Capítulo 5.

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Los cuchicheos no se hicieron esperar en el castillo, en cuánto se supo que el rudo esclavo One Eye se había quedado a dormir en los aposentos privados de lord Adam. Era habitual que ante la enfermedad o dolencia de alguno de los señores los criados permanecieran disponibles en el cuarto contiguo, o incluso en el mismo cuarto, pero lo normal era que fueran mucamas bien entrenadas, no guardias de seguridad. One Eye destacaba por su apariencia salvaje, su único ojo, su altura y musculatura de gladiador; no era para nada el tipo de criado que un amo querría tener cerca. A Adam nada le importaban estos chismorreos porque no estaba al tanto de ellos, pero si lo hubiera estado tampoco le habría importado: para él, lo único que tenía valor y sentido era la presencia de One Eye, su salvador, su hombre predilecto aunque le diera vergüenza admitirlo. One Eye lo había cautivado desde el primer momento y ahora lo sabía, esos extraños retortijones de estómago que sentía al verlo no eran mariposas ni tampoco malestar por comida podrida.

"Él simplemente me gusta… me gusta verlo, sentirlo cerca, hablar con él aunque no pueda responderme. ¿Acaso eso es un pecado? No le estoy haciendo daño a nadie con mis sentimientos, aunque sean extraños y nunca vayan a ser correspondidos".

Era consciente de que sentir atracción por un esclavo estaba mal. Si bien era cierto que muchos nobles tenían por amantes a sus propios esclavos o esclavas, era algo de lo que no se hablaba y que se limitaba exclusivamente a los placeres de la cama. Se podía "admitir" que un señor quisiera satisfacer sus deseos carnales con una sirvienta, pero la posibilidad de que hubiera amor era impensada, más que eso, era un tabú imposible de romper. Y sin embargo…

Podía sentir sobre sí la mirada de One Eye de una forma que lo acaloraba, casi podía decir que lo intuía por sus gestos y su actitud devota; tenía el presentimiento de que One sentía cosas por él, que se demoraba en sus tareas para permanecer más tiempo a su lado, que lo vigilaba cuando hablaba con otros como si sintiera celos de tener que compartir su tiempo juntos. El caso más evidente fue cuando recibió la visita de su amiga lady Elizabeth, a quien siempre llamaba de cariño "Beth". Casi podía jurar que One Eye la había taladrado con la mirada de principio a fin, sin mencionar que al irse la joven lo obligó a recostarse de nuevo para que descansara y le impidió recibir más visitas por el resto de la tarde. Quizás todo estuviera en su imaginación y en su deseo de ser correspondido, pero quizás los dioses no lo habían hecho conocer a One por nada. A lo mejor, su amor no era tan tabú como él temía. A lo mejor tenía una chance.

-One Eye, ya has oído lo que dijo el doctor, ¿no? Mi anemia ya está bajo control, así que mañana podré retomar mis actividades en el castillo. Me vestiré temprano para acompañar a mi padre a la ciudad, haré mis recados, y por la tarde subiré al observatorio. 

One Eye dudó un instante pero luego asintió, y Adam vaciló. Debía intentarlo, debía hacerlo aunque muriera de miedo o se arrepentiría…

-Quiero que me acompañes, por supuesto. A la ciudad, al observatorio, a cenar y a dormir… porque ya sabes, me gusta tanto observar el cielo que a lo mejor me olvido de nuevo de hacer lo correcto. ¿Tú podrías prometerme que me obligarás a acostarme a una hora decente? Te doy permiso de cargarme en brazos por la fuerza si es necesario.

One Eye era inexpresivo pero no de piedra, así que ante aquellas palabras enrojeció por un instante, ya que de solo imaginarse acostando a su amo se le subió toda la sangre al rostro. Le indicó por gestos que cumpliría su pedido y le tocó brevemente la mano, queriendo decirle que agradecía su confianza…

Ambos se vieron muy fijo al sentir ese contacto. Adam, respirando más lento, entrelazó sus dedos con los de One Eye y con ese simple movimiento logró que ambos se sonrojaran todavía más. De hecho, no solo se sonrojó sino que sintió un cosquilleo en su zona íntima; si One Eye no se hubiera apartado de inmediato al sentir a la mucama llamando a la puerta, puede que ese cosquilleo se hubiera transformado en un fuego abrasador que lo obligara a darse alivio con una tina nocturna muy fría.

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