Prólogo

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Las batallas habían comenzado, sin orden ni cuidado. Humanos que aseguraban que el Rey de Todo era el salvador del continente lo seguían y obedecían voluntariamente, masacrando a todo elfo a la vista, sea o no inocente.

Los pícaros se habían dejado ver por fin, más abundantes de lo que algunos imaginaron. Y su gran sorpresa no fue solo saber la verdad sobre su supuesta extinción, sino quién era su Señor: el hombre que habían visto del brazo de la famosa rebelde Ley Demon Shooter, descendiente del Rey de Hielo y el Rey de Todo.

Los ejércitos se entremezclaban, no era una guerra entre especies, sino que estas se enredaban entre ellas. Elfos que seguían a la Reina Heather luchaban contra los elfos en su contra.
Humanos que seguían a la reaparecida princesa Max Avalor, como ahora se le llamaba, luchaban contra los humanos que seguían al Rey de Todo.
Licántropos y vampiros se mantenían neutrales en su mayoría, pero los vampiros parecían querer salir de sus prisiones montañosas. Había una manada que sí se había unido a la guerra, y era la de un lobo alfa que una vez fue salvado y liberado por Ley Demon Shooter. Consideraba que aún tenía que pagarle, que solo sacarla del laberinto no había sido suficiente.

Cascadas de sangre cubrían los fangos provocados por la lluvia del principio de la primavera. Los campos de batalla eran gritos y muerte segura.

Un viejo guerrero se había unido a todas las batallas posibles. Su nombre era Atticus Shooter, y luchaba en nombre de la hija que había vuelto a perder, por sus nietos que lloraban la ausencia de su madre, y el hombre pícaro que dejó locamente enamorado y solitario.

Muchos más luchaban con uñas y dientes, y en meses el continente estaba cubierto de desesperación e inseguridad.
Las legiones de los Nuevos y de la División, que habían aumentado de número considerablemente en muy poco tiempo, se encargaban de proteger a los ciudadanos inocentes, neutrales.

Aunque el caos dominara, Khaos los guiaba a todos. Su mano era de hierro, y con los consejos y ayuda de sus aliados y amigos guió las batallas a su victoria, en su gran mayoría. Pocos lo conocían como el Señor Pícaro de actitud relajada, coqueta y amable. No. La mayoría lo conocían como el pícaro sin nombre que gobernaba a toda una especie, un pícaro descendiente de un insensible. Esa era la capa que se había vuelto a colocar, fingiendo que nada lo perturbaba a parte de los heridos y muertos, de las relaciones económicas que iban de mal en peor con el paso de los días. Sólo en las noches que podía dormir en la cama de los hijos de su amada, se permitía mostrar un poco de sentimiento.
Dolor, rabia, miedo, esperanza, venganza, deseo de volver a tenerla junto a él.

Él la esperaría, la buscaría. Ya se había encargado de rogarle a un ser para que la cuidara en el Medio. Y no hablaba solo de Draven.

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