2. El asistente del forense

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Las honras fúnebres se llevaron a cabo en la mañana, un día después del deceso del Señor Claus, la Señora Claus le tranquilizó un poco ver a los duendes devastados, deshaciéndose en lágrimas mientras el ataúd bajaba hacia el hoyo, eso significaba que aún le quedaba tiempo para poder escoger sabiamente a sus sucesores. Adolph y Rudolph llevaban puestas unos grandes anteojos de sol para evitar hacer notorio sus ojos rojos e hinchados provocados por las apenas dos horas que durmieron por estudiar el plan en caso de no encontrar el nuevo gran jefe a tiempo.

-Los duendes están devastados -dijo Rudolph.

-Eso me trae paz -aseguró la Señora Claus.

-Ya debemos terminar con esto.

-Espera a que termine el funeral, cómete una galleta.

Antes de ser el jefe máximo, René Amadeus, que era su verdadero nombre, fue el Santa Claus de una acomodada zona de Australia donde todo siempre fue muy tranquilo, desde las entregas hasta las relaciones con los duendes australianos, fue escogido entre la lista que había dejado el anterior Señor Claus dos semanas antes de partir de este mundo. Al anterior la muerte no lo tomó por sorpresa, ya venía padeciendo problemas cardiacos desde un año atrás, era cuestión de tiempo, por ello decidió investigar entre los miles de opciones los diez mejores reemplazos a su parecer antes de lo inevitable, René era el número tres.

Esta vez sería diferente, René al no dejar lista alguna debían apegarse al protocolo de crear un grupo de Señoras Claus para escoger al siguiente.

De vuelta en la oficina Adolph sacó la gran tómbola vacía del armario, de un saco sacó las más de ocho mil bolas grabadas con diferentes números en ellas. Un desolador sentimiento se apoderó de sus dos espectadores mientras él llevaba la gigante esfera con las candidatas para conformar el Consejo de Señoritas Claus, en el fondo sabían que un nuevo comienzo no sería agradable para nadie, ver cómo otro se pondría el traje rojo con blanco y comenzaría a dar órdenes a su gusto no sería nada lindo.

-¿Podrías apurarte? Ya quiero acabar con esto.

-Rudolph, en menos de una semana tendremos un nuevo jefe y esta bella señora se encontrará en nuestro pasado, tendremos que acostumbrarnos a un nuevo Señor Claus que seguro será una patada en los bajos porque no veo un buen reemplazo para René, no me apresures a hacer algo que no quiero hacer.

-Solo hazlo -ordenó la Señora Claus.

Tres o cuatro vueltas a la tómbola fueron suficientes para ponerle orden a todas las bolitas, debían sacar ocho para que, junto a ellos, formara el consejo. El protocolo para este caso, igual de arbitrario que casi todos era igual de arbitrario, indicaba una vuelta por cada por cada número que debía sacar, lo cual significa ocho vueltas en total. Al final de la primera ronda salió el número dos mil trescientos doce.

-Daniela Osorio, señora Claus en Bucaramanga, Colombia. Lleva seis años en el puesto, la anterior fue atropellada en una calle altamente transitada una noche de marzo. Anotada.

Ochocientos cuarenta.

-Stella Bottolo, Parma, Italia. Veinte años en el cargo, su antecesora se suicidó después que su compañero fuera asesinado por una galleta envenenada. Al parecer estaba enamorada o algo así -Rudolph se horrorizó al oír la historia.

-Triste historia, siguiente -dijo la Señora Claus.

Ciento cuarenta y cuatro.

-Sara van Lunteren, Ámsterdam, Países Bajos. Seis meses, la anterior continúa viva, terminó un tanto loca tras descubrir que su compañero tenía vínculos con una red de trata de personas.

-Dejaba los regalos y se llevaba los niños, siguiente.

Cuatro mil cuatrocientos cuarenta y cinco.

-Park Jiyu, Gwangju, Corea.

-¿Del Sur?

-Del Norte no creo, ¿Y su antecesora?

-Esta también se mató.

-Prosigue.

Seis mil novecientos quince.

-Camila Ramos, Usulután, El Salvador. Cuatro años, la anterior entró en un ¿es que ninguna puede tener un final pacífico?

-Casi es un requisito enloquecer, es el precio a pagar por trabajar para el Polo Norte -dijo la señora solemnemente.

-Bien, la siguiente.

Siete mil ciento cuatro.

-Beatriz Benítez, Asunción, Paraguay.

-¿Sí existe ese país?

-En Sudamérica.

-¿De qué forma acabó la otra?

-Causas naturales, el Santa Claus de su zona se retiró en su antigua casa, sigue vivo.

Ochocientos quince.

-Madeline Carpenter, Sydney, Australia.

-Cuatro días en el cargo, la anterior no me jodas -dijo apunto de reír.

-¿Qué le ocurrió?

-La mató un canguro en una pelea, ¿existe un estereotipo mayor?

-¿Qué la llevó a pelear contra el canguro?

-Parece que una apuesta.

-Siguiente.

Ocho mil.

-Margarita Maklouf, Monterrey, México.

-¿De dónde es el apellido?

-Líbano. Su antecesora decidió desvivir a su compañero tras descubrir que seguía los pasos de Bill Cosby y no por comediante.

-Hizo bien, ¿Cuánto lleva en el cargo?

-Dos años y medio.

-Bien, ya tenemos a todas, pronto iré por ellas.

Damiano no podía con ese secreto, husmear entre los cajones de su jefe estaba prohibido, eso estaba claro, pero esa autopsia se realizó a la carrera y sin algún tipo de cuidados necesarios, era su obligación moral hacerlo, el Señor Claus era la persona más querida de todo el Polo Norte, si había algo turbio detrás de su muerte se debía saber. Una noche se quedó haciendo la limpieza en su escritorio cuando el forense líder se retiró a su hogar, una suerte tener llaves de todo.

En el informe concluía con un simple muerte natural, en ninguna parte mencionaba los sangrados internos, los moratones en su espalda, esa extraña sustancia en su estómago, mucho menos el hecho de que solo eso había en su sistema, ¿Por qué ocultar todo eso? La respuesta era obvia, su actuar seguido de esto no tanto. Tomó fotografías de todo, en casa unió las piezas y llegó a la conclusión más evidente, el señor Claus había sido asesinado.

No era la persona con el mayor poder del habla, nadie le haría caso, se burlarían de él si tratara de hablar con la Señora Claus, eso sin contar la enorme bronca que su jefe le echaría por espiar en sus cosas, eso sino lo despedía, no podía regresar a ese mundo horrible fuera del Polo Norte. Debía actuar rápido, eso se debía resolver antes de la elección del nuevo Señor Claus, su asesino podría estar entre las opciones.

Caminó por cerca de una hora en su casa, sus opciones eran ser ignorado y despedido o callar y ser cómplice de un crimen atroz, se decidió a escribir una carta:

Estimada Señora Claus,

Creo conveniente explicarle una cosa, no soy el mejor hablando, por ello me decidí a escribirle esta breve carta anónima para darle una terrible noticia, el Señor Claus fue asesinado y el forense lo está encubriendo, debemos hacer algo para dar con el culpable..

¿Cómo hacerla creíble? Una fuente anónima tampoco sería tomada en serio, debía haber una forma de que su mensaje cayera en tierra fértil, en su mente pasó solo una, como fuera su destino estaría horrible. Tachó la palabra anónima y se fue directo a la fábrica principal de Adolf Klein & Bros Company, cogió una soga, la amarró bien de una estructura sólida y fuerte, se subió a una mesa alta y antes de guardarse su carta en el bolsillo tachó soy y lo reemplazó por fui. Dio un salto de fe hacia el suelo, no con la fe de sobrevivir, con la fe de ser encontrado por las personas correctas.

El Consejo de las Señoritas ClosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora