1

8 1 0
                                    

Dejo mi pintalabios en mi mesita de noche y siento unos pasos acercarse a mi habitación.

Mi hermana se asoma un poco hasta entrar por completo y suspira al verme de pies a cabeza.

—Aún no estas lista.

—No, estaba terminando de maquillarme.

Mi hermana se sentó en mi cama y empezó a agarrar mi atuendo para ver si le parecía bien o no.

—Me parece que este vestido es mio.

Yo sonreí y le quité el vestido rosado. Era suelto y suave, la combinación perfecta.

Escuché mi teléfono sonar y al ver quien me estaba llamando solo lo ignoré, pero mi hermana no.

—Te sigue llamando.

—Sigue dolido. No puedo tan solo dejarlo así como así...

—Si, si puedes.

—Crystal.

—Linda. Sabes bien como sucedió la última vez, por favor, piensa un momento en ti.

—Lo estoy intentando.

Mi hermana se levantó y agarró mi teléfono para ver como había tenido varias llamadas perdidas de mi ex.

—Ya es suficiente de esto, Linda.

Señaló la pantalla y luego otra llamada apareció, cuando vi que Crystal iba a contestar la detuve y dejé el teléfono en mi cama.

—No armes un escándalo por hoy. Vamos ya que nos esperan —le dije y pude convencerla de avanzar.

—No lo hago por nadie más si no por ti, pero si te vuelve a decir o hacer algo...

—Ya eso se terminó, no te preocupes.

Crystal suspiró y salimos ambas de su residencia para ir a casa de uno de sus amigos quien estaba de cumpleaños.

Nos subimos al auto y cuando mi hermana empezó a conducir vi el reflejo de una sonrisa.

—Sabes cuanto había querido esto —empezó a reírse—, las clases me ha tenido tantos años en cautiverio que por fin puedo ir de fiesta. Y lo mejor, con mi hermanita que ya es toda una adulta.

—Suenas tan vieja.

Al menos ya volvía a ser ella, no me gustaba cuando cambiaba su humor por uno serio, prefería siempre verla sonreír y decir cualquier tontería.

—Ay vamos, sabes que nuestras salidas eran a escondidas de papá y mamá, ahora que estamos en una misma residencia podemos hacer lo que queramos.

—No suena tan divertido.

Me reí y mi hermana me siguió.

—Dios, hoy quiero acostarme con alguien o embriagarme hasta no sentir mi neuronas funcionar.

—Sabes que aunque seamos hermanas, no debo saber todo lo que quieras.

—Siempre sabrás cada cosa de mi, soy tu hermana, este lazo es por y para siempre.

Estacionó el auto y luego nos bajamos. Estábamos en una residencia grande, la casa donde estábamos era de dos pisos, forrado de ladrillos con madera y ventanales.

Tocamos la puerta y nos abrió una chica morena. Ella abrazó a mi hermana y luego al verme se presentó.

—Hola linda, soy Lulú, es un placer.

—Encantada.

—Pasen, estamos empezando ya a beber. Linda, si quieres en la cocina tenemos pizzas, un par de cócteles y dulces. Puedes decirle a Simón que te ayude.

Mi hermana y Lulú se fueron y yo me quedé con la duda de donde podría estar la cocina.

Mi teléfono empezó de nuevo a sonar y esta vez si debería contestar. Subí las escaleras y Caminé por el largo pasillo hasta ir al fondo.

Abrí la puerta corrediza y me recosté del balcón. Esperé de nuevo la llamada y luego contesté.

—Hola —hablé.

Hola... al fin contestas.

Del otro lado de la línea pude escuchar su voz algo rasposa, seguro estaba bebiendo.

—No quería hacerlo.

Lo entiendo, es solo que... estaba pensando en ti. No sabia con quien más hablar.

—Sebas, sabes que esto ya no está buen, te pedí...

—Se lo que me pediste, lo recuerdo.

Si lo sabes, ¿Por qué me sigues molestando?

—No sabia que lo estaba haciendo —se río—, todo este tiempo creí que hacía lo correcto hasta hace una semana... se que la he arruinado pero no puedo vivir sin ti, Lini.

Escuchar de nuevo ese apodo. No podía volver a caer.

—Ya déjame ser libre, Sebas. Terminó. Esto nunca debió seguir después de todo, la verdad tu no me necesitas.

He soñado tantas cosas, pero en cada uno de esos sueños, tu no estas conmigo. Entiendo tu decisión, pero no pienso rendirme.

Mi corazón empezó a latir.

—Para, respeta por primera vez mi decisión y déjame tranquila.

Suspiró y luego escuché algo romperse.

No puedo Lini, no puedo.

Cuídate Sebas.

Corté la llamada y sentí un par de lagrimas deslizarse por mi mejilla. La fría noche acompañaba mi sufrimiento.

Lo único raro era que había un olor fuerte, llamativo. Una fragancia que nunca había detallado tan bien.

Sentí los pasos y luego como alguien se recostaba igual a como yo estaba en el balcón.

Giré mi rostro y vi el perfil de un hombre rubio. Cabello medio largo, ondulado, ojos avellanas y mandíbula marcada. Volteó y luego su mirada pasó a recorrer toda mi cara.

—¿Estás bien? —mencionó y luego me quitó una lágrima que tenía en mi mejilla.

—Si, no pasa nada.

—De acuerdo.

Yo suspiré y volví a mirar al frente.

—¿Puedo saber quien eres y porque me estabas espiando? —le pregunté y el sonrío.

—No estaba espiando, vi la puerta abierta y quise ver quien estaba.

—Eso no responde quien eres.

—El dueño de la casa, reina —me sonrió y luego me dió su mano para que se la estrechara—, y por cierto, Me llamó Simón.

—Soy linda.

—¿Solo Linda? —preguntó.

—Linda Rodriguez, ¿Y tu?

—Simón Smith.

—Mhm, entonces no me espiabas.

—Tu hermana me pidió que te buscara.

—Ahora haces de niñera.

Me crucé de brazos y el solo me sonrió de lado.

—Me caes bien, Linda Rodriguez.

Me señaló la salida y ambos salimos de aquel balcón. Antes de empezar a bajar las escaleras, sentí una mano en mi brazo que me detuvo.

—Linda, se que no debo meterme, pero, ¿Segura que estás bien?

Sonreí y luego asentí.

—Lo estoy, Simón.

DiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora