Él no podía sentir placer de la misma forma que los demás lo hacían, lo cual lo convirtió en un hereje a ojos de cualquier otra persona en ese mundo, donde la belleza que él buscaba se basaba en la destrucción y el horror.

Un hombre horrible por naturaleza, que busca la infelicidad de los demás, solo podría denominarse como un error, sin embargo para Gilgamesh fue la única persona que pudo encontrar interesante en ese siglo.

No obstante, "mucho" de algo podía cansar, no solo a un mortal sino a un Rey como él, no importaba que tan buena fuese la comida o el vino, si se degustaba a diario llegaba a perder su sabor. Así que se encontró yendo y viniendo, a Kotomine, como era de esperarse no pareció impórtale que caminara libre por el mundo, por lo que eso facilito las cosas.

Nunca hubo llamadas, tampoco solicitudes, Gilgamesh vago el tiempo que quiso y como tal Kotomine hizo lo suyo, encargándose de la iglesia como de los deberes que tenía con la sede principal en el vaticano y los preparativos para la siguiente guerra del santo grial.

Esposa a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora