Nos ha encontrado

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Continuamos por el camino de grava hasta que llegamos a las interminables escaleras de granito que conducían hasta la puerta de la mansión. Una vez allí, las subimos y llegamos hasta llegar hasta el portalón de la entrada. Avanzamos por el camino, y llegamos a la puerta de la mansión. Nada más poner nosotros el pie en el escalón, las puertas se abrieron solas de par en par. Avanzamos por el recibidor, y las siguientes puertas también se abrieron. Al entrar, todas las velas estában apagadas, pero cuando entramos, se fueron encendiendo con unas llamas verdes, que fueron cambiando lentamente a su color normal. Me fijé a mi derecha, y allí había un pequeño pasillo que llevaba a una habitación de pequeñas dimensiones en la que, desde allí, parecía que solamente hubiese una mesa. Le dije a Gabriel que entrásemos allí, y así lo hicimos. Encima de aquella mesa había un diario. Pertenecía a un tal Manuel Castro. Nos sentamos en el suelo y nos pusimos a leerlo con la luz de la linterna. El diario hablaba de una persona con una vida inhumana. Este señor vivía en esta mansión. Toda su familia había muerto y aún a pesar de la riqueza que le quedó por las herencias, el se sentía infeliz. No tenía a nadie que le quisiera, y no tenía nadie a quien querer. Se había quedado solo en la frialdad de esta isla. El diario decía que esta isla era todo lo que tenía. Donde vivió durante toda su vida, y que ahora se había convertido en sus "memorias frecuentadas". Despues de pasar unas hojas, encontramos la entrada del 18 de Abril de 1945: en ella decía que ese día era uno de los peores de su vida, además del último. Aquel hombre se había muerto. En esa entrada prometía matar a todas las personas que entraran en la isla, dando igual el fín que tuvieran. Decía que solamente él podía frecuentar aquel siniestro lugar lleno de oscuridad. Todo empezaba a encajar: era un hombre desgraciado que se quedó en fantasma teniendo como única posesión una isla sumergida en la oscuridad eterna. Nosotros, estábamos conmovidos por nuestra lectura, cuando esta fue interrumpida por un susurro que retumbaba por las inmensas paredes de la mansión:
- Ahora ya me conoceis, pues venid a por mí...
La voz que susurraba era como la voz de antes. Salimos del cuartucho aquel y descubrimos que las velas de la entrada, se habían vuelto azules. Subimos por las escaleras hasta la habitación con las camas. Todas ellas estaban colocadas en perfecto orden. Continuamos por la habitación hasta llegar a un pasillo lleno de puertas. Una de esas puertas daba a otro pasillo, y de ese pasillo a una biblioteca bastante grande, con una meceta en medio que tenía una planta trepadora trepando por las cuatro columnas de los lados. Por la ventana tapiada, pasaba un rayo de luz, la cual se reflejaba en las motas de polvo que flotaban por el aire dando una preciosa iluminación. Era todo una vista preciosa, pero a la vez escalofriante. No sabría como definirlo exactamente.
Al final de la habitación, había un sillón que enfocaba a una de las estanterías de la biblioteca. Nosotros nos pusimos a avanzar y a mirar nuestro entorno. Pero una nube de oscuridad, descendió por las rendijas del tejado. La nube se dirigió al sillón, y cuando cesó, se oyó una voz ronca proveniente del sitio, diciendo:
- Bueno, bueno, bueno. Así que ya me conoceis, ¿no, chavales?
Nosotros nos quedamos mirando cómo un hombre alto, delgado y de pelo corto y canoso, se levantaba de aquel sillón. Nosotros dos nos quedamos paralizados del miedo. Aunque pueda parecer que no debería dar miedo, nos encontrábamos delante de la persona que nos estuvo un largo tiempo intentando matar. Ese tipo, o fantasma, o lo que fuera, era un asesino. Y aunque pareciese inofensivo, él tenía el control en esa isla. Él se dio la vuelta y nos miró. Se acercó lentamente a nosotros, y de repente, aparecimos cayendo del techo de la biblioteca. Cuando nos tragamos el suelo, este se empezó a reír y dijo:
- Pequeños ignorantes... ¿sabeis de quién es este sitio?
Nosotros no dimos ninguna respuesta, pero el tío seguía hablando:
- Es mío, claro que sí. Vosotros ya habeis leído en mi diario que era todo lo que llegué a tener, y que tendré, así que si nunca nadie quiso entrar y hacerme compañía, nadie podrá ahora. Por eso, aún que esté disfrutando mientras os torturo, creo que todo tiene que llegar a su fin. Lo siento por vosotros, pero a ese fín vais a llegar vosotros. Vamos a dejar algo claro: yo ya he intentado salir de aquí cómo pude, pero no he sido capaz. Soy inmortal, pero porque ya estoy muerto. No podeis matarme. Solamente podeis conseguir destruiros a vosotros mismos. Así que nada, largo de mi mansión.
Con eso último, empezamos a oír una distorsión y a ver borroso. Nos mareamos y lo siguiente que vimos fueron las ramas de un árbol. Exactamente, nos había transportado a la cima de un pino y nos había dejado caer entre sus ramas. Tenía razón él, solo había un modo de salir de allí. Eso era lo que él quería hacernos hacer, y no era matarnos entre nosotros. Él lo dijo, nos obligaría a destruirnos a nosotros mismos. Era la única escapatoria: teníamos que autodestruírnos. Miré a Gabriel, y antes de que le dijera nada, me dijo:
- Tienes razón, no hay otra opción. No podemos salir de aquí y si seguimos aquí nos estará torturando durante el resto de nuestras vidas. Temblando, nos dirigimos hacia el faro de las escaleras interminables. Subimos hasta el foco, y entonces, salimos a la barandilla. Trepamos por la escalera que había para subir al tejado, y allí nos sentamos. Empezamos la que sería nuestra última conversación:
- ¿Estás seguro de esto?
- No. Pero tampoco podemos hacer nada más para salvar nuestras vidas.
Eso fue lo último que nos dijimos.
Nos pusimos de pie encima del tejado del faro. Las piernas nos estaban temblando. Luego nos dimos la mano y empezaron a caérsenos algunas lágrimas. Pero había que hacerlo, era el único modo de salir de aquella isla. Nos pusimos en el borde del tejado, y... saltamos.
Durante la caída no solté a mi amigo. Si íbamos a morir, por lo menos moriríamos juntos, cómo amigos. Toda mi vida se me pasó por delante mientras los desgarradores vientos rompían en mi cara. Y cuando nos íbamos a romper en pedazos al caer al agua, desperté.

Memorias frecuentadas por fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora