𝑆𝑒𝑖𝑠 ⚘ 𝑃𝑒𝑠𝑎𝑑𝑖𝑙𝑙𝑎𝑠

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-No creo que esto sea una buena idea -Bill se remueve sobre su asiento escondiendo su rostro entre sus dedos incapaz de prestar atención a la pantalla frente a él.

-Vamos Bill, no seas tan nena -Gabrielle al escuchar esa frase inconscientemente observa a Bill con disimulo pero se relaja de inmediato en cuanto nota que a él no le ha importado la burla de Lyla quien se encuentra sentada a su lado.

-No es ser nena Lyla, es tener un mínimo aprecio por la salud de mi corazón -se defiende apuntando a su pecho.

-Guarden silencio por favor, dejen disfrutar al prógimo -Gabrielle continúa comiendo sus palomitas sin apartar la mirada de la enorme pantalla, Bill observa su desquiciada expresión con algo de envidia, sabe que hoy no logrará dormir... nuevamente.

Guarda silencio pero no puede evitar desviar sus ojos de la pantalla, no puede verla, no le nace. Se acomoda, peina su cabello que cubre sus ojos, suspira, se vuelve a asustar, se resbala de la silla de cuero, se vuelve a resbalar y finalmente se rinde.

Su cabeza de alguna forma termina apoyada en el hombro de Gabrielle y su mente se logra desconectar de sus incesantes parloteos, sus ojos cubiertos por su cabello al fin después de días comienzan a cerrarse involuntariamente ante el embriagante aroma a miel que su cuerpo desprende y que le provoca profunda paz cada que lo huele, pero es inútil porque luego de unos cinco minutos de profundo dormir despierta de un golpe al escuchar como todos gritan en la sala. Refriega sus ojos confundido volviendo a recostar su cabeza en el respaldo de la silla.

-Voy al baño -susurra en el oido de Gabrielle recibiendo un asentimiento de parte de la chica plazmado con una sonrisa maniaca.

Con la excusa de no querer perder el equilibrio entre la oscuridad de la sala no levanta la mirada hacia la pantalla, pero el sabe que es porque le tiene terror a lo que se está proyectando.

Camina por los pasillos del centro comercial buscando el baño más cercano, tomando un poco de aire para tranquilizarse y poder despertar adecuadamente de la placentera siesta que logró tener hace unos momentos.

En cuanto encuentra un baño entra y de inmediato se acerca al lavabo apoyando sus manos en el enorme mesón lleno de estos, levanta su rostro y observa su imagen, en específico sus ojos, completamente rojos y teñidos por una oscura capa morada bajo ellos.

Suspira y abre la llave entrando en contacto con la fría agua dejándola correr entre sus dedos, moja su rostro procurando no dañar demasiado el delineador que lleva en sus párpados, lo seca con un poco de toalla de papel y acomoda su cabello completamente liso sobre sus hombros, vuelve a suspirar tomando el último aliento antes de tener que volver a el infierno de película por la que pagó.

Sale del baño volviéndo a dirigirse al enormemente ancho y largo pasillo que lo conduce a la sala, está sólo, las luces parpadean y por su cabeza se reproducen una y otra vez las pocas escenas que logró ver de la película de forma involuntaria volviendo su piel igual a la de una gallina. Su paso se acelera en cuanto escucha que alguien camina detrás de él siguiendo sus movimientos, acelera un poco más y con él los pasos que lo siguen también.

«Tranquilo, de seguro es alguien que trabaja a quí, tranquilo todo está bien», pensó dentro de su cabeza logrando otorgarse un poco de calma pero algo dentro de él insiste en que hay algo que no está del todo bien, realentiza su paso y la persona que viene detrás lo acelera, su corazón late a mil por hora al igual que su respiración dispareja.

Una mano alcanza su hombro y brúscamente lo da vuelta, su antes descontrolada respiración y palpitar se detienen por completo al ver al chico asiático de cabeza rapada frente a él.

𝑀𝑒𝑡𝑎𝑛𝑜𝑖𝑎 | 𝐵𝑖𝑙𝑙 𝐾𝑎𝑢𝑙𝑖𝑡𝑧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora