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◇Ley◇
Causar muerte apenas meses antes de acabar aquí había sido algo que me molestaba, que corcomía mi consciencia.

Pero cuando el ser estaba muerto ¿Por qué sentirse mal por ello?

Mi mano vuela al rostro desprotegido de Erebus, causando que las garras que parecían no estar del todo materializadas abrieran su piel de mejilla a mejilla de manera horrible. La sangre empieza a fluir instantáneamente, incluso antes de que él pudiera percibir el ataque.

–Hiere todo lo que puedas, demonio blanco. El dolor jamás me perturbó.
–Tus fortalezas también son tus debilidades ¿Jamás lo escuchaste?– cuestiono, sonriendo con secretismo.

Mis golpes se llevaban a cabo deliberadamente pero a una velocidad acelerada. Cada garra que se clavaba en su cuerpo en puntos clave y en otros no tan importantes que hacían de distracción era una oportunidad menos para él de vencerme.

Intenta devolverme el golpe, apuntando un puño cerrado a mi rostro mientras discretamente posicionaba su pierna. No esperó a que el impacto llegue, formo una barrera delgada entre nosotros que provoca que su mano impacte contra esa materia sólida invisible, y que su pierna no llegue ni a despegarse del suelo.

Me río mientras con un movimiento suave de mano esta misma barrera desaparece.
–¿Del mismo modo que tus hijos son tu fuerza pero también tu punto débil?

Mi risa desapareció por completo, mis sentidos se nublaron durante unos largos segundos, suficientes para que él aprovechara y me atacara.
Siento el latigazo de su poder contra mi propio rostro, el dolor pasando desde mi frente, atravesando mi ojo derecho, y acabando justo en mi pómulo. Se sintió como si hubiera sido una garra la que atravesaba mi rostro, abriendo mi piel de manera rápida y con la fuerza suficiente como para dejar cicatriz.

Pero eso no era lo que me preocupaba.
No.

La Sombra y los nueve príncipes restantes aparecieron, rodeándonos.

–¿Hijos?– cuestiona La Sombra en dirección de Erebus.
–Están vivos, ella los escondió– responde el espíritu insensible.
Parecía estar a punto de añadir algo más, algo que sentí que estaría relacionado sobre el paradero de mis hijos, pero me lanzo contra él antes de que los ponga más en peligro, tumbándolo debajo de mí. Con mis rodillas evito que mueva sus piernas, con mis tentáculos sus brazos mientras aprovecho mis manos libres para agarrar su cabeza y torcerla. El sonido de su cuello rompiéndose reverbera por el lugar, robando escalofríos de muchos, pero de mí solo satisfacción.

Me levanto de encima de su cuerpo inerte, que estaría en este estado durante un largo rato, hasta que su cuerpo curase sus heridas, demasiado complicadas por los lugares clave en que había acertado.

–Vivos y escondidos. ¿Qué tantos secretos guardas de mí, demonio blanco?– cuestiona La Sombra.
No estaba dispuesta a responder, pero siento una extraña necesidad de hacerlo. Como si tuviera la obligación de hacer todo lo que él me ordenara.

–Vamos, demonio blanco, confiesame tus secretos. 
Cierro los ojos y lucho contra esa cadena que parecía estar atada alrededor de mi cuello, esa que me intentaba obligar a ceder. 
Esto era lo que sentían todos los demonios: necesidad de obedecer, de dañar a cualquier persona, aunque esta fuera la única que nos mantenía en pié.

Lucho para transformarme en mi forma menos demonio, donde sólo estaban a la vista mis alas, donde el control era más propio.

–No– gruño, retrocediendo y agarrando mi cabeza que empezaba a doler.
–Todo acabará si solo me dices dónde están.
–Antes me arranco la lengua.
–Entonces hazlo.

Fuerzo los cuernos para que desaparezcan, luego las garras. Siento mis ojos picar, regresando a la normalidad. Mi pelo que antes parecía flotar ahora cae pesado sobre mi espalda.

La Sombra suelta un gruñido, uno que funcionó de orden para los príncipes, quienes fueron rápido a rodearme.

Aprovecho el gravado que ya había hecho con la sangre y mis pies y empiezo a recitar el hechizo, rodeando nos a los diez en un círculo de llamas plateadas.

–¿Pensasteis que no tenía planes para vosotros?

Regla número dos: ten cerca al enemigo. Siempre.

El círculo se contraen hacia nosotros, acortando el espacio libre de fuego y riesgo de ser consumidos por las abrasadoras llamas.
Intentan transportarse, pero no pueden.

–¿No he dicho que la magia no funciona aquí?– pregunto con falsa confusión– Oh, fallo mío.
–¿Qué estás haciendo?– gruñe La Sombra, su voz más animal que de una persona. De hecho, todo su ser parecía ser más el de una bestia sacada de las tinieblas que el de alguien que una vez fue persona.

La Sombra, el primer demonio, o primera demonio. La Sombra, con el control casi total sobre sus siervos. La Sombra, quien podía desintegrarse con la luz adecuada.

El círculo acaba de formarse, la magia se hace más densa, ahoga todo sonido, elimina todo el aire, bloquea la mayor magia posible.

Los portales se habían abierto. Un enemigo libre, por diez encerrados.
Camino libre a casa, a cambio de luchar contra mi abuelo. 

Sonrío en dirección de los príncipes y La Sombra y logro apreciar el escalofrío involuntario que recorre sus cuerpos. Miedo. Eso huelo en ellos.
Y me encanta. 

–A jugar.

◆◇◇◇◆

Las familiares paredes de hielo que una vez visité, ahora empezaron a agrietarse. Para cuando llegamos, el Rey de Hielo había escapado.
Las grietas aumentaron de tamaño hasta hacerse grandes agujeros que dejaron a la vista paredes oscuras, lisas y brillantes como la misma obsidiana pulida.

–¡Maldita!– grita Oziel, la rabia y la incredulidad dominando por completo su expresión facial y corporal.

Meto las manos en los bolsillos del traje a la vez que sacudo un mechón de pelo que se quería interponer entre mi vista y ellos.

–De nacimiento– respondo con simpleza, encogiendome de hombros. 

Todos se reparten intentando buscar una salida, mientras yo observo alrededor en busca de algo...
Ahí estaba. A punto de morder a uno de los príncipes...

–Susurro– llamo, logrando que la serpiente girara su escamosa cabeza en mi dirección, sieando en molestia al ser descubierta por su víctima. Sacó su lengua bífida en dirección del príncipe empalecido, antes de arrastrarse en mi dirección.

–Sacanos de aquí, demonio blanco– ordena La Sombra, la oscuridad que la rodea disipándose ligeramente.
–No será eso posible. Veréis: teníais la oportunidad de poneros del lado correcto en esta batalla, pero decidisteis ir en mi contra. Me encarcelasteis lejos de mi hogar, mi verdadero hogar. Me torturasteis, y por lo visto torturasteis al demonio que más aprecio le tengo. ¿Creisteis que no lo notaría? ¿El daño que le estabais causando a Draven?
–Será cuestión de tiempo antes de que salgamos de aquí. Y cuando lo hagamos mataré a tus hijos, luego a tu pícaro, y luego a tus amigos... Te obligaré a mirar cada segundo mientras les arranco la piel con mis manos– amenaza Oziel.
El silencio se instala en la prisión, mientras cada vez hay menos hielo, y solo oscura piedra que se deforma poco a poco, formando picos afilados que descienden del techo.

–¿En serio? ¿Arrancarles la piel con tus manos?– cuestiono con indiferencia– Te veía más original, pero supongo que puse mucha confianza en ti. Pero dejemos algo claro: no te quedarán  manos después de que acabe con vosotros. Con todos vosotros.

♤Confío en tu criterio. Un enemigo a cambio de diez. Sólo espero que estés presente cuando tengamos que derrotar al primero♤

El Mar de los Desechos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora