Capítulo 3.

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Deshacerse de un esclavo como One Eye, que constantemente ganaba peleas y por ende oro para sus bolsillos, no era y nunca había sido una opción; sin embargo, no tuvo excusa para rechazar la oferta que le hizo lord Raki por él, primero porque era una buena oferta y segundo porque era el señor de aquel feudo. Solo alguien muy estúpido se arriesgaría a ofender a su señor por algo tan tonto como la compra de un esclavo, así que con total mansedumbre aceptó las dos bolsas llenas de oro que le entregó lord Raki.

-Este oro es por la compra de tu luchador, más un extra por el niño que venía con ustedes y que es el único que al parecer entiende a One Eye- dijo.- Lo necesitaremos para que ayude a hacer de intérprete.

-Sí, milord, como desee. Puede quedarse con el niño también, no lo necesito para…

-Y esta otra bolsa de oro es por las molestias, ya que ahora estarás obligado a buscar nuevos gladiadores que trabajen para ti. Te sugiero buscar en el mercado del feudo vecino, al tener un puerto tan grande hay una oferta permanente de buenos esclavos- sugirió, con aire de estar dando una orden en realidad. No quería que aquel hombre estuviera siquiera cerca de su antiguo gladiador, porque como todos sabían los hombres así eran fuente de problemas. Tampoco quería que su preciado hijo corriera el riesgo de verlo de nuevo, por motivos muy profundos que ni él mismo alcanzaba a entender. Conque, después de realizada aquella compra tan poco usual, ordenó que llevaran a su presencia a One Eye y al niño, cuyo nombre era Maarten, para ponerlos en conocimiento de su nueva situación. 

-Acabo de comprarlos a ambos a su antiguo amo, así que ya no tienen que regresar con él. De a partir de ahora vivirán en este castillo, a las órdenes de mi hijo lord Adam. ¿Entienden? 

-Sí… sí, señor- contestó con timidez el niño, incrédulo por su buena suerte. Su amo anterior era un cerdo, y en cambio lord Adam era un ángel, todos en el feudo lo decían y él mismo lo había comprobado en aquellos pocos días de viaje desde el pueblo hasta el castillo. Los dioses tenían que estar muy contentos para haberlos favorecido con aquel repentino cambio de dueño.

-Deberán aprender las costumbres de la corte para poder ser buenos sirvientes, pero me encargaré de que aprendan rápido. Vestirán y comerán decentemente, tendrán todo lo que precisen y serán tratados con respeto, pues así es como mi hijo desea que sean tratados sus criados. Eso sí: si alguno se atreve a desobedecerlo o jugarle sucio, si intentan huir o hacer cualquier cosa indebida, no tendré piedad. No permitiré que ningún esclavo ingrato esté al servicio de mi querido Adam, ¿he sido claro?

One Eye asintió con la vista baja, mientras resistía el impulso de sonreír. Algo que por cierto llevaba años sin hacer, porque desde su captura no había vuelto a encontrar motivos para sonreír, pero ahora todo era distinto. Ahora sus ruegos habían sido oídos por los dioses y podría permanecer en el castillo para servir a su amado lord Adam, lo que llenaba su pecho de tanta alegría que casi no podía reconocerse a sí mismo. Estaba feliz, muy feliz, al punto que no oyó nada más de lo que lord Raki les estaba diciendo sobre las costumbres del castillo. Lo único que lo devolvió a la realidad fue ver entrar al salón del trono a Adam, que lucía precioso y cuya sonrisa tímida lo transportó a los campos de hierba de su aldea, en tiempos cuando aún era un hombre libre y se sentía dueño del mundo.

-Adam, querido, qué bueno que estés aquí. Les estaba informado a tus nuevos criados cómo serán las cosas de ahora en más, pero ya que van a servirte a ti quizás quieras hacerlo en persona. ¿Te parece?

-Sí, padre. Muchísimas gracias por todo, por cierto, eres un hombre muy generoso- agradeció con un corto abrazo, para luego acercarse a Maarten y a One Eye.- Supongo que les sorprende, ¿no? Que haya decidido comprarlos a su anterior amo, a lo mejor ha sido una decisión un poco egoísta e impulsiva por mi parte, pero…

-¡No se disculpe, lord Adam, no ha hecho nada malo!- se apresuró a negar Maarten, casi riendo del alivio que sentía.- Para nosotros será un honor vivir aquí y servirlo, ¿sabe?

-¿En serio? ¡Pues mejor para todos, entonces! Vengan, síganme que hay mucho que quiero mostrarles y decirles. 

A Adam no le resultaba fácil hablar delante de otros nobles porque se cohibía, pero con los esclavos y sirvientes no tenía ese problema; se había ganado a pulso la fama de señor bondadoso con ellos porque les hablaba casi de igual a igual, era generoso y justo, y nunca usaba su poder para impartir castigos o hacerles daño. Llevó a Maarten y a One Eye hasta sus aposentos privados para mostrarles todo, incluyendo el pasillo que comunicaba con las habitaciones de los sirvientes y que sería su nuevo hogar, cosa que de hecho los sorprendió.

-¿No viviremos en las chozas de afuera, amo?

-No, esas chozas son para los sirvientes de las caballerizas y los esclavos del campo. Los que sirven a mi padre o a mí se alojan dentro del mismo castillo, hablo de las mucamas, mayordomos, guardias personales, etcétera… y eso me lleva a lo que quería decirles, sobre los trabajos que harán. One Eye, ¿me puedes entender, verdad?

One Eye asintió. El corazón parecía querer escapársele por la boca, pero en su rostro curtido no hubo el menor cambio de expresión. 

-Hasta ahora te has desempeñado como luchador, pero yo no apruebo ni tolero esos combates tan crueles. Quiero que trabajes para mí como mi guardia principal, que me escoltes cuando salga a algún lado, o simplemente que vigiles aquí por mí… ¿lo comprendes? Se acabó lo de ser gladiador, ahora tendrás un empleo más tranquilo. Entiendo que al ser mudo has desarrollado una especie de lenguaje de señas. Pues quiero que Maarten me enseñe ese lenguaje, a mí y al resto de criados, para que podamos entenderte mejor.

Se retorció las manos de forma nerviosa y también comenzó a sudar un poco, porque One Eye lo estaba mirando tan fijo y con una expresión de tanta sorpresa que le resultó imposible sostenerla. Aquel hombre era más que un esclavo, mucho más: era el hombre más endemoniadamente varonil que hubiera conocido, que estaba allí parado todavía con su vieja túnica desgarrada y su cabello enmarañado y aún así imponía con su dignidad; de repente se imaginó entre sus brazos y le tembló todo el cuerpo de solo pensarlo, porque esos brazos fuertes y marcados parecían hechos para dar calor… se preguntó si One Eye notaría su nerviosismo. Quizás no, quizás solo estaba mirándolo porque le sorprendía su plan y la generosidad que estaba demostrando al permitirle abandonar las luchas.

No tenía modo de leer su mente para saber que One Eye estaba pensando en exactamente lo mismo, pero a la inversa: en lo tremendamente satisfactorio que debía de sentirse tenerlo entre sus brazos, apretarlo, mostrarle toda su gratitud por darle una vida más digna de la única forma que se le ocurría: llenándolo de todo su amor.

-Él dice que está muy agradecido con usted, milord- explicó Maarten al interpretar los gestos del hombre.- Y que cuidará de usted como ningún otro guardia lo ha hecho. Que puede estar tranquilo, jamás lo decepcionará.

-¡Oh! Pues bien, bien… en ese caso…- sonrió débilmente y luego volvió a mirarlos.- Preparémonos para salir. Los llevaré hoy mismo con el sastre del pueblo para encargar sus uniformes, y también pasaremos por la armería. Mi nuevo guardia merece un arma grande e imponente a la altura de sus habilidades, ¿no?

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